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Fileteador, un viejo oficio que todavía sigue vivo

El artista aplica en su taller de Pichincha la técnica que, pocos saben, nació como “una picardía de chicos”.

Por: Santiago Baraldi

Fabio Prieto mantiene el arte del fileteado en su viejo taller en el corazón de Pichincha. A los 13 años dejó la escuela y se puso a aprender el oficio junto a su tío, el reconocido artista plástico local Alberto Bono, quien falleció hace un mes. “Es una técnica que corrió riesgo de extinción pero los maestros porteños lo mantuvieron”, cuenta el artista. Y afirma que Rosario no sólo mantuvo viva la vertiente artística, sino que le imprimió su propio sello: “Se hizo un fileteado menos recargado porque se lo vinculaba a los verduleros, como un tipo de pintura despectiva” apunta. Prieto está ahora decorando las vidrieras y el interior de la Casa del Tango, donde también hay un mural de su tío Bono. Hace 32 años ejerce el oficio y con esa experiencia en su trazo cuenta a El Ciudadano que la técnica se impuso en Rosario de la mano de los hermanos catalanes Blas y Enrique Monné, anarquistas escapados de España que pusieron un local de cartelería en Maipú entre Córdoba y Rioja en 1907. “Todos los grandes pintores de la ciudad fueron alumnos de los Monné: Antonio Berni, Julio Vanzo o Ambrosio Gatti”, sorprendió.

—¿Cuál es el origen del arte del fileteado?

—Es inspirado en el arte barroco. Está sacado de los frentes que se hacían en las casas antiguas con esas molduras barrocas; eso se plasma luego, según las épocas, a los carros, colectivos o camiones. Nació en la ciudad de Buenos Aires, a finales del siglo XIX, como un sencillo ornamento para embellecer carros de tracción animal que transportaban alimentos y con el tiempo se transformó en un arte pictórico propio de la ciudad, hasta tal punto que pasó a convertirse en el emblema iconográfico que mejor representa a los porteños. El fileteador Enrique Brunetti cuenta que en la avenida Paseo Colón existía un taller de carrocerías en el que trabajaban colaborando en tareas menores dos niños humildes de origen italiano que se convertirían en destacados fileteadores: Vicente Brunetti (quien sería el padre de Enrique) y Cecilio Pascarella. En aquel entonces tenían nada más que 10 y 13 años de edad. Un día el dueño les pidió que dieran una mano de pintura a un carro, que en esos tiempos estaban pintados de gris, el color que exigía una ordenanza municipal. Tal vez por travesura o sólo por experimentar, el hecho es que pintaron los chanfles del carro de colorado, y esta idea gustó a su dueño. A partir de ese día otros clientes quisieron pintar los chanfles de sus carros con colores, por lo que otras empresas de carrocería imitaron la idea. Así, según este testimonio, se habría iniciado el decorado de los carros. Y el siguiente paso fue colorear los recuadros de los mismos empleando filetes de distintos grosores.

—¿Y cómo llega el fileteado a Rosario?

—En Rosario son los hermanos catalanes Blas y Enrique Munné, anarquistas, perseguidos de España que se instalan en un taller en Maipú entre Córdoba y Rioja a principios del siglo pasado. Eran unos artistas plásticos tremendos y se largan a hacer cartelería: no se puede imaginar las letras que hacían. Y de ahí venimos todos los letristas de Rosario: los Monné enseñaron la técnica a Ricardo Tinibella, Berni, Julio Vanzo, Ambrosio Gatti; los grandes pintores que tuvimos aprendieron todos con ellos: se puede ver sus obras en el Centre Català.

—¿Cuál es la técnica del fileteado?

—La idea del fileteado es que parezca que las líneas están salidas como si fuera tridimensional. Por eso se hace con luces y sombras y se destaca a una pareja de baile o el título de un cartel. Las características principales de los detalles son flores, hojas de acanto, esferas, cintas o moños. También se utilizan dragones o pájaros con caras similares a un dragón y letras muy adornadas, con efecto de iluminación, que dan la apariencia de tres dimensiones. El origen de la palabra es francés, que significa “línea delgada”, y se usa un barniz con un poco de color, donde predominan los más fuertes.

—¿Hay un fileteado porteño y otro rosarino ?

—El de Buenos Aires es bien recargado, muy rococó. Aquí al principio era mal visto, decían que era cosa de verduleros. Costó imponerlo; hoy el rubro está más ligado a la cartelería. Por eso el fileteado rosarino es menos recargado, no tiene ni luz, ni sombra, es solamente plano.

—Son clásicas las frases en la parte trasera de camiones y colectivos. ¿Le pasó algo curioso con eso?

—Vino uno una vez  y me pide que le escriba: “En el jardín de mi vida la peor hormiga es mi suegra”. Lo tuvimos que cambiar porque la suegra se ofendió y le pusimos: “La mejor flor de mi jardín es mi madre”. Pero la suegra lo terminó echando de la casa igual… También fileteábamos los colectivos de la vieja línea B. El dueño tenía una nariz enorme y los choferes me pedían que le pusiéramos “El Ñato” y él se enojaba. Otro chofer que me pidió que le hiciera los dragones con cara de buenos. “La gente se asusta y no me sube nadie”, decía.

—¿Se trabaja con un pincel especial?

—Sí, son pinceles especiales que se fabrican en Buenos Aires, se llaman Carnevalli, se hacen para fileteado. Los pelos son de oreja de buey y la característica es que el mango es cortito y los pelos largos; se llaman “banda” y alcanzan para  hacer diez metros de un tirón, sin cortar la pincelada.

— ¿Qué trabajo le encargaron últimamente?

—Estoy trabajando en las vidrieras y el interior de la Casa del Tango, donde hay un mural realizado por mi tío Alberto Bono, mi maestro de vida. Además terminé de pintar 40 mesas para un bar que está en Córdoba y Ovidio Lagos, Mano a Mano. Cada mesa tiene una característica: están pintados por ejemplo Olmedo, Fontanarrosa, Serrat, el Che o los frentes de las viejas casas de citas de Pichincha como Madame Safó, Petit Trianon o el Telaraña. Así, si alguien hace una reserva pide por “la Olmedo”, por ejemplo. Ahora, estoy con ganas de hacer una muestra junto a los maestros Adrián Clara y José Espinoza, reconocidos como lo mejor de Buenos Aires y que cada domingo se los ve haciendo su arte en plaza Dorrego, en San Telmo, y que los contratan para pintar fileteado en Estados Unidos o México.

— ¿Hay gente interesada en aprender el oficio?

—Si, yo tengo una docena de alumnos, en su mayoría mujeres que les interesa para la decoración. Compran una silla antigua y la filetean: es una buena terapia…

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