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Final con sonrisa: en el último partido de Heinze como DT, Newell’s goleó a Defensa y Justicia

El triunfo fue una despedida digna dentro de la cancha y un desahogo para el hincha, consternado y contrariado por una campaña que imaginó de esplendor y terminó en nada. Una caricia a un corazón partido que se sintió mal por tener que cuestionar a un ídolo del club.

«Olé, olé, olé… Gringoooo, Gringooo…». Tras el pitazo final del árbitro, Gabriel Heinze caminó rápido hacia el túnel casi sin levantar la cabeza. En ese recorrido no hubo abrazos a sus dirigidos como muchas veces, su única idea era evitar mostrar ese sentimiento de angustia que seguramente lo tuvo mal en estas últimas semanas, cuando decidió irse por los malos resultados.

El 3-0 a Defensa y Justicia fue una despedida digna dentro de la cancha y un desahogo para el hincha, consternado y contrariado por una campaña que imaginó de esplendor y terminó en nada. Una caricia a un corazón partido que se sintió mal por tener que cuestionar a un ídolo del club y al menos en el final lo despidió con un aplauso y un gracias por haber estado.

La última función del Newell’s de Heinze no presentaba demasiadas expectativas previas. Sin chances de nada desde lo numérico, el partido sólo servía para mostrar la fidelidad del hincha leproso, presente como siempre sin condiciones, y para ver cómo se conjugaba el sentimiento encontrado de la gente con el Gringo, un ídolo de la casa que puso en juego lo sentimental al venir y se fue del Parque entristecido a partir de la decepción de los hinchas.

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Hacer cualquier análisis futbolístico sonaba irreverente. Como pocas veces, el resultado carecía de relevancia. Nada podía cambiar el desencanto del hincha leproso por una campaña que inició llena de expectativa y terminó en nada. Incluso la postura de Heinze en el banco fue distinta, sin tanta efusividad, con menos energía. Ni hablar de cuestiones tácticas. O acaso era importante saber si Heinze priorizó en este último partido premiar a algún juvenil con proyección como Glavinovich, Balzi, Portillo o Pérez Tica, este último en una poco habitual posición de mediapunta por el centro, detrás de Recalde.

Pero una vez resuelto ese dilema inicial, con los aplausos del hincha a Heinze al dirigirse al banco a modo de reconciliación, el fútbol volvió a sacar su magia. Por un momento, todos se olvidaron de que no había nada en juego. El Gringo empezó a chiflar, la gente se lamentó cada chance desperdiciada, aplaudió cada desborde de Méndez, se enojó con los riesgos que siempre toma Hoyos y idió celeridad cuando la pelota demoraba en avanzar. Por eso el gol de Panchito González, tras un pase perfecto al vacío de Balzi, se gritó con fuerza. El atacante lo hizo con el alma, las cicatrices de la lesión aún se sienten y el abrazo con el kinesiologo Matías Figueroa y con el Gringo Heinze fueron un «gracias» que no hubo que explicar.

Por si el cariño de la gente no hubiera sido suficiente, Heinze recibió otra muestra de afecto dentro de la cancha. El equipo empezó a jugar con una fluidez impensada. La pelota corrió de lado a lado con toques y precisión y así los goles llegaron sin necesidad de forzar nada. Velázquez encontró ese cabezazo a la red que se le venía negando; Panchito duplicó su alegría tras una gran jugada colectiva.

Los fuegos artificiales y el show de los hinchas al promediar la segunda etapa detuvo el partido y le puso el color final a la despedida. Para que no faltara nada y Heinze sintiera que en el futuro tal vez aparezca otra chance. Y el 3 a 0 final al menos dejó una sonrisa final en medio de la lógica tristeza.

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