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Fines y profetas: el futuro del trabajo en la encrucijada

Hay una nueva disputa a la que se enfrentan las sociedades periféricas a partir del escenario pandémico: aceptar los el fin del trabajo tal cual se lo conocía como verdades naturales emanadas desde los centros de poder o fortalecer la querella y el debate de las diversidades laborales

Brian  Tieppo**

Sólo, y quizás demasiado, son tres los años que separan la publicación del libro de Francis Fukuyama El fin de la Historia y el último hombre de la de Jeremy Rifkin El fin del trabajo. Ambos escritos de principios de la década del noventa (1992 el primero y 1995 el segundo), son un manifiesto político para los tiempos que se avecinaban con el fin de la “guerra fría”.

No debe distraernos la supuesta contraposición entre las propuestas descaradamente neoliberales del politólogo norteamericano y la postura progresista y alternante del sociólogo de Denver. Ambas son caras de un proceso que no busca ser interrumpido ni objetado.

El libro de Rifkin escrito bajo la inspiración de una conciencia abstraída por un apocalipsis inminente, plantea la irreversibilidad de un proceso donde la muerte del trabajo no es producto de ningún crimen. Las venideras sociedades sin trabajo, dominadas por una elite que controlaría los procesos tecnológicos frente a una masa empobrecida y excluida, son presentadas como un hecho natural.

Ni los gobiernos, ni las sociedades y ni siquiera los mercados pueden hacer algo frente a los avances científicos. Los mismos carecen de responsabilidad ético y/o moral frente a la desocupación y desempleo que generarían con su proliferación. Arropar y ocultar al asesino pareciese responder a un propósito político superior.

El parricidio del ordenador social de hace siglos tampoco se inscribe en tiempo ni espacio. Lo que comienza planteándose como un fenómeno de los países en desarrollo, con el correr de las paginas, en un gesto ambicioso y colonizante, se enmarca en un fenómeno global sin distinciones. Sin importar las tradiciones históricas ni culturales de cada pueblo, las sociedades del mundo se conducirían hacia este espiral sin retorno que implica el fin del trabajo.

Con escasos datos empíricos que reafirmen su postura, salvo recortes tendenciosos de titulares con cierres de empresas y cesantías de distinto tipo, se proyecta sin mayores análisis, y mucho menos sobresaltos, el futuro del capitalismo.

Devenir marcado por la desaparición del trabajo tradicional y la imposición de rutinas y normas que se impondrán como verdades unívocas.

Las coincidencias programáticas con el libro de Fukuyama, que planteaba lisa y llanamente un conducto natural común hacia democracias liberales en el mundo post-guerra fría, muestran que ambas posturas teóricas se retroalimentan, fortaleciendo el proyecto político que las encarna.

La pandemia se encuentra configurada por la proliferación de relatos distópicos y soluciones mágicas

Ambos escritores recorren un camino monologante, donde no hay lugar para la interrupción. El otro es representado en la escucha y la aceptación. El futuro se resume en el fin del presente y el archivo del pasado.

El tiempo siempre claro en su linealidad, en estos autores se vuelve confuso y desesperanzante, donde lo que vendrá tras la perención del trabajo no posee nombre ni cuerpo y sólo nos queda la sumisión frente a los hechos naturales propios del acontecer mundial.

En los tiempos actuales, la pandemia del Covid-19 se encuentra configurada en gran parte por la proliferación de relatos distópicos y soluciones mágicas. El éxito y ocaso de estas teorías son casi al unísono, siendo sus restos usados como abono para nuevas confabulaciones.

El derrotero al cual no lleva esta serie de experiencias nuevas sin comprobación pero con veracidad pública, nos coloca frente a un estado donde la locura se encuentra en estado de profecía y sus padecientes intercalan notoriedad en los medios corporativos.

Será bajo estos dos grandes fenómenos globales, el estructurante academicista de los centros de poder y el vaticinio inmediatamente descartable de los mass-media, donde se deba pensar qué rol y qué lugar ocupa el trabajo en nuestras sociedades.

Las comunidades enfrentan amplios y variados desafíos  tras los cambios tecnológicos acaecidos con la pandemia

La invasión de distintas plataformas digitales al alcance de todos, donde la configuración del espacio público arrastra una resignificación del lenguaje, favorece la emergencia de nuevas categorías donde destaca la utilización de la figura del “emprendedor”.

A medio camino entra las nociones clásicas de trabajador y empresario, interpela a la “aventura de un próspero futuro” desde las independencias y autonomías de un camino no siempre claro.

A su vez, los cambios en la interconexión entre producción, comercialización, logística y demanda configuran nuevos servicios y nuevas formas de contratación, descolocando en muchos casos a reparticiones públicas en sus formas de intervención.

Son amplios y variados los desafíos en las relaciones laborales a los que se enfrentan las comunidades tras los cambios tecnológicos acaecidos con la pandemia del Covid-19. Las nuevas configuraciones en el mundo del trabajo nos hacen pensar que sería una necedad sostener a la fábrica como el lugar de conformación identitaria por excelencia de los trabajadores, como también sería una necedad sostener que el trabajo ha perdido total importancia en las relaciones sociales.

Lo hasta aquí mencionado, vuelve urgente la convocatoria  a la construcción de un concepto amplio de trabajo, donde las distintas experiencias y trayectorias laborales presentes en nuestra Argentina puedan dialogar y confrontar desde sus propios recorridos.

Todo esto en un marco de urgencia ante una pandemia que parece comenzar a apagarse, dejando prácticas poco claras y sin definición más allá de la premura del deber a cumplir. En este nuevo escenario el desconcierto, la inestabilidad, las inseguridades, las apatías y por sobre todas las cosas, la ficticia tensión entre certeza y confusión, se vuelven tierra fértil para el encumbramiento de teorías de fines definitivos y de profetas televisivos.

He aquí la nueva disputa a la que nos enfrentamos como sociedades periféricas: aceptar los cierres concluyentes impuestos desde el centro como verdades naturales e inocentes o asumir la responsabilidad de la incomodidad y la prisa frente a la cual nos colocan los distintos cambios, fortaleciendo la querella y el debate de las diversidades laborales.

**Lic. en Ciencia Política (UNR)