Espectáculos

Rueda mágica

Fito Páez: en la ciudad en la que matan a pobres corazones, hubo amor después del amor

El músico rosarino ofreció este jueves el primero de sus tres conciertos en el Anfiteatro Municipal Humberto de Nito, donde repite sábado y domingo. Se trata de un show de nivel internacional que dosifica fiesta y alegría con pasajes de gran emoción

Fotos: Juan José García

“Hoy me emocioné fuerte. Gracias por tanto, tanto amor, gente hermosa de mi ciudad. Viva Rosario! Seguimos el sábado! Y mañana hasta la goleada no se para! Los amo”, escribió Fito Páez en sus redes sociales un rato después de la medianoche de este jueves, tras el debut en Rosario de la gira por los treinta años de El amor después del amor, aquél preciado disco del 92 que implicó un quiebre en su carrera y que esgrime una vigencia inusitada desde su portentosa catarata de clásicos.

El debut de este jueves en Rosario (repite sábado y domingo) no fue una fecha más para el rosarino que estrenó esta gira el 20 de septiembre en el Movistar Arena y que no ha parado de sumar fechas, girar por el exterior y hasta anunciar su regreso a Vélez para abril donde debutó con este disco hace tres décadas.

Rosario siempre estuvo cerca o más que cerca. Rosario es, al mismo tiempo, ese pogo futbolero (más que nunca de cara al partido Argentina-Países Bajos de este viernes) que se enciende con sus canciones y grita y abraza y emociona hasta las lágrimas, pero también es, como lo es este show, escarbar en la infancia y el piano junto a su madre, el dolor de su pérdida, los primeros encuentros con la música y hasta el horror de noviembre de 1986 con el asesinato de su abuela y tía abuela, un poco madres del músico, que convirtieron a su Rosario natal en la ciudad de los pobres corazones. Todo ahí, a unas pocas cuadras del Anfi.

En ese nivel de emociones encontradas, con una puesta de impronta internacional, deslumbrante y muy en diálogo con la temperatura de las canciones, con una gran pantalla y un dispositivo escénico que apela a la simetría: gran piano de cola en el centro y los músicos en tarimas laterales al estilo de los shows televisivos de Ed Sullivan, Páez, en su perfecta conjunción y rara mezcla entre Sinatra y Mick Jagger, está acompañado por un “dream team”, esa banda soñada que todo músico quisiera tener en un escenario.

Así son de la partida Diego Olivero en bajo, Gastón Baremberg en batería, Juan Absatz en teclados y coros, Juani Agüero y Carlos Vandera en guitarras y Mariela Emme Vitale en coros, con la cuerda de vientos de Alejo von der Pahlen (saxo alto y barítono), Manu Calvo (trombón) y Ervin Stutz (trompeta y flugelhorn), y un único pero amado invitado, ese amigo adorado y talentoso que es Coki Debernardi, encargado de la apertura y con una reaparición en el final.

PH: Maximiliano Conforti

No hubo dudas de qué se trataba el show: el set inicial abrió “El amor después del amor” y siguió con “Dos días en la vida”, su alegato feminista y homenaje a la película Thelma y Louise;  “La Verónica”, “Tráfico por Katmandú” y “Pétalo de sal”, y esa vuelta a ese ser luminoso que fue el Flaco Spinetta, gemas de aquél discazo ahora sin tiempo ni fronteras.

Pero hubo más: no podían faltar “Sasha, Sissí y el círculo de baba”, una de sus canciones icónicas, “Un vestido y un amor”; “Tumbas de la gloria”, y como el tiempo no existe, todos y todas fueron invitados a “La rueda mágica”, para dar paso a “Creo” hasta llegar a ese encuentro de músicas que llegaban de otros lados del mundo para concretar la marinera peruana “Detrás del muro de los lamentos”.

Tampoco podían faltar una singularísima y lisérgica versión de “La balada de Donna Helena” y aquellos relatos de la infancia, para empezar a cerrar la primera parte, con los teléfonos como luciérnagas, e imaginando que la vida “es bastante más linda de lo que es”, con la inmanente “Brillante sobre el mic” y, con los “trapos al viento”, cantar a coro desaforado y cómplice “A rodar mi vida”.

Una vez repasado el disco en cuestión, ya en la segunda parte y en una noche de calor agobiante, también fueron de la partida, entre un puñado de canciones coreadas masivamente y elegidas de un catálogo que parece no tener fin, en su gran mayoría con nuevos arreglos, intros a sólo piano, y momentos de lucimiento para esos grandes músicos, “Tema de Piluso” de Circo Beat, “Al lado del camino” y su liturgia poética, y por si faltaba algún momento de emoción vibrante, llegó una versión de “11 y 6” de ojos vidriosos y gargantas anudadas.

“Circo Beat” dio paso a un momento “salvaje” y en contra de cierta corrección política, muy propia de la derecha. “Viste cuando te dicen «yo soy tolerante»; y por qué sos tolerante, andá a cagar, yo no soy tolerante; a mí me gusta la gente como es, no tengo que tolerar a nadie. El que tolera es un facho, hay que tener cuidado”, dijo el músico antes de completar ese clásico con un momento lúdico y participativo de la platea.

Entre los hallazgos de la noche, la hora de repasar “Ciudad de pobres corazones” llevó el show a un escalón más arriba aún de lo que estaba, con momentos musicales verdaderamente descollantes, imágenes potentes de “esta puta ciudad” donde “todo se incendia y se va” y un solo de Juani Agüero que se llevó todas las ovaciones.

“Buenas noches Rosario”, dijo Páez dejando entrever que el final estaba cerca más allá de los bises con las infaltable “Dar es dar” y un breve pasaje a modo de mashup con “Peluca telefónica”, de Charly, Spinetta y Aznar, próceres amados del rock nacional como el mismo Páez, algo de impro y pura belleza, y un cierre bien arriba con “Mariposa tecknicolor” (más rosarino no hay).

Cerca de la medianoche, las luces encendidas, una leve brisa que llegaba del río y un gesto de brazos abiertos con la Luna llena en Géminis como testigo, hacía que el músico abrazara a todas esas almas y las quiera para él. Nadie quería que la noche termine, todo era una rueda mágica, todo era un momento de felicidad en una ciudad donde suele reinar la tristeza y la desazón. Pero el mensaje fue claro: “Nadie puede, y nadie debe, vivir sin amor”, lo demás no importa nada.

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