Juan Forn es narrador, editor y traductor. Se lo conoció por integrar junto a un grupo de jóvenes escritores como Alan Pauls, Daniel Guebel, Rodrigo Fresan, Matilde Sánchez, Marcelo Figueras, entre otros, algo que dio en llamarse “Nueva narrativa” durante los noventa, destacada por intentar confrontar estéticamente con los autores de los 60 y 70. De aquella época son Corazones (1987) y Nadar de noche (1991), dos de las novelas más emblemáticas con que Forn daría sus señales de vida; luego vendrían Frivolidad (1995), Puras mentiras (2001), María Domeq (2007), también novelas, y las crónicas de Ningún hombre es una isla (2009). Trabajó como editor de Emecé y Planeta durante 15 años y fue editor del suplemento “Radar”, de Página 12, durante otros cinco. Ahora, del escritor radicado en Villa Gessell desde 2001 pueden leerse tres tomos que reúnen buena parte de los relatos aparecidos en las contratapas de Página 12 desde 2008, que él mismo seleccionó y editó. Surgidas de las múltiples e ininterrumpidas lecturas que Forn práctica casi como respira, los textos de esas contratapas recrean momentos biográficos, con sus hechos desnudos y consecuencias a veces perturbadoras, haciendo hincapié en pistas o claves para recobrar un tiempo, un escenario, un tópico, un rumor, un silencio, con un elegante ejercicio iconográfico de reconstrucción con el que es muy fácil, y a la vez grato, identificarse. “Yo trabajo siempre por el detalle, a la manera nabokoviana, trabajo con el clisé, con el sobreentendido, sé el nivel de imaginación que maneja el inconsciente colectivo porque formo parte de él…”, dice Forn sobre uno de los recursos de los que se vale para estas crónicas. Las otras herramientas y las motivaciones surgen de la conversación que sigue.
—¿Cómo surgen las contratapas, la idea de esas crónicas, relatos, aguafuertes?
—Es un lugar donde convergen dos cosas, una es la sensación que tenés cuando terminás de leer un libro que te gustó mucho, que muy rara vez la compartís con alguien, es como una adrenalina que tenés adentro y se va derritiendo en vos mismo, y la otra fue la idea de que yo dije que lo que iba a escribir en serio era esa columna –generalmente los tipos que tienen una columna en un diario tratan de sacársela de encima lo más livianamente posible para dedicarse a escribir en serio–, porque lo más en serio que hacía en ese momento era la lectura de estos libros que me transfiguran y me transportan y me pregunté qué pasaba si yo conseguía poner en palabras ese envión, esa intensidad de cuando termino de leer un libro, ponerla en palabras con algún firulete.
—¿Qué te dispara los relatos?
—El personaje, la época, una suma de cosas, pero el procedimiento viene de los libros, básicamente me nutro de libros en el sentido de que aunque sea una película o un disco, tarde o temprano lo que voy a buscar es todo lo que hay escrito sobre eso para recrearlo, y usar este formato periodístico como coartada, como camuflaje, cosa que te obliga a un nivel de condensación y de densidad muy grande, condensación en el sentido que tenés que sintetizar, y conseguir el efecto de que cuando el lector lo lea, transmita más de lo que dice porque solamente tenés cien líneas. Yo aspiro a que parezcan novelas, novelas atomizadas, un cuentito donde vos sentís que estuviste en Rusia, o en Japón, lo vivís…
—¿Y qué prevalece en el cuentito, las situaciones o el personaje?, ¿y en el caso de la música cómo sería?
—Por lo general pienso en el día que a algún fulano se le ocurrió una letra; una vez escribí sobre Sumo una historia del día que (Ricardo) Mollo y (Diego) Arnedo grabaron una base hermosa en la última época de Luca, que ya estaba quemado, que ni siquiera iba a la sala de ensayo, y parece que Luca llegó medio borracho y escuchó las bases de algo completamente ambient, y le improvisó encima “Mañana en el Abasto”, en ese castellano cocoliche, y se lo dieron a Mollo en un cassette y se dio cuenta de que lo grabó en el mismo canal o sea que ya no podían sacar más la voz, y un día se lo mostró a Spinetta y le dijo que viera lo que les hacía Luca, cómo los arruinaba, y Spinetta dijo que estaba bueno, y Mollo finalmente pudo ver desde otro lugar; yo trato de reconstruir siempre con palabras más allá de que el que hable sea un arquitecto, un médico, un escritor, yo de lo que hablo es de emociones humanas transmitidas a palabras, ese juego de siempre.
—Si el texto se zarandea, ¿cuánto queda de real?, está ese impulso de recrear, de representar.
—Yo trabajo siempre por el detalle, a la manera nabokoviana, trabajo un montón con el clisé, con el sobreentendido, sé el nivel de imaginación que maneja el inconsciente colectivo porque formo parte de él, trabajo con iconografía, para construir una escena, trabajo con telón de fondo, sea la Revolución Rusa, el Londres de los Beatles, la Guerra Civil española. Trabajo con el clisé tratando de no mencionarlo pero aludiéndolo entre líneas para que vos cuando lo leas, lo estés viendo, vos eso lo tenés que ver…
—Teniendo en cuenta lo que dijiste acerca de lo que es hoy tu forma de hacer literatura, ¿le augurás larga vida a las contratapas?
—Es una especie de paradoja, porque por un lado está eso, y por otro no puedo mecanizarlo porque si no me voy a repetir; a mí lo que me sirve es el formato, es decir, las cien líneas como módulo tienen el suficiente espacio para hacer la clase de curva que para mí produce el hecho literario, es como el módulo mínimo, entonces si yo quiero escribir algo largo, lo más probable es que por la manera en que quedé formateado durante estos ocho años, escriba de a cien líneas, a lo mejor escriba algo que iré enganchando con otra cosa hasta ver qué pasa con lo maníaco de estos ocho años, que cada semana es una una época distinta, un lugar distinto…
—¿De quién fue la idea de reunir en libros las contratapas?
—La editora de Emecé, que es donde yo publico, es una vieja amiga, y mientras conversábamos me preguntó si quería hacer un libro con las contratapas. Yo había hecho los libros de notas de Radar, La tierra elegida y Ningún hombre es una isla y los de Página 12 habían sacado todos mis libritos en kioskos y ahí me preguntaron por qué no poníamos un bonus track, que fuesen algunas contratapas, y anduvo bien, y una chilena, muy buena editora de Santiago, me dijo que quería armar uno, no el verde de Página…, que tenía 20 contratapas, me dijo que quería hacer uno de 40 y eligió ella y fue la primera vez que me dejé editar y salió hermoso, y después la editora de Emecé me preguntó si le veía formato libro y le dije que esperara porque no lo entendía, y un día descubrí que 52 semanas daba un libro de 250 páginas y que había encontrado un formato y pensé en que estaría bueno que saliera en una cajita que tenga tres, cada libro formaría una curva, sin respetar para nada la fecha en que salieron, armé un orden y traté de recoger en forma de libro la ceremonia de los lectores que todos los viernes abren la web para leer la contratapa de Forn; es un libro que te permite que en vez de tener una visita semanal conmigo, vivir en el mundo en el que vivo yo hace siete años, tenés el libro y si querés te lo leés todo corrido, así que hice tres, no sé si voy a seguir escribiendo ocasionalmente contratapas, creo que sí, que cada tanto voy a mandar una, pero ahora, como centro de mis desvelos, ya está, tengo que cerrar este ciclo y pensar en otra cosa…
—¿Y quién editó estos libros?
—Lo edité todo yo, no encontré nadie con paciencia suficiente para hacerlo, las cuatrocientas contratapas son más de 2.000 páginas y son muy condensadas, tratar de leer más de diez seguidas, y no las que yo elijo en el libro, en el formato página como salían, terminás leyendo cuatrocientas para elegir, tenés que descartar, te entumece el paladar, es imposible, y además las malas arruinan las buenas, porque a veces ves el mecanismo, la repetición…
—En el primer tomo tenés como una introducción o algo así donde hablás del formato que utilizaste.
—Sí, pero es también una contratapa contando la historia, que funciona como ars poética, y en vez de ponerla al final, que hubiera sido lo lógico, la puse al principio porque espero que haya gente que cuando algún día no salgan más las contratapas en Página 12, llegue al libro como libro y entonces encuentre en la primera contratapa cómo fue ese rito y pueda darse cuenta que eso salía todos los viernes…
Clínica y presentación
Juan Forn estuvo en Rosario la semana anterior para presentar sus tomos de Los viernes, actividad que llevó a cabo en El Diablito Bar junto al periodista Hernán Lazcano, y para dictar un taller sobre periodismo cultural y narrativa en el espacio del Centro de Formación Profesional Pichincha, perteneciente al Sindicato de Prensa Rosario. Este encuentro fue organizado entre el mismo SPR y el colectivo de producción cultural Cardumen y tuvo la colaboración de la Secretaría de Cultura municipal. En el encuentro –que llevó el nombre de “Hijos del libro, una clínica para enfermitos como yo”–, Forn recorrió su experiencia como narrador y dio detalles de la factura de las crónicas aparecidas en las contratapas de Página 12, desde su génesis hasta los desafíos que implica su concreción. En lo que refiere a su recorrido como editor, el escritor mentó anécdotas de cuando estuvo a cargo de “Radar”, el suplemento cultural, y puso de relieve el estado actual de ese tipo de suplementos y su futuro en el soporte papel, entre otras pertinencias.