Todavía hay muchos personajes señeros de la vida cultural rosarina que no tienen un retrato en cualquiera de sus formas posibles, es decir, periodístico, audiovisual, literario. Uno de ellos era Gary Vila Ortiz, un periodista y poeta de fuste, reflexivo, influyente, de profusa imaginación que con el tiempo fue convirtiéndose en una figura emblemática del quehacer cultural local. Era hasta ahora, porque un reciente documental viene a reparar esa omisión y pone en consideración algunos aspectos que pintan entero a Vila Ortiz, desde su lugar de hombre de letras, desde su lugar ideológico, desde su práctica política y desde su no menos significativa vida sentimental.
El documental se llama Las tres pasiones que gobernaron mi vida y su factura corrió por cuenta de Lucía Vila Ortiz, una de sus nietas, lo que otorga al material un matiz interesante en relación a los interrogantes que formula para acercarse, como parte del entramado familiar, a esa figura un tanto ambigua, difícil de apresar que fue su abuelo y que ahora la perspectiva y su labor como armadora de un itinerario posible le permiten vislumbrar.
Las motivaciones
El título del documental alude a una declaración, o confesión según como se mire, del filósofo Bertrand Russell y que al decir de uno de los entrevistados, el también periodista Claudio Demarchi, Vila Ortiz hacía suya y que describía cuáles eran las pasiones que motivaron al pensador británico y que la realizadora utiliza para nombrar a cada una de las tres partes que componen su trabajo audiovisual. En “La búsqueda de conocimiento”, ya adscribiendo a una primera persona consecuente durante todo el documental, Lucía Vila Ortiz hace mención a que su apellido la somete a responder todo el tiempo qué parentesco la une a su abuelo; menciona cómo lo veía cuando niña, que pensaba que “escribía cosas sin sentido” y que a él le molestaba verle las uñas pintadas.
Tras esta rápida memoria, surgen los testimonios, generalmente de colegas periodistas –hubiera contribuido a esta semblanza entrevistas a poetas de distintas generaciones que continúan admirándolo o que rescatan su encomiable tarea como creador de El Centón, una revista sobre poetas y poesía, como así también su lugar como exquisito cultor de jazz, aspectos que darían por sí solos para otro trabajo– y de los miembros de esa vasta familia que van puntuando, cada uno desde el lugar que le tocó ocupar en el itinerario existencial de Gary, su experiencia para hacer surgir nítido un perfil de quien fue un “referente de la ciudad querido por todos”.
La mirada de los otros
Dicen lo suyo el director de Rosario/12 Pablo Feldman, el ex jefe de redacción del diario La Capital Daniel Abba; el mencionado Claudio Demarchi, que trabajó junto a Gary en el decano cuando éste ocupó la jefatura de redacción del decano; su yerno y secretario general del Sindicato de Prensa Rosario, Edgardo Carmona, otros periodistas como Beatriz Vignoli y Horacio Vargas, todos lo hacen con cuidado, con elogios, con una intención de rescate y poniendo el acento en su generosidad y desprendimiento material.
En la mirada de su familia –de varios vasos comunicantes ya que abundan los pareceres de sus hijos con su primera mujer; el que tuvo con otra pareja; su última esposa– ese gran periodista que fue Gary surge junto a sus comportamientos afectivos motivados por el intenso ascendente que tenían las mujeres en su vida, incluso como portador de “un aire seductor” como lo explicita uno de sus hijos.
“El anhelo del amor” se titula esa segunda parte que panea sobre las vivencias amorosas a partir de esa indagación personal de su nieta. Elocuente es la secuencia en que Lucía Vila Ortiz entrevista brevemente a otro hijo de Gary –un tío indirecto– y queda en evidencia su propia cara de asombro cuando él le cuenta que siempre se preguntaba cómo lo considerarían sus hermanastros. En el planteo de cómo contar esta parte de la historia de su abuelo, la realizadora parece ir construyendo su propio relato con los fragmentos de vida que escucha por primera vez. Y aquí la pregunta de quién era realmente Gary está parcialmente saldada para su nieta –y para la finalidad del documental– porque va encontrando aquellos rasgos que lo distinguen y lo definen en las particularidades de las que eligió dar cuenta.
“Estar con Gary era muy entretenido”, dice Carmona cuando rememora algunos de los momentos que pasó con él, que su privilegiado lugar de yerno le ha dispensado y que a juzgar por su cara y sus gestos atesora con fruición. Seguramente no es todo lo que existe sobre Gary, pero el material de archivo –fotográfico, audiovisual– del que se vale Lucía le permite ilustrar profusamente algunos de esos pasajes y permite un ritmo sostenido del relato que minimiza su devenir un tanto arbitrario, tal vez consecuencia de su visión de esos hechos, de los que ya conocía de oídas y de aquellos con los que se topó a la hora de construir el documental.
Un episodio traumático
En la tercera parte, “Una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad”, la narración se arroja de lleno en el que fue tal vez el episodio más traumático en la vida del poeta y periodista: el hostigamiento y violencia sufridos en carne propia y la zozobra y angustia que ello causó en los miembros de su familia. Como militante del Modeso, una línea partidaria del radicalismo alfonsinista que propugnaba un estado de bienestar con un enfático discurso socialdemócrata, Gary fue candidato a gobernador por ese sublema; esa condición estuvo íntimamente ligada con las agresiones de las que fue víctima
Además, a mediados de los noventa, también se producía un cambio de timón en el diario La Capital con la partida de los Lagos y la llegada de Daniel Vila y José Luis Manzano, conocidos en ese entonces como el Grupo Uno y que sin anestesia provocaron profundos cambios en la redacción. Vila Ortiz mediaría entonces desde su lugar en ese espacio periodístico con la nueva cúpula. “Cada vez que escribía, inquietaba”, describe el periodista Abba intentando hallar alguna causa de los padecimientos de su colega.
“Enfrentaba de algún modo al poder mafioso”, refiere Vargas en esa misma línea, del mismo modo que sus hijos expresan lo que implicó aquella época donde algunos medios de la ciudad, sirviendo a sus enemigos, intentaron hacerlo aparecer presa de desvaríos y alucinaciones, “hacer que la persona parezca loca”, como dice Vignoli. Los registros televisivos que se muestran en el documental, con Gary exponiendo los ataques que le propinaban ponen de relieve la situación terrible que vivió en aquel tiempo y desnudan las intenciones de sus perseguidores.
Una entrevista de un canal local lo muestra con una herida todavía fresca en su abdomen –nada menos que el trazado de una esvástica a punta de arma blanca– echando por tierra cualquiera de los males psíquicos que se afanaban por atribuirle. “Siempre se ataca el eslabón más débil”, señala Demarchi sobre el final.
Gary no se amilanó y continuó militando y denunciando públicamente la situación como lo prueban las imágenes de un acto donde hace expreso su deseo de seguir adelante frente a un auditorio y al lado de un joven secretario general del SPR que acompaña con sentida arenga ese estado de las cosas.
Ampliación de un mundo
Así, Las tres pasiones que gobernaron mi vida cumple con lo que suele ser el motor que anima este tipo de documentales, el de la búsqueda de una historia que amplíe el mundo del realizador, que le permita entender la realidad de la que fue parte, de otra manera, la que surge de aquellos que transitaron junto al objeto de relato, un peso específico de la cultura local y su propio abuelo, el camino de la vida y del trabajo, y que ahora lo (le) dicen a cámara.
Un hombre que primero se enamoró de la literatura, o de la cultura, y luego de la relación que ese amor le permitió tener con el mundo. Algo de esa pasión que motivó a Gary queda cifrada en el primer trabajo de Lucía Vila Ortiz.
La función
«Las tres pasiones que gobernaron mi vida» se podrá ver este viernes a partir 20 en la sala Arteón (Sarmiento 788)