Sergio Molina García (especial para El Ciudadano)
En 2011 surgieron en España diferentes movimientos de protesta ante los recortes en los servicios públicos. El sector de la medicina se identificó como la marea blanca y el mundo educativo como la marea verde. Recorrieron (y recorren, como en Barcelona esta misma semana) las calles para denunciar el retroceso en los servicios públicos. En Francia, en las últimas semanas, ha aparecido un movimiento al que también se le ha atribuido una denominación vinculada con una prenda de vestir, los chalecos amarillos. Pero ¿qué hay de nuevo, viejo, en esas movilizaciones?
Chalecos amarillos
La gran mayoría de las noticias sobre los gilets jaunes (chalecos amarillos) aparecidas en los medios de comunicación españoles se han centrado en la gravedad de los incidentes: número de detenidos, desperfectos urbanos y, por desgracia, han tenido que hacerse eco del fallecimiento de una persona en uno de los piquetes. Sin embargo, pocas veces se ha reflexionado sobre la envergadura de dichos movimientos.
Para incentivar el debate mostraré tres características que no se pueden obviar para poder entender su relevancia. La primera obedece al origen de la problemática. Macron ha anunciado un nuevo impuesto a los combustibles, convirtiendo a Francia en uno de los países con mayores cargas fiscales sobre esos productos. Si se observa la actualidad desde una mirada ecologista, el debate va mucho más allá, ¿cómo dirigir la transición ecológica hacia medios de transporte más limpios sin que eso repercuta en el bolsillo de los ciudadanos?
La segunda característica es, quizás, la más reseñable para los estudios sociológicos. Para ello hay que volver al inicio del artículo en el que, de manera retórica, se preguntaba al lector sobre la relación de los gilets jaunes con las mareas españolas. Este movimiento francés es un nuevo síntoma del agotamiento del sistema y una nueva demostración de la fuerza de los movimientos sociales. Las protestas han mostrado características propias que han dejado fuera de juego al gobierno de Macron.
Todas las mareas
A diferencia de las mareas españolas, esta marea a la francesa ha conseguido ser transversal a toda la sociedad. No protesta un sector social determinado, sino toda la ciudadanía. De ahí que no se utilice el símbolo específico de una profesión (como podían ser las batas de médicos y enfermeros), sino un chaleco que posee todo el mundo que tiene un vehículo. No importa si tu profesión requiere el uso de combustibles a diario o si solo los utilizas para viajar, la cuestión es que te repercute negativamente.
Amplio arco político
Por último, estos movimientos han vuelto a recordar algunas características del mayo del 68. Han aparecido de manera más o menos espontánea y sin una organización política o sindical detrás. Pero, tras el eco social que han adquirido en tan solo unas semanas, gran parte de las fuerzas políticas de la oposición han tratado de vincularse a los gilets jaunes. Un amplio arco político con figuras tan dispares como Marine Le Pen, Jean Luc-Mélenchon y Laurent Wauquiez han defendido las protestas e incluso han formado parte de algunas manifestaciones, aunque hasta el momento ninguno ha conseguido apropiarse del discurso.
El horizonte de los chalecos amarillos todavía está por determinarse. Puede acabar en los anales de la historia como una protesta ciudadana francesa sobre un problema mundial, pero también puede extenderse por occidente a través de las redes sociales. De momento, en Bélgica ya ha tenido su réplica.