Especial para El Ciudadano
Manejar un Mercedes Benz es sinónimo de status. La marca gana siempre en la Fórmula 1 y sus autos son un símbolo de la calidad de la ingeniería alemana. Sin embargo, no todas sus partes se fabrican en tierras teutonas, ni con mano de obra germana. O al menos eso pasaba en el mundo globalizado, el que está en pausa desde la llegada de la pandemia.
Y en esa economía sin fronteras, una heladera de una casa en Madrid podía estar hecha en Turquía y la elegancia de un auto alemán podía haber sido armada por obreros mexicanos, polacos o rumanos, según las variaciones del tipo de cambio, el avance de las leyes laborales en cada país.
La tela de los cómodos asientos de un Mercedes, por ejemplo, se terceriza para su elaboración en la planta de la firma Lear en Ciudad Juárez, México. En esa ciudad, limítrofe con Estados Unidos, hay un foco de la pandemia y en varias fábricas hubo muertes de obreros infectados con coronavirus. Situación que se repite en varias localidades estadounidenses, donde ya se verificaron contagios en 115 establecimientos industriales y hubo que lamentar numerosos fallecimientos.
Una frontera caliente
Escenario elegido por series de HBO sobre narcos y criminales, la frontera entre México y Estados Unidos, es también el destino favorito para multinacionales y empresas estadounidenses, que en el último tiempo han radicado en esta zona sus maquiladoras, fábricas que reciben materia prima y devuelven productos terminados, con muy bajo costo de mano de obra.
Como en otras partes del mundo, no está claro en la zona de Ciudad Juárez cómo el virus que nació en China llegó aquí al paciente cero, aunque hay alguna hipótesis, por lo menos en la multinacional autopartista Lear.
En los primeros días de marzo, cuando el COVID ya causaba centenares de muertes en los países europeos, sus autoridades ofrecieron a sus empleados pagar horas extras para acondicionar uno de los sectores de la planta. Iban a recibir, del 9 al 13 de ese mes, la visita de una delegación alemana para verificar la calidad de la tela de los asientos que produce para Mercedes Benz.
Unos días después de haber recibido a los alemanes, la empleada Adela García manifestó síntomas de una gripe fuerte y en el consultorio de la empresa le dieron analgésicos. El 28 de marzo sería su último día en la fábrica. El 29 se iba a internar y una semanda después moría, víctima del COVID-19. El 1 de abril Lear, iba a detener su producción con numerosos contagios ratificados.
Según denunciaron los operarios, la planta sólo había implementado como medida sanitaria la provisión de alcohol en gel en áreas administrativas. Como Adela, iban a perder su 13 obreros más, infectados.
Hacia fines de marzo, el presidente mexicano López Obrador era noticia en el mundo por burlarse del virus. Como por entonces también lo hacían el inglés Boris Jonhson, Donald Trump o el brasileño Bolsonaro, se sumaba a la lista de líderes mundiales que desafiaba las reglas de distanciamiento. “No ayudamos si nos paralizamos. Sigan llevando sus familias a las fondas a comer”, decía.
Más muertes obreras
En la misma Ciudad Juárez, hubo más muertes en estos días y protestas, como la del personal de Honeywell, que acompaña esta nota. Allí, se fabrican alarmas contra incendio. «¿Realmente es esencial lo que producimos acá?», se quejó una de ellos en testimonio que reprodujo la revista Forbes. El reclamo se dio tras el fallecimiento de un operario con COVID19.
Según detalló la abogada laboralista de esa localidad, Susana Prieto, se dieron más contagios y muertes en otras maquiladoras, ninguna elaboradora de productos esenciales. Hubo tres fallecimientos en Regal Beloit, que arma motores de heladeras, dos en Commscope, una en Inventec y dos más en Toro Company.
También hubo 6 muertes obreras en Syncreon. que repara cajeros automáticos para bancos de Estados Unidos. Se especula, en este último caso, que el vehículo de contagio pueden haber sido los billetes de dólar, manipulados por americanos con COVID asíntomático. De ahí a alguna de las teclas del cajero y luego a las manos de un obrero mexicano. Una verdadera metáfora del capitalismo contemporáneo.
Gregoria
El alcalde de Ciudad Juárez, cerró restaurantes, pero no las fábricas. Y ante la presión para frenar actividades industriales, el embajador de Estados Unidos en México, Cristopher Landau, escribió en su Twitter: «Hay accidentes de tránsito todos los días, pero no por eso dejamos de andar en auto. La destrucción de la economía es también una amenaza a la salud».
Arturo Zorrilla Valenzuela, director médico en la ciudad, señaló al final de la última semana pasada que en la localidad había 521 casos positivos y 92 defunciones. En México no existe una única política sanitaria ante el COVID,sino que se delineó una cuarentena que cada Estado puede modificar según su criterio. En Chihuahua, las grandes empresas con capitales estadounidenses presionan para que la actividad continúe, más allá de no tratarse de actividades esenciales. Y sólo se han detenido en los casos en los que aparecieron contagios y muertes.
La firma Electrolux, que elabora electrodomésticos, es otro ejemplo. El diario español El País, informó de esta situación. Allí, fallecieron dos de sus operarias del área de evaporadores de heladeras. La primera de ella, dejó de ir a trabajar el 8 de abril, con síntomas fuertes. Ese día los obreros empezaron a recibir barbijo y la empresa comenzó a mandar a sus casas a los que estuvieran con fiebre alta. El 19 de abril, Gregoria C. moría infectada por COVID. Tres días más tarde, falleció su compañera Luz, del mismo sector. Recién en ese momento, se anunciaba que hasta el 4 de junio, la planta detendría su actividad.
Frigoríficos americanos
En los frigoríficos en el vecino Estados Unidos también hay alta tasa de contagios fabriles. En Dakota del Sur, la firma Smithfield tiene en la localidad de Sioux Falls una planta que emplea a 3.700 trabajadores y puede procesar hasta 19.500 cerdos por día. El 26 de marzo trascendió que había un primer caso de coronavirus positivo, pero se seguía trabajando, sin los adecuados protocolos sanitarios.
La información se había filtrado por la denuncia que hizo a un medio local, el Argus Leader, la hija de una pareja de empleados del frigorífico, desde su cuenta de Facebook. Al día siguiente, la empresa admitió ese primer caso de coronavirus, pero dijo que se cumplían las normas de distanciamiento. Sin embargo, los empleados siguieron trabajando a pocos centímetros uno del otro. Para el 15 de abril, había 644 casos entre obreros y sus familiares. Dos de los operarios, murieron.
Agustín
El diario La Voz de Arizona, tiene en su web la dolorosa crónica del final de Agustín Rodríguez, uno de ellos. Inmigrante salvadoreño que trabajó dos décadas para Smitfhfield. “Continuó yendo a trabajar, aún con síntomas, porque necesitaba el empleo”, explica hoy su esposa. La planta debió cerrar, pese a la oposición de Trump, que decretó la obligatoriedad de tener funcionando a los frigoríficos en la emergencia, “para asegurar el suministro de proteínas, con carne y aves de corral”, tal como lo escribió en su cuenta de Twitter.
Por eso las fábricas con fallecidos, paran por unos días para desinfectar y vuelven a abrir. Según la información oficial del propio gobierno de EE.UU, 4.900 obreros del sector ya se enfermaron y 20 murieron.
Las autoridades sanitarias a nivel nacional, iban a constatar más tarde que las pocas indicaciones de seguridad para el personal en la empresa se daban únicamente en inglés, a pesar de tener empleados de 40 nacionalidades distintas.
Según publicó la BBC, en esta planta de Smithfield, los obreros hablaban nepalí, vietanmita, tailandés o español, entre otros idiomas. En el Estado de Dakota del Sur, gobierna Kristi Noem del partido Republicano (el mismo de Trump) y se opone a la cuarentena.
La industria necesita cuidarse
El resultado de no aplicar estrictos protocolos sanitarios en fábricas está a la vista. Y sirve como referencia lo que pasa en la provincia de Santa Fe. Con cuarentena nacional vigente, se fueron sumando algunos rubros a las actividades esenciales. Y hoy, en territorio santafesino, un 50 por ciento de las plantas industriales ya está funcionando, con más de 60 mil trabajadores activos. No obstante, desde el inicio de la pandemia, se dio hasta ahora un solo caso positivo de coronavirus. Fue en un frigorífico en la localidad de Nelson a fines de marzo. Se determinó el cierre por 15 días de la planta y no hubo más contagios. El infectado logró recuperarse.
Pero si a las fallas en controles dentro de las plantas que se ven en Estados Unidos y México se le suman regulaciones laxas afuera de las mismas respecto al distanciamiento, y políticas contradictorias de los gobiernos de Trump y López Obrador sobre cómo prevenir los contagios o el propio virus, se entiende la repetición de casos en las fábricas.
La mencionada Smithfield debió cerrar la última semana de abril otro de sus establecimientos, en Monmouth, Illinois, por contagios de COVID-19. En Colorado, hubo problemas con JBS -que también tiene establecimientos en la Argentina- después de haberse verificado al menos 103 casos positivos y cinco fallecimientos. La empresa Tyson Foods, la más grande del país, sumó varios miles de infectados en varias de sus fábricas del Estado de Iowa. En la localidad de Perry, 730 empleados contagiados. En Waterloo, 890 dieron positivo. Y en Columbus, 221. En este último, murieron dos operarios. En Savannah, Georgia, en una procesadora de pollo de la misma firma, fallecieron otros cuatro. En el sitio oficial de la empresa, puede verse en un video al Vicepresidente de Recursos Humanos de la firma, Héctor González, que dice, antes de recitar en inglés cuáles son las medidas de protección que debe tener el personal: “Sabemos que todos están ansiosos en tiempos difíciles y creemos que la información es la mejor herramienta para combatir el virus. Queremos expresar a nuestro equipo nuestras condolencias”. Fue publicado hace dos semanas, cuando ya las muertes se habían producido.