Si algo le faltaba a este 2020 nefasto era que se muera el Diego. De acá en adelante solamente una invasión alienígena podría superar semejante catástrofe. Y es que aunque las señales estaban ahí hace rato para el que quería (o aceptaba) verlas, el golpe no deja de ser devastador, ya que Maradona fue, es y será la representación más fiel de la más pura idiosincrasia argentina.
Su sola mención nunca pasaba desapercibida y despertaba todo tipo de pasiones. Nadie amó más al fútbol que Diego. Él era el potrero puro, la gambeta más fina, la zurda más mágica y el grito más sagrado en toda la historia de nuestro país.
Pero también era mucho más que fútbol. Era rebeldía pura y revolución, convicciones firmes (a veces no tanto, dependiendo de cómo le pegaba la que tomaba ese día) y la voz de los oprimidos, capaz de entrar al Vaticano y de increparle al Papa sus techos de oro cuando hay millones de personas que se mueren de hambre en todas partes. ¡Decilo Diego! ¡Decilo, carajo!
Nada podrá superar lo que pasó ese 22 de junio de 1986 ante los ingleses, el día que le dio a este país la alegría más grande que vivió y vivirá alguna vez. Y a esta altura del partido, al que le hace falta que se lo expliquen es porque no entendió nada. Y al que sí entendió, entonces no es necesario andar dándole ninguna explicación.
Diego es todos nosotros. Está (y estará por siempre) en los cuarenta y tantos millones de argentinos que poblamos esta tierra, esa que “regó de gloria” en el Estadio Azteca hace tanto. Él representaba lo mejor y lo peor de nosotros. Era nuestro emblema por excelencia. Y lamentablemente ya no lo tenemos más.
Se veía venir este final, pero la trompada sigue siendo muy difícil de resistir. El Diego era uno más, casi como un familiar lejano pero muy querido. Será por eso que dolió tanto verlo así como un zombi cuando entró a la cancha de Gimnasia la última vez. Ese, definitivamente, no era Maradona, sino más bien un cascarón vacío e inerte ocupando el cuerpo del que fue, por años luz de distancia con cualquier otro que quieran nombrar, el personaje más pintoresco y polémico de nuestra historia.
Tu valiente, pendenciero, talentoso, bravucón, pícaro y maravilloso corazón al fin dijo basta Diego. Demasiado duró. Todos y cada uno de los homenajes que le hicieron este último tiempo en las canchas que visitó a lo largo y ancho del país fue un merecido (y premonitorio) homenaje al genio detrás de la mano de Dios y del mejor gol en la historia de los mundiales. El hombre de las mil caras y barbaridades. Tan noble como egocéntrico, humilde y egoísta, top y grasa. Simplemente Maradona. Único e irrepetible. Fue Dios y Diablo. Fue único. Lo llora el mundo.
En algún lugar del vasto universo, una estrella extraordinariamente grande gastó todo su combustible y llegó a su fin. Ardió con la fuerza de mil soles y brilló con más potencia que la mayoría. Gracias por tanto Diego y perdón por tan poco. No eras más que un pobre pibe de una villa miseria. No nos debías nada. Y en cambio nos diste todo.