Hay cientos de historias de personas que relatan cómo Diego Maradona les salvó la vida, los hizo felices, los reunió con familiares o amigos y, ante esta catarata de mitos, aparece uno nuevo: el día que salvó de la muerte a uno de los directores más relevantes de la actualidad, el italiano Paolo Sorrentino, según refleja en Fue la mano de Dios, una película que pasó por el Festival de Mar del Plata y que el 15 de diciembre se estrenará en Netflix.
Cuando el realizador tenía 17 años sus padres murieron por un escape de gas en una casa de veraneo que tenían en la montaña. Según contó a la prensa, él siempre le pedía a sus padres poder ir a ver al Napoli de visitante, algo que le era negado. Un día, en que el equipo en que jugaba Diego iría a enfrentar al Empoli, por fin accedieron, y gracias a eso el director de Amigo de familia no corrió la misma fatídica suerte que sus progenitores.
“¡Fue la mano de Dios!”, le exclama en el cementerio un tío octogenario al que solo conmueve el fútbol a Fabieto (Filippo Scotti), el joven protagonista de la cinta y alter ego de Sorrentino.
Ese es el punto al que tiene que llegar la película para ver la transformación del personaje. Se trata de un film personal e íntimo, según reconoció el propio Sorrentino, que retrata, además, el ambiente familiar de los italianos del sur, tan reconocido por la idiosincrasia del argentino como por cintas del cine italiano clásico, que tiene a Federico Fellini como máximo exponente y referente de la cinematografía del director napolitano.
En la historia, Fabieto es un adolescente que va de aquí para allá con su walkman y los auriculares colgando. No tiene amigos ni nada que lo entusiasme. Sus compañeros son su madre y su padre, y su pasión, el Napoli. Su amor, su exuberante tía Patrizia, y su deseo, que Maradona juegue en su club.
Fabieto se ríe con su padre; su madre, hace bromas pesadas sin parar; su hermano, un actor frustrado, siempre lo acompaña; su hermana, encerrada en el baño como la adolescente que es. Una familia ideal, pero con secretos que ponen en cuestión el supuesto idilio, y que afectan al sensible Fabieto.
Sorrentino apela a su magistral forma de filmar (la película empieza con un impactante plano en helicóptero de Nápoles) y a su singular humor ácido para mostrar el seno de esta familia de clase media alta que, de un día para el otro, queda diezmada. Y ante la fatalidad, ni siquiera Maradona y el Napoli pueden rescatar del dolor a Fabieto.
Es un “coming of age” a la italiana. Con chistes políticamente incorrectos sobre la gordura, la discapacidad y las mujeres (de hecho, algunas personas se retiraron de la sala en Mar del Plata promediando la hora de proyección, tras varias de estas bromas); con las hormonas del adolescente a punto de explotar y con toda la incertidumbre que genera la edad.
“¿Qué vas a estudiar?”, le pregunta la madre; “Filosofía”, contesta; “Y eso qué es?”; regresa la madre; “No sé”, sentencia con total inocencia el hijo. También decide ser cineasta, a pesar de solo haber visto “cuatro o cinco películas”, según le reconoce a la representación del director napolitano Antonio Capuano, uno de sus maestros, en una surrealista caminata por las ruinas de Nápoles, que culmina en la bahía.
Para los amantes del séptimo arte, Sorrentino también despliega su abanico de guiños y homenajes: desde Malena y Malizia, con el amor adolescente hacia mujeres adultas, hasta Érase una vez en América o el libro, transformado en película, de El desierto de los Tártaros.
Para aquellos que quieran ver un film embanderado en la figura de Maradona, tendrán escenas del mundial 86 o frases altisonantes del “Diez”. Y para aquellos que buscan ver cine en estado puro, aunque no está a la altura narrativa de Il Divo o La gran belleza (con la que ganó el Oscar), tendrán en Fue la mano de Dios una buena excusa para acercarse a la sala.