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Fue una señal de fuerza al PJ como la de Kirchner en 2003

La designación pretoriana de dos jueces de la Corte en comisión es la primera señal de fuerza de Mauricio Macri a un sistema que lo tiene sometido a riguroso examen de virtudes, defectos, capacidades y restricciones.

La designación pretoriana de dos jueces de la Corte en comisión es la primera señal de fuerza de Mauricio Macri a un sistema que lo tiene sometido a riguroso examen de virtudes, defectos, capacidades y restricciones. Es la respuesta al desaire del peronismo que lo dejó sin oposición en el acto de jura en el Congreso, y al de Cristina de Kirchner de negarle las precedencias de ganador con su ausencia en el Congreso.

Con el decreto, el nuevo presidente le envía un mensaje duro al peronismo al que advierte distraído en un debate interno sobre el liderazgo de la oposición. Esa formación que tiene enfrente hace uso de una construcción ideológica de prestigio en la sociedad argentina, que afirma que el peronismo es el único partido que puede gobernar, que es tan fuerte que terminará doblegando al ciclo de Cambiemos y que el mandato 2015-2019 es un descanso que se toma lejos del poder.

Ante ese peronismo, Macri alzó con fiereza que revela, además de audacia, que no teme caminar por la cornisa, y que tiene una artillería oculta de recursos sorpresivos. El dardo que resintió a sus propios aliados, que lo creían incapaz de gestos de incorrección como el ardid de designar a la Corte en comisión. Se para ante sus adversarios en lo institucional –Cristina de Kirchner, Carlos Zannini, Carlos Kunkel, Diana Conti– y les dice: soy más vivo que ustedes porque nunca se les ocurrió esta audacia; soy capaz de picardías mucho más fuertes que las que ustedes hacían para imponer su justicia legítima. Sostiene esa presunción que el kirchno-comunista Eduardo Barcesat aconsejó a la ex presidenta que usase el mismo método para imponer a Roberto Carlés, pero ella se negó “porque no era prudente”. Y que Macri sí hace cosas imprudentes.

Este dardo puede ser un búmeran, como despuntaba el martes con las críticas del arco antikirchnerista que se acercó a Macri apenas asumió: los bienpensantes Sergio Massa, Margarita Stolbizer, que encontraron la oportunidad que les dio el presidente para dispararle, con fogueo suave, críticas a este procedimiento que consideran kirchnerista o por lo menos peronista. De la propia tropa, Ernesto Sanz se alineó en su defensa, como Mario Negri. Y Elisa Carrió, numen institucional, permaneció en silencio. Entienden, seguramente, que lo que hizo Macri fue enviar una señal poderosa de que a él no le van a venir con tiquismiquis instruccionales, y que puede jugar tan sucio como el que más.

Esa es la única explicación a lo hecho, que no tiene ningún propósito institucional de cubrir vacantes en una Corte que puede funcionar bien, que en enero estará de feria, que no tiene ninguna causa de interés especial o urgente para la agenda del oficialismo. Vale por la forma, no por el fondo. Arriesga en una puja florida, que si sale mal le permite retroceder, siempre dentro de la legalidad. Dirá, en todo caso, que es de sabios rectificar, pero la trompada ya golpeó a sus adversarios.

El gesto es la primera echada de cal a la construcción de la figura presidencial que tiene pendiente Macri, que viene de cumplir con la tarea de un alcalde, administrador de cercanías y vecindades que basó su gestión en la Capital en lo que se llama el “Estado de obras”. Para ejercer la presidencia no basta con eso; hace falta la construcción política, y en un sistema personalista como el argentino, hunde los cimientos en el temperamento de Macri, que pocos conocen. El nuevo mandatario es un aventurero audaz: a nadie con la fortuna personal de él y su familia se le ocurriría ser presidente. Sólo lo hace un osado, que salta sin preguntar si hay agua o red; ha resistido experiencias como la de su secuestro sin quebrarse después de varios días encerrado en un ataúd. Si encima se entregó a la meditación zen, puede entenderse que es un personaje extraño al resto de quienes lo rodean, que jamás querrían enojarse, como hizo anteayer Macri con Daniel Sabsay y el arco de locutores y columnistas que hasta entonces lo intoxicaban con el incienso del elogio y que ahora se preguntan qué le pasó. ¿O Macri era esto y no lo otro?

El gesto lo explica efectivamente la necesidad de hacer músculo en la intemperie del poder. Ganó las elecciones perdiendo la primera vuelta (un poco más del 34 por ciento de los votos), superó al peronismo en el balotaje por algo más de 600 mil votos, tiene al Senado controlado por sus opositores y le va a costar la convivencia con los diputados.

¿Cómo no ensayar un gesto de fuerza que vale más por la música que por la letra? Porque, en realidad, la Justicia entra en feria, no hay Congreso que pueda descalificar su decreto. Se toma esos recesos y los aprovecha para meterles el dedo en la oreja a los peronistas que lo amenazan con el infierno.

Este método no es nuevo. Lo usó Néstor Kirchner ante una situación similar en 2003.

Había asumido por walk over después de perder la elección ante Carlos Menem. Tenía enfrente a un Congreso dominado por el peronismo que había sido menemista, y buscó también plantarse con gestos floridos que tenían más que ver con la demostración de personalidad que con el contenido de los proyectos. En las reuniones que mantenía con legisladores de sus primeros dos años, recibió críticas a muchos proyectos, el más importante el juicio político de los miembros de la Suprema Corte que había designado su propio partido en la década anterior. Los obligó a avanzar con el argumento odioso de decirles: “Me tienen que apoyar o si no ¿qué van a hacer, me van a destituir como hicieron con De la Rúa? ¿Cómo creen que va a reaccionar la gente?”. Con esto los callaba y lograba que le dieran el apoyo a medidas que no le gustaban mucho a aquel peronismo.

Este Macri 2015 emula aquellos ademanes, con el mensaje también a los peronistas: ¿Qué van a hacer después de lo que le toleraron a Cristina? ¿Me van a destituir? Si ustedes hicieron cosas parecidas, como la reforma judicial o la ley de subrogancias, pero nunca se animaron a tanto como yo.

A este Macri audaz siempre le han fascinado las ideas y las tácticas de expertos en lucha submarina, como Enrique Nosiglia (que conoce como pocos al abogado Carlos Rosenkrantz, discípulo de Carlos Nino, uno de los principales ideólogos del alfonsinismo de los años 80) o el astuto Pepín Rodríguez Simón, un factor clave en sus administraciones porteñas, como operador en las sombras en conflictos que no eran para cualquiera, y que además tiene un instinto afinado para las peleas callejeras y también judiciales, como lo demostró en enfrentamientos con vendedores ambulantes o en la presentación que hicieron Macri y Gabriela Michetti el 8 de diciembre ante la Justicia para que le señalara la puerta de salida de la presidencia a Cristina de Kirchner la medianoche del día siguiente.

Ese escrito lo firmó Pepín, quien también condujo el lunes al bloque de mercodiputados del PRO en la primera sesión en Montevideo en su envión contra la designación de Jorge Taiana como presidente del grupo argentino con vehemencia de jefe político. Pepín es un pez de aguas profundas, de esos imprescindibles en todos los gobiernos, y que actúan cuando los tibios dudan sobre avanzar o no, sin temor a que movidas como la del lunes sean feas, sucias pero no necesariamente malas. Tampoco aseguran el éxito, pero permiten mirarlo de lejos. Woody Allen se pregunta: ¿El sexo es sucio? Si, bien hecho, sí. Lo mismo ocurre con la política.

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