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Fuego fatal: mueren una madre y sus tres hijos

Vivían en una precaria vivienda de Granadero Baigorria que se incendió por causas que se desconocen.

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Ezequiel mueve chapas carbonizadas y evalúa la posibilidad de que sobre su familia pese una maldición. El suelo de la casa de su hermana, Roxana Romina Ruiz Díaz, de 32 años, todavía está caliente. A primeras horas de la mañana el vehículo sanitario conocido como mortera llegó hasta Varela y Brown, en el barrio San Miguel de la vecina localidad de Granadero Baigorria. Del lugar se llevó los cuerpos de su hermana y sus sobrinos, Ezequiel, de 11 años, Gisele, de 7, ambos dos con apellido de la madre, y de Rubén Pereyra, de 6 años. Ezequiel es carrero como fue ella hasta hace unos dos meses, cuando consiguió un trabajo estable en un geriátrico de la ciudad.

Ese pasado es presente en el lugar del siniestro que impone silencio de los vecinos y miradas vidriosas. Debajo de un carro en parte consumido por el fuego gallinas y gallos miran hacia los restos humeantes. Otras aves de corral siguieron el mismo destino que parte de la familia que vivía desde hace siete años en ese lugar del barrio pegado al cementerio.

Ezequiel piensa en su hermano Enrique, muerto años atrás de un disparo en el estómago que le efectuó un conocido mientras limpiaba un calibre 38 en el barrio rosarino Puente Negro, también zona de carreros. Ahora sigue su recorrido por las cenizas y esquiva dos bicis infantiles carcomidas por las llamas de la madrugada. La memoria le devuelve una última escena: el suicidio de su abuelo, también hace menos de un año, en Pueblo Esther, localidad de donde es la familia. “Es una maldición. A Roxana le dolió mucho su partida”, cuenta a El Ciudadano sobre las ruinas de la más fresca de las tragedias de los Ruiz Díaz.

En segundos

Cerca de las 5 de la mañana de ayer, y por razones hasta el momento desconocidas por las autoridades de la comisaría 24ª, un incendio no dio tiempo a la ex pareja de Roxana, Rubén “Chirola” Pereyra, de 30 años. Cegado por el negro humo despertó y logró rescatar a tres de los seis chicos que dormían en las dos habitaciones cubiertas con chapas. Cuando quiso volver al averno en que ser había convertido la casa que compartía con su ex mujer, el techo colapsó y los vecinos, reunidos en la puerta para auxiliar, lo retuvieron contra su voluntad. Su ingreso, aseguraron ayer a este diario, era imposible. Y menos lo era su salida con vida. Dos dotaciones de bomberos –una de Capitán Bermúdez y de Rosario– llegaron a la casa para luchar contra las llamas de al menos cinco metros, que incluso alcanzaron las ramas de un árbol vecino. Pero no pudieron hacer nada por Roxana y sus hijos.

El fuego fue extinguido y recién entonces sacaron a las víctimas de entre los escombros. Afuera quedaron apiladas y retorcidas, cual hojas secas, las chapas que oficiaban de techo del hogar. También una garrafa, que según Raquel, vecina y amiga de Roxana, podría haber causado el accidente. Desde bomberos de Capitán Bermúdez indicaron que pudo haber sido por un cortocircuito, una versión también probable ya que la cuadra había tenido en los días anteriores problemas con el suministro eléctrico.

En la tarde de ayer los restos de ropa marcaban el lugar de las habitaciones. Los trastos y platos calcinados la cocina. En pie sólo se mantuvo la estructura de ladrillos huecos anaranjados manchados con hollín. Los jefes de la casa habían dejado el cirujeo por un mejor trabajo –él con tareas en la construcción para el municipio de Baigorria– y conseguido levantar una habitación que ocupa el ancho del terreno. La idea era pasar de la chapa al ladrillo de a poco.

“Son como ves”, señaló Franco, vecino de San Miguel, hacia un grupo de jóvenes que en el mediodía de ayer levantaba un poste para dotar de luz a la cuadra del incendio. El fuego había afectado el tendido. “Toda la gente de acá es trabajadora y solidaria. A ellos les tocó la desgracia”, resumió.

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