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Fui lo que eres, serás lo que soy

Por: Fidel Maguna

Los confines de la mente permanecen cerrados. El infinito se encargará de que permanezcan cerrados. La pregunta permanecerá tácita en la nebulosa del deseo. Los deseos permanecerán escondidos, la raíz del deseo permanecerá enterrada, y tendremos que conformarnos con el fruto de un deseo errado.

No hay verdad, porque no hay mentira, no hay nada que hacer, porque no hay nada que temer. El ocaso avanza con pasos contundentes. El cemento del mundo no es nada al lado de los deseos del mundo, y la carne carcomida del cuerpo sigue lejos del deseo. En nuestra tumba podemos decir adiós, aquí yacen los restos del recuerdo, del pedazo de tiempo condensado y envasado; a los que nos amaron podemos decirles adiós, pero también podemos decirles que serán lo que soy.

Nos reiremos por fin del tiempo. Dios con su cuchillo de claridades terminará deshaciendo nuestros cuerpos. El sol terminará de cocinar a quienes conocen mis recuerdos. El recuerdo deshecho se irá a la garganta del diablo, tibio, en la misma bolsa de nailon donde dormirá el vecino de al lado.

El tiempo perdido lo reafirmaré perdido, el ruido lo declararé silencio, y la furia que envuelve la locura de vivir la dormiré para siempre entre paredes de tierra.

Pero hoy suena el mundo. Los nuevos adultos caminan la ciudad de cristal como si las calles fueran suyas. Los pilares del mundo aguantan con sus espaldas los errores cometidos y los errores por cometer. Destruyen los restos de la torre de Babel, un anciano viejo y arrugado le reza al tiempo para que se apiade de él.

Hay en un banco de plaza dos niños enamorados. El sol no los cocina, el sol los dora, porque juntaron las miradas y desafiaron a la muerte. Ellos condensaron el aire. Ellos se alejaron de la tierra y en cada palabra que se dicen, sin quererlo y sin saberlo, acarician al niño que tendrán, pero falta el tiempo, y los segundos son años en sus pieles tersas y en sus sexos desconfiados. El tiempo va a pasar. El sexo se avejentará. Lo enterrarán, pero el fruto de su sudor estará en pie, todo viril y femenino, como el recuerdo de lo que fueron sus recuerdos.

El amor se olvida, lo bueno de la vida es que todo se olvida, y en el olvido todo se perdona. Nacen flores en el camino incierto de la desdicha. Miles de flores surcan el camino de la desdicha. Los niños ya grandes transitan el bulevar de la decepción, todavía agarrados de la mano, excusándose ante el olvido que viene de frente deformando el presente.

Cavan pacientes sus propias tumbas. Ella ceba mates mientras él se quita el sudor de la frente. Colocan a la cabeza del pozo matrimonial un mármol, y a los pies un banquito de madera para que las lágrimas que lloren los que las tengan que llorar rieguen sus uñas secas. Piensan o intentan pensar, mientras el sol se muere bordó detrás de los árboles del parque. Él mira al tiempo, que se quedó atrapado en los pliegues de su piel. Ella mira al sol hacerse hilo en el horizonte. Pronto serán hilo también en el horizonte. Entre las demás tumbas del cementerio La Piedad empiezan a desfilar las sombras que regala el último rayo de sol. Los viejos siguen sentados mirando el mármol de algún desdichado, fantaseando que el infinito los atrapará agarrados. Él deja escapar el tiempo que se atrincheró en su piel. Ella cose las partes de sus recuerdos con el hilo que colocó en el horizonte. Entienden que la eternidad no es material. Ya es todo sombra en La Piedad. El sol debe estar dorando otros pueblos, recalentando otros sueños ya soñados para comer en la cena.

Salen los ancianos que fueron niños y se amaron. Abandonaron La Piedad con el último sollozo del sol y el primer grito de la luna. Es tarde ya para los que no pueden recordar.

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