Por Miguel Passarini
Comunes y al mismo tiempo particulares, ajenos a la lógica doméstica y, de igual modo, fácilmente reconocibles a la vuelta de cualquier esquina. Son esos mismos que alguna vez vio o escuchó, esos de los cuales le contaron los amigos entrañables, esos que en sí mismos acreditan un anecdotario tan colorido que, lejos de dudar de su autenticidad, quizás se pueda comprobar que aún están por allí, y hasta se los pueda ver por El Cairo o en cualquier esquina “rosarigasina”.
Puro Fontanarrosa es un hecho teatral que buscó y consiguió poner en valor el proyecto de Cultura municipal Cuatro Cuartetos, que el viernes estrenó en La Comedia (Mitre y Ricardone) su versión 2013, donde volverá a presentarse los próximos 23 y 30, a partir de las 21.
Apelando a un verdadero seleccionado de teatristas locales entre actores y directores, creando cuatro grupos a los que sumaron sendos músicos con mayor o menor compromiso escénico, el trabajo de todo el equipo de La Comedia y la destacable tarea de Silvina La Calamita a cargo del vestuario y maquillaje, la sexta edición de Cuatro Cuartetos está integrada por un recorte aleatorio de cuentos y relatos del recordado Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007), alcanzando el que, quizás, sea hasta el momento uno de los más logrados proyectos teatrales locales en su homenaje por la diversidad, el riesgo y, sobre todo, por un notable interés por poner en valor al autor, sin perder de vista que se trata de un proyecto teatral, habilitando una serie de licencias necesarias como para que aquello que tiene un carácter unívoco funcione dentro de un cuerpo de obra integrador.
Escapado de El mundo ha vivido equivocado, en primer lugar, Celeste Campos le pone el cuerpo (literalmente) al relato “Yo fui amante del Yeti”. Acompañada por la acompasada y exquisita presencia de Vivi Strano en acordeón, el relato en primera persona de una experiencia inolvidable de esta mujer sin nombre, peluquera y en la versión algo afrancesada, que tuvo intimidad con el “abominable hombre de las nieves”, parece encontrar en la talentosa actriz el cause perfecto para alcanzar los climas, los matices y cierta ferocidad que requiere el personaje.
Actriz y cantante, de la mano de su madre Gladys Temporelli desde la dirección, Campos (también hija del recordado Norberto Campos), es una artista de un caudal exuberante, con un dominio corporal infrecuente y una osadía y desparpajo que la posicionan hoy en la primera línea de una estirpe de actrices locales abocadas al humor.
Acto seguido, Juan Pablo Cabral se ocupa de desandar los entretelones de “Te digo más” en la piel de El Zurdo, acaso uno de los cuentos más conocidos del Negro, acerca de las peripecias vividas por el Gordo Luis disfrazado de Papá Noel, junto a una serie de personajes, en un tórrido verano rosarino. El segmento tiene, más allá de la incuestionable presencia y talento de Cabral, un actor de una enorme diversidad de recursos para desdoblarse en cada uno de los legendarios personajes barriales que aparecen en el relato, la presencia en la música de Homero Chiavarino, quien aporta mucho más que un clima musical, generando situaciones dialécticas con el actor y con el público (incluso algún guiño futbolero efectista pero inevitable), a lo que se suma la mirada y puesta a punto de Liliana Gioia desde la dirección, quien conoce como pocos artistas en Rosario acerca del timing que requiere el humor escénico.
“Rodajas de mí”, tercer relato y plato fuerte, sirve para que el espectador se deslumbre una vez más con el talento de Silvina Santandrea, aquí acompañada desde el universo musical-sonoro por Franco Fontanarrosa (hijo del Negro) y la dirección de Adrián Giampani. Pocas veces un actor puede traslucir el espíritu de un cuento como en este caso, donde se describe la historia de una actriz frente a un imposible, un monólogo que nunca podrá representar en la piel de Levenia, La Yegua, abordando situaciones desopilantes de inusual humor físico, registros que la actriz sustenta con gran profesionalismo y abanico de recursos, y donde demuestra su afiatado vínculo con el público.
Para cerrar, no podía faltar la impronta futbolera. Es así como aparece “Qué lástima Cattamarancio”, con la actuación de Manuel Baella, acompañado desde la música pero también desde la actuación por Juan Iriarte, ambos bajo la dirección de Mario Vidoletti, artista local conocedor de la obra del Negro por experiencia propia. El relato de un partido de futbol quimérico, como perdido en una vieja cabina de un estadio polvoriento, plagado de interrupciones, pone punto final al variopinto recorrido que propone Puro Fontanarrosa.
Como se sabe, cada segmento tiene, o bien por el tono del relato o bien por el modo en el que es narrado (es decir un registro de humor que se diversifica), un efecto diferente en el público, por lo cual el orden del armado de los cuatro segmentos quizás no sea el más conveniente por el in crescendo que necesita una propuesta donde el humor es la matriz. Sin embargo, a diferencia de ediciones anteriores, se valora a simple vista el intento por concretar un cuerpo de obra que esté más allá de las inevitables segmentaciones que juegan en el contexto de toda la propuesta. Hay una idea, un concepto de “obra total”, un interés por hilvanar las piezas para volver el proceso de puesta en escena más orgánico, sobre todo desde la interacción de músicos y actores, desentrañando un universo de una vastedad sumamente atractiva y dejando en claro que, a diferencia de lo que pasó en otras versiones del mismo ciclo, aquí, los cuatro relatos de Puro Fontanarrosa tienen en el tiempo un destino trazado como obras autónomas.