Mi Mundial

Mi Mundial

Futbolera por mi viejo


Fútbol es fútbol y en mi casa no pasa desapercibido. Las cábalas, el mate o la cerveza no se hacen esperar tampoco la picada. Eso si, antes o después porque la concentración es fundamental cuando empieza a rodar la pelota. La intriga por la fascinación por el fútbol me viene de chica. Recuerdo a mi viejo, un fanático de Central, discutir con mi mamá por dedicarle toda la tarde de sábado al fútbol. Unos muchachos se juntaban en un descampado cerca de casa a jugar a la pelota y no siempre terminaba bien la cosa. Los convenció para armar un equipo, consiguió camisetas y acondicionó el campo. Lo transformaron en una cancha y se convirtió en DT de un equipo que aprendió disciplina. Entraron a un torneo que organizaba el Colegio Latinoamericano y cuando todo estaba encaminado murió en un accidente de tránsito volviendo de Buenos Aires, después de cerrar un amistoso con un equipo de Moreno.

Quizás me heredé algo de eso. Me gusta el boxeo, handbol y también fútbol, pero del bueno. El que tiene técnica y algo de potrero, el de los toques, dónde se juega por plata pero también por la camiseta. Ahí sí me cuelgo a la tele. El corazón se me sale al ritmo de la adrenalina que me genera ver un buen partido y disfrutar un gol, como la chilena de Bale al Liverpool en la última Champions.

Pero el mundial tiene un condimento extra, la ciudad se viste de fiesta, aparecen las banderas como pocas veces. Ni en las fechas patrias hay tantas. Se siente “un no se que” en el ambiente. No tuve mucha oportunidad de compartir mundiales con mi viejo. Murió cuando tenía 12. Tengo un vago recuerdo del festejo de México 86. Me acuerdo más de la inundación de Empalme Graneros y a mi papá contando como sacó a cococho a su viejo mientras el agua le llegaba a la cintura.

De Italia 90 recuerdo “Un’estate italiana” canción que hasta hoy tatareo. El penal que atajó el Goico y derivó el la frase más celebre que recuerdo de un mundial “siamo fuori. Siamo fuori della coppa. Un giorno tristísimo”. La enfermera llevándose al Diego de la mano en Estados Unidos 94. El gran Zinedine Zidane en Francia 1998, el año que me casé y el cabezazo que le pegó a Materazzi en Alemania 2006. Recuerdo poner el despertador para ver Corea Japón 2002 o quedarnos con amigos aguantando para ver el partido, acostando a mi hijo, por ese entonces de 3 años, en algún sillón. Para ese mundial Diego —hoy el padrino de mi hija— nos hizo camisetas de Argentina. La mía con el 7, el número del Piojo López.

No me olvido de Maradona técnico en Sudáfrica dándole indicaciones a Messi. El canto popular que le dedicamos a los cariocas en 2014 “Brasil, decime que se siente” y cómo nos quedamos en la puerta. Otra vez nos verdugueó Alemania. Ahora se enciende otra vez la ilusión. Quizás en mis arrebatos de futbolera mi viejo me agite desde el cielo arengando por Argentina campeón.

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