¿Puede haber algo peor que la ignorancia sobre un determinado tema? Sí, la pedante reiteración de una falsedad histórica o científica presumiendo de su autenticidad. Es lo que suele denominarse pseudociencia o pseudohistoria, es decir, la creencia colectiva que suele incurrir paradójicamente en ciego dogmatismo de que algo ha ocurrido como ha sido relatado sin que se admita prueba en contrario y omitiendo consultar las fuentes documentales de primera mano. Ejemplos al canto: todo el mundo “sabe” que en el clásico del cine estadounidense Casablanca, Humphrey Bogart dirige al pianista la célebre frase “tócala de nuevo, Sam”. Pues bien, resulta que la realidad demuestra, en cambio, que esa frase no aparece en toda la película. El tema es que casi nadie de quienes repiten la frase ha visto, de hecho, Casablanca.
Semanas atrás, al concurrir a un programa de radio, llamó mucho mi atención que el invitado anterior, persona aparentemente instruida, se despachara con una frase del siguiente calibre: “No hay que olvidar que siglos atrás se quemaba a mucha gente en la hoguera por el solo hecho de afirmar que la Tierra giraba alrededor del Sol”. La frasecilla, lugar común si los hay, aludía tácitamente al famoso juicio seguido contra el astrónomo italiano Galileo Galilei. Al cumplirse mañana, 15 de febrero, un nuevo aniversario de su natalicio, en 1564 en Pisa, sea acaso ocasión propicia para reflexionar sobre lo que realmente ocurrió, procurando deslindar el mito, en ocasiones repetido por ignorancia pero a veces con intencionada malicia, de la realidad.
¿Torturas y hoguera?
Mucha gente da por sentadas varias cosas en torno del famoso juicio seguido en 1633 contra Galileo. Por ejemplo: que por decisión de la Inquisición romana fue encerrado en un calabozo oscuro, sometido a torturas y, finalmente, quemado en la hoguera. La realidad se rehúsa a ceder a la pseudohistoria interesada. El pisano murió a los 78 años, el 8 de enero de 1642, en la habitación de su villa ubicada en Arcetri, seguramente contemplando la bella campiña toscana. Pese a ser sometido a juicio por el tribunal de la Inquisición, jamás estuvo un solo día en prisión mientras transcurrió el proceso, y una vez condenado lo fue pero en carácter de prisión domiciliaria. Jamás se lo torturó, ni siquiera se lo maltrató de ningún modo. De hecho, su libro más importante, Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, fue publicado tras la condena, lo que permite inferir que no hubo una especial inquina ni contra su persona ni contra sus postulados científicos.
En efecto, fue sometido a proceso por la Inquisición pero el suyo constituyó lo que podría calificarse como un caso único, por varios motivos. Entre ellos cabe destacar que dichos tribunales no juzgaron con anterioridad, ni lo harían luego, postulados científicos en cuanto tales. De hecho, Galileo es el único caso de un científico sometido a proceso en varios siglos de existencia del Santo Oficio, hoy Congregación para la Doctrina de la Fe. Las ciencias experimentales florecían desde hacía mucho tiempo en toda Europa y eran fundamentalmente eclesiásticos sus protagonistas o bienhechores. De hecho, la academia científica más antigua que aún existe es, precisamente, la Pontificia Academia de Ciencias, a la cual se invitó, como miembro, a Galileo.
Las razones del juicio
Sin perjuicio de una futura profundización sobre la cuestión de fondo en torno del caso Galileo, acotemos que lo que se ventiló en el proceso fue si la teoría heliocéntrica era una simple hipótesis de trabajo o, por el contrario, si existían pruebas empíricas que la demostraran como una certeza irrefutable. Recordemos que Galileo siguió y profundizó la teoría que había iniciado Nicolás Copérnico, quien también era astrónomo como él, pero además era sacerdote católico y enseñaba en la Universidad de Cracovia.
El cardenal Roberto Bellarmino le habría sugerido a Galileo que al promocionar su teoría aclarara que se trataba de una simple hipótesis de trabajo, ello en virtud de que para ese entonces, mitad del siglo XVII, carecía de pruebas constatables. El pisano no siguió ese consejo y, de hecho, se burló agriamente de los miembros del tribunal, algunos de cuyos integrantes eran astrónomos y físicos como él. Lo cierto es que, durante el juicio, el pisano no pudo aportar prueba irrefutable alguna que demostrara, siguiendo el método científico, su postulado. De hecho, la única que invocó fue un garrafal error puesto que aseguró que una prueba de que la Tierra gira alrededor del Sol la constituyen las mareas oceánicas que son como sacudones producidos por ese movimiento terrestre, mofándose de la hipótesis de los padres jesuitas del observatorio romano que, acertadamente, sostenían que las mareas obedecían a la gravitación de la luna sobre nuestro planeta. No fue el único “blooper” galileano: antes había afirmado que los cometas eran ilusiones ópticas y no cuerpos celestes reales.
Sostiene Messori en Las leyendas negras de la Iglesia: “Aparte de esta explicación errónea, Galileo no supo aportar otros argumentos experimentales, comprobables, a favor de la centralidad del Sol y del movimiento de la Tierra. Y no hay que maravillarse: el Santo Oficio no se oponía en absoluto a la evidencia científica en nombre de un oscurantismo teológico. La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, más de un siglo después. Y para ver esta rotación habrá que esperar hasta 1851, con ese péndulo de Foucault, tan apreciado por Umberto Eco. En aquel año 1633 del proceso a Galileo, el sistema ptolemaico (el Sol y los planetas giran en torno de la Tierra) y el sistema copernicano (la Tierra y los planetas giran en torno del Sol) eran dos hipótesis del mismo peso, en las que había que apostar sin tener pruebas decisivas. Y muchos religiosos católicos estaban a favor del «innovador» Copérnico, condenado, en cambio, por Lucero”.
Podría decirse que en aquel juicio hubo confusiones de ambos lados: por una parte, Galileo sostenía como certeza absoluta lo que en realidad era una hipótesis de trabajo, no verificable sino hasta cien años después, y en base a la cual insinuaba, inmiscuyéndose en una disciplina que no era la suya, derivaciones teológicas. Por el otro, una confusa mezcla entre las enseñanzas de la Biblia en torno del Cielo entendido como Paraíso, y las ciencias experimentales que indagan sobre el cielo como cuerpo celeste.