“Ninguna de las grandes fuerzas que dieron forma al siglo XX es tan desconocida entre el público de los países subdesarrollados como el movimiento eugenicista” (Orduna, Jorge, Ecofascismo. Las internacionales ecologistas y las soberanías nacionales).
El 17 de enero de 1911 moría en Inglaterra sir Francis Galton, antropólogo y psicólogo británico, conocido en el ámbito científico como el “padre de la eugenesia moderna”. Cabe aclarar que el término eugenesia es definido por la Real Academia de la Lengua Española como “aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana”. En otros términos, supone una suerte de control de calidad, pero aplicado a los seres humanos.
¿Qué puede vincular a Francis Galton con el también antropólogo y médico alemán Josef Mengele? La diferencia pasa apenas por una cuestión de “buena prensa” del que aún goza el primero y de la que siempre carecerá, merecidamente por cierto, el último. Mengele fue quizás el más conocido de tantos hombres de ciencias que, en los numerosos campos de exterminio que los nazis montaron en toda la Europa invadida durante la Segunda Guerra Mundial, experimentaron demencialmente con cuantos seres humanos se cruzaran por su camino. Con razón el nombre Mengele refiere a quienes cegados por una ciencia desligada de la razón y carente de toda ética puede colocar a la humanidad en la senda de prácticas denigrantes rayanas en lo inimaginable.
Pero, acaso, sea injusto que Mengele cargue con culpas que son atribuibles a otros que le precedieron, pues no fue él el pionero, sino un replicador, a gran escala. Después de todo, el nazismo en general y su científico más emblemático en particular no hicieron más que llevar a escala humana millonaria lo que otros venían llevando a cabo desde varias décadas antes, pero de manera embozada, casi con disimulo.
Dignidad humana
Francis Galton era primo del famoso biólogo, también inglés, Charles Darwin, de quien tomó parte de su teoría sobre la selección natural de las especies, desmarcándose de su pariente en aspectos cruciales, detalles que motivaron que fuera a Galton y no al viejo Charles a quien se considere como padre de la eugenesia moderna.
Darwin afirmaba, en base a sus observaciones sobre el reino animal, que dentro de cada especie hay adaptaciones que se suceden a lo largo del tiempo, respetando ciclos naturales, que se materializan cuando algunos individuos de la especie, en una suerte de salto cualitativo, presentan características novedosas que los diferencian del resto y les permiten enfrentar de mejor modo a los depredadores naturales o los cambios climáticos que amenazan su hábitat natural. Luego, y siguiendo el proceso natural, el resto de la especie adopta tales modificaciones genéticas. Los individuos rezagados en asimilar tales cambios son eliminados por ser presa fácil de los depredadores.
Ahora bien, Galton tomó las ideas de Darwin pero les agregó dos elementos cruciales y a la vez notoriamente peligrosos por sus consecuencias sobre la humanidad. Lo primero que sumó respecto de su primo fue que la selección natural de las especies, en cuyo esquema y según Darwin hay que discriminar entre individuos mejor dotados y quienes no lo son y por tanto constituyen una carga para la especie, puede aplicarse también al hombre, ya que siendo este un animal no hay motivo por el cual –reflexionaba Galton– no se le aplique tal ley. Obviamente, la idea de lazos comunitarios entre las personas, solidaridad generacional, cuidado por el desvalido o desamparado eran para nuestro hombre y buena parte de los pensadores de la Inglaterra victoriana reminiscencias del pasado mitológico y acientífico de las sociedades, todo lo cual sería bueno superar cuanto antes. Lo segundo, y no menos espeluznante que lo primero, era que esos procesos de selección natural de las especies que Darwin estudió minuciosamente (depredadores naturales, pero también pestes, hambrunas, cataclismos, etcétera) llevaban demasiado tiempo en hacer su tarea de “limpieza” y además eran impredecibles y caóticos; por tal motivo, Galton sugirió que sería bueno intervenir en el proceso sobre todo teniendo en cuenta los prodigiosos adelantos técnicos y científicos propios de su época, acelerando los ritmos de la naturaleza y tornándolos predecibles y programables. Es a partir de estas enseñanzas que comenzaron a proliferar en el hemisferio norte programas masivos de esterilizaciones, no siempre voluntarias, respecto de grupos considerados negativos para el avance de la sociedad, tales como enfermos mentales, desvalidos, pobres en general y, cuando las ideas de Galton cruzaron el océano Atlántico, también comunidades negras y de otras etnias.
Al respecto señala Orduna: “Los partidarios de la eugenesia se basan en la idea de que la población tiende a crecer más rápidamente que los medios para solventarla. Esto ocasiona una lucha por esos medios, una lucha por la vida, donde sobreviven los más aptos. En la lucha por los recursos (el alimento) los que tienen una ventaja heredada prevalecen y pasan esa ventaja a sus hijos, que prevalecen aún más. Se genera así una división entre los seres humanos, una desigualdad donde hay inferiores (los menos adaptados) y superiores (los que han venido durante generaciones heredando y ampliando su superioridad). De acuerdo con esa visión, así han surgido la aristocracia británica, lo mejor de Yale, Oxford o Harvard y, sobre todo, según Galton, los miembros de la Royal Society y un selecto conjunto que, para esta especial interpretación de la teoría darwinista, sería el que conforma los grupos sociales más ‘evolucionados’”.
Las ideas eugenésicas predicadas por Galton constituyen una afrenta a la dignidad de la persona humana, que debe ser considerada siempre un fin en sí misma y nunca un medio. Esa dignidad no disminuye un ápice debido a eventuales características externas que no hacen a su esencia, como pueden ser enfermedades mentales, situación de pobreza, raza o nacionalidad. La eugenesia es éticamente reprochable porque supone aplicar un control de calidad que es adecuado para las cosas, pero jamás para las personas, todas ellas dotadas de la misma dignidad por su sola existencia. Pero antes que toda la legislación nazi impusiera un eugenecismo en toda la Europa ocupada, en Inglaterra y en Estados Unidos ya había normas de similar contenido, pese a que lo contrario sea una creencia difundida.