Debuta el domingo no sólo el balotaje en elecciones. Más de 32 millones de empadronados tendrán, además, la novedad de una jornada que precipitará un cambio de sistema político después del ciclo que se inauguró, en 2002, con las administraciones Duhalde-Kirchner. Cualquiera que sea el resultado, el nuevo presidente gobernará con métodos, elencos, diagnósticos y proyectos absolutamente diferentes de los que ha visto casi toda una generación de argentinos.
La señal de esta elección es que el país enfrenta una competencia más normal que las que vivió en las presidenciales de 2003, 2007 y 2011, todas fruto de una crisis política que el transcurso del tiempo y una renovación generacional llevan a un terreno más sincero con la realidad social de la Argentina. Esa normalidad repone, en la oferta electoral, la dialéctica peronismo-no peronismo, la misma que fue el signo desde la segunda mitad del siglo pasado.
Eso convierte a las elecciones del domingo en una competencia de manual a la que han aportado dos candidatos jóvenes, de inmejorables condiciones para capturar grandes porciones del electorado, y que han desplegado estrategias eficientes para lograr sus objetivos. El resultado de la primera vuelta electoral expresa esa eficacia en lograr la máxima cantidad de votos que podían obtener. La fórmula Scioli-Zannini logró más del 37 por ciento de los votos, una marca notable para un peronismo que fue a las urnas sin aliados, apartándose de la metodología de siempre de sumar al padrón histórico de apoyos alguna fuerza ajena. Eso lo hizo desde 1946, cuando Juan Perón sumó a una fracción importante del radicalismo (con el vicepresidente Hortensio Quijano) hasta 2007, cuando Cristina de Kirchner llevó como aliado a una importante porción del radicalismo con Julio Cobos a la cabeza.
El manual dice que cuando el peronismo ha ido sin esos aliados, la oposición no peronista puede ponerlo en problemas. A eso apostó la estrategia de Mauricio Macri, que logró también otra marca importante el 25 de octubre (34,14%) como síndico de una alianza de su fuerza PRO con el radicalismo sociológico que encabeza la UCR como marca, pero que representa a un sector más amplio de los sectores medios, moderados de las grandes ciudades, que ya expresó su resistencia a votar al oficialismo en las elecciones legislativas de 2009 y 2013.
La suerte de las dos fórmulas tiene su base, y también su techo, en las decisiones estratégicas que emprendieron después de las elecciones de 2013, que marcaron la aparición de fenómenos novedosos que decidieron lo que pasó después:
– El peronismo resolvió temprano que Daniel Scioli era el candidato con mejores chances de protagonizar una elección competitiva este año y lograr el objetivo de ganar la presidencia en primera vuelta. El oficialismo conoce el manual, y sabe que en un balotaje la cantidad de votos que se le enfilaría en contra puede ser mayor si ese electorado se reconoce en un candidato que los represente, como ocurrió en 1983 (sin balotaje) y en 1999. La segunda decisión de esa estrategia fue montar el trabajo político en la relación del candidato con los gobernadores peronistas, que constituyen la mesa de decisiones de esa formación desde la década de los años ’80 y más aun después de la declinación del último gran caudillo que fue Carlos Menem. La tercera decisión fue tomada este año cuando se resolvió concurrir a las Paso con una lista única a presidente y la fórmula Scioli-Zannini, y también única a gobernador, con Florencio Randazzo a la cabeza.
– La negativa de éste a asumir esa responsabilidad resintió la estrategia del peronismo, que debió ir a una interna en Buenos Aires que debilitó su capacidad de representar a la mayoría de los bonaerenses. Esa es la razón del triunfo de María Eugenia Vidal por sobre Aníbal Fernández. Ir a estas Paso en el distrito quebró el sistema sobre el cual había montado su poder Eduardo Duhalde: verticalismo a ultranza y listas armadas desde la cúpula. Por ese sistema fueron candidatos, en 2003, Néstor Kirchner y Scioli, y le permitieron hacerse con el gobierno aun perdiendo las elecciones de ese año ante la fórmula Menem-Juan Carlos Romero.
– La firmeza de esta estrategia le otorgó al peronismo ese número de 37,08% el 25 de octubre. El candidato se resistió a hacer una campaña que lo diferenciase de un gobierno al que pertenece hasta la médula (es socio fundador del llamado kirchnerismo, al que ha aportado además los votos). Buscar esa diferenciación habría puesto en riesgo la unidad de los votos del peronismo. Eso le impidió además sumar fracciones del peronismo disidente o aliados de otros partidos. El gobierno ha basado su gobernabilidad sobre una alianza amplia pero dispar, que va de Milagro Salas a Mario Blejer, y sumar otras fracciones no sólo habría fragmentado el voto; también habría atentado contra la gobernabilidad. La alianza que le permitió gobernar tomó de rehén la posibilidad de modificarla sin resentir el frente interno y externo.
– La liga Cambiemos entendió también el manual y eso explica la resistencia de Macri a escuchar los cantos de sirena que le llegaban del peronismo disidente para algún entendimiento con Sergio Massa. Se negó a hacer en las elecciones de 2013 y reforzó ese criterio hasta ahora. Ha creído que esa alianza habría convertido al Pro y a su persona en actores de una disputa interna del kirchnerismo, que habría licuado su proyecto electoral. Advirtió desde 2013 que la posibilidad de convertirse en el representante eficaz del voto no peronista estaba en un acercamiento con el radicalismo sociológico que representaban la UCR y también la Coalición Cívica de Elisa Carrió. Macri había cifrado hasta 2013 su futuro en ser la cabeza de un peronismo que lo iría a buscar, a falta de candidatos presentables, ante la burguesía de las grandes ciudades que decide las elecciones en la Argentina. Su trabajo sobre las tribus radicales terminó convirtiéndolo en el candidato del no peronismo, que lo fue a buscar también por la falta de candidatos ganadores.
– El gran triunfo de Macri fue la votación en la convención de la UCR en marzo pasado. Trabajó para que triunfase la opción sostenida por el presidente de ese partido, Ernesto Sanz, de que había que dejar fuera al sector del massismo, chance defendida por otro sector del partido que se hizo representar en Julio Cobos. Esa decisión firme de Macri le hizo ir a las Paso con un radicalismo convencido de que, aliado al Pro, tendría la posibilidad de participar de una pelea con chances de ganar, y no ir a las elecciones sin ninguna posibilidad de entrar en la pelea grande. Esa alianza con el radicalismo sociológico le permitió a Macri cumplir el principal objetivo, que era entrar el balotaje y dejar fuera a las otras fuerzas, principalmente a UNA de Massa, que era la otra que peleó, sin suerte, por lo mismo.
– Con este cuadro, rico, complejo, novedoso, propio de un sistema político que empieza a caminar con ambos pies después de una década y media de desgracias encadenadas, y al que queda ya chica la cultura de la emergencia perpetua, van Scioli y Macri a la elección del domingo. Más allá del proselitismo y los chisporroteos de campaña, que no pueden aportar mucho para modificar la rigidez de una sociedad que suele apostar siempre a lo mismo, los dos candidatos han buscado y buscarán hasta la primera hora de las elecciones capturar votos que les hagan marcar diferencia. Los dos apelan al electorado moderado y de clases medias que esperan un país menos regulado, con menos restricciones, más abierto, y que muestre un futuro deseable. A la vez, para los sectores más politizados, buscarán reforzar la identificación de marca. Scioli intentará que el peronismo sociológico se resista a votar a un no peronista por su pertenencia histórica – ideológica, sentimental y de clase. Macri, quebrar esa tendencia y convencer de que él puede ofrecerles lo mismo exhibiendo personalidades, lemas y también banderas que fueron del peronismo que él promete agitar con un viento nuevo.