Un sujeto al que algunos intentan ver como un objeto de estudio; un hombre de origen judío que desde su poderoso discurso, desde su propia historia revisada, revisitada, interpela la avanzada de una derecha atroz, ahora más que nunca. Un judío supuestamente común y corriente, que no es ni tan común ni tan corriente.
El actor Gerardo Romano, conocedor de los escenarios en solitario desde sus recordados y polémicos unipersonales de los años 90, en el marco de su octava temporada y con un recorrido de 700 funciones, regresa este sábado a Rosario con Un judío común y corriente, obra escrita por Charles Lewinsky en versión en español de Lázaro Droznes, bajo la dirección de Manuel González Gil, en la que se refleja el conflicto que debe resolver un judío alemán, residente en Alemania, luego de que es invitado por un profesor de ciencias sociales de una escuela secundaria ante el reclamo de sus alumnos, quienes luego de estudiar el nazismo quieren conocer a “un judío en persona”.
Es entonces que el protagonista pasa revista, con un recorrido que va del humor a cierta nostalgia y de allí al tono de denuncia, a los principales puntos de argumentación por los que considera que no debe aceptar esa invitación, al tiempo que presenta su sólida visión sobre la problemática contemporánea de los judíos que transitan el mundo por fuera de Israel y sobre los problemas específicos que plantea para un judío la vida en un país cuya población vive bajo el peso psicológico de las consecuencias ineludibles del nazismo.
Un texto poderoso
Al revés de lo que pasa habitualmente, el texto de Un judío común y corriente partió de una película. “Es una película de un prestigioso cineasta alemán que se llama Oliver Hirschbiegel y es asombroso cómo hemos podido adaptar esa película al formato teatral unipersonal, al monólogo, dado que en la película hay un montón de personajes, es una película coral. Acá tuvimos que buscar subterfugios que nos permitieran que de un modo interesante, coherente y plausible, alguien esté solo en escena más de una hora y hable; es una situación que desafía la credibilidad, porque la gente no habla sola en su casa”, expresó el actor de vastísima trayectoria, también en cine y televisión, acerca de esta propuesta de 80 minutos de duración, que cuenta con música original de Martín Bianchedi y escenografía de Marcelo Valiente y que en este tiempo estuvo nominada a los premios más importantes del teatro argentino y sumó el apoyo de la crítica especializada.
“Este judío que hago en la obra es un judío progre; entre los judíos como entre las otras religiones, o aún entre aquellos que no tienen una creencia religiosa, hay personas progresistas y cada uno tiene derecho a pensar diferente. Mi personaje tiene su inspiración en un judío progre que conozco de verdad, tiene un émulo en la vida real, es un sociólogo de Llamamiento Judío, porque está Llamamiento Judío pero también está la Daia (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas), donde dicen que a Nisman lo mató un comando iraní”, contó el actor acerca de su personaje.
“La obra se pregunta cómo es un judío post Holocausto, post genocidio y post Estado de Israel. Es otra cosa para el judío diaspórico andar errante por el mundo y saber que tiene ese lugar. Ojalá se pudiera generar la conciencia de dos estados para dos pueblos y que Palestina pudiera también coexistir”, destacó el actor que recordó su largo vínculo con Rosario y evocó que en los 90 vino al teatro El Círculo con su recordado unipersonal Sexo, droga y rock’n roll, y que de viernes a domingo metió cinco mil doscientos espectadores, algo impensado para los tiempos que corren.
Un judío común y corriente tiene en este tiempo en el público argentino una enorme caja de resonancia porque el país también vivió su holocausto en el contexto de la última dictadura cívico-militar. “Es una obra sobre el judaísmo, sobre la Noche de los Cristales Rotos (del 9 de noviembre de 1938), la antesala del Holocausto, el comienzo de esa carnicería. Y a la pregunta de por qué hacer esta obra en un país completamente diferente a Alemania, la respuesta es porque a partir del regreso de la democracia en la Argentina, en 1983, y luego de tomar conciencia de lo que había pasado con la dictadura, se resignificó el Holocausto; se convierte en un modelo de identificación de nuestra propia tragedia que fue el terrorismo de Estado y que fue peor en todo sentido, como los bombardeos del 55 que fueron peor que Guernica (en España), porque allí bombardearon y no dejaron nada, pero fueron aviadores asesinos militares alemanes. Acá fueron soldados, marinos argentinos matando a su propio pueblo en horario laboral, en el centro de la ciudad; algo inédito en el mundo y es algo que no se enseña en los colegios”.
El odio mediatizado
Crítico de los discursos que son manipulados en los medios hegemónicos, Romano, cuyo recorrido en la militancia va de la mano de su carrera como actor, recordó sus comienzos en el teatro y habló del presente, a casi 40 años del regreso de la democracia y a semanas de un intento de magnicidio en contra de la vicepresidenta de la nación, Cristina Fernández de Kirchner.
“Yo debuté en junio de 1976; el 24 de marzo, tres meses antes, era el golpe de Estado. Debuté en el off porteño, con una obra que se llamaba Juegos a la hora de la siesta (clásico de aquellos años de Roma Mahieu); pasamos de muy pocos espectadores a llenar, y los premios y las muy buenas críticas y el boca a boca hicieron el resto. Así empezamos a cambiar de teatros hasta que al final pasamos al teatro comercial, no seguía yendo muy bien, incluso estábamos en tratativas para llevar la obra al cine. En ese momento, el dictador Videla, por un decreto, prohibió la obra por «subversiva». En ese mismo decreto había otra obra que prohibieron, era Telarañas del Tato Pavlovsky. Nuestra obra hablaba de la libertad pero la consideraron subversiva, porque hablaba de la guerrilla, de la democracia, de los derechos sociales. Para ellos sólo se hablaba de dictadura, era un «viva la patria y subordinación y valor» al que muchos parecen querer volver”, rememoró.
Y respecto de los discursos odiantes que transitan los medios hegemónicos, manifestó: “Lo que está pasando, lo que pasó con el intento de magnicidio me genera miedo, es como nacer a algo inédito para nosotros, así como no hay masacres en los supermercados de Argentina, sí hay masacres en los supermercados norteamericanos y es propio de ellos; es propio de un pueblo que manda a sus hijos a morir en guerras que no le pertenecen, aunque ninguna guerra nos pertenece, pero me refiero a esa gente que vuelve de Irán o volvió de Vietnam, o de donde sea, de matar y morir, pudiendo estar acariciando a sus hijos o amando a su pareja, todo eso no tiene explicación. Pero a nosotros eso no nos pertenece por eso no se entiende lo que pasó”.
Y destacó: “Leopoldo Marechal decía que había un español que llevaba el libro de bitácora de Pedro de Mendoza, se llamaba Ulrico Schmidl; cuando llegaron a las costas de Buenos Aires y los rodearon los indios y los bloquearon y hasta hubo una hambruna porque se quedaron sin comida, una noche, después de varios días de hambre, mataron un caballo y se lo comieron. Al día siguiente, Pedro de Mendoza hizo colgar a los dos soldados que mataron al caballo y luego los otros soldados se comieron a los soldados muertos. Y entonces Marechal se preguntó si este canibalismo mutuo no sería la episteme de lo que después es la historia argentina, la historia de un pueblo que es devorado de forma caníbal por su burguesía, por su oligarquía. Porque yo estoy seguro de una cosa: esa gente que andaba alrededor del departamento de Cristina Fernández reclamando una serie de cosas que están mal no es producto de sí misma, es producto de que en ese barrio en el que se paseaban, o no pagan los impuestos o los cargan acá, junto con la cocaína, en el puerto de Rosario y se triangula, o porque los puertos son propios y no hay control, pero lo que sí está claro es que hay una crisis profunda y una sociedad que no se integra, y que ese sector del poder no quiere integrar, porque debe considerar a esa franja de la población argentina como algo prescindible. Hay un diseño de país que ni los necesita como mano de obra, o los condenan a un plan y a la pobreza o al empleo en negro mal pagado sin contención social”.
Y respecto de lo que dejó la pandemia y de la vuelta de las derechas y ultraderechas en el mundo, expresó: “Esta derechización que trajo la pandemia, que es un hecho secular, porque quizás es una por siglo, y la guerra del presente, con el tema energético, marcan un nuevo tiempo. La pandemia trajo una derechización que pone blanco sobre negro al neoliberalismo, y frente a eso el planteo de lo que pasa en Argentina en particular, porque somos un país neocolonial, porque nos hablan de los países centrales pero esos países no tienen este problema. No tienen una pobreza endémica, no tienen un genocidio como el que hubo acá. Esto no sólo está fundado en el canibalismo mutuo del que hablaba antes, sino en el canibalismo imperial”.
“Tengo clara conciencia de todo lo que está pasando porque la obra que hago ocurre en la Alemania nazi de 1933, en la que Hitler es elegido canciller; allí está al que consideran el enemigo común que es el judío y que sublima eso, y la altísima inflación. Ya ahí hay dos elementos que vinculan a la historia con nuestro presente. Quizás no sea ése el enemigo común porque con los judíos ya existe otra relación de fuerzas, pero seguramente sea el negro, el cabeza, el villero, el mapuche, el pobre, el desocupado. Para algunos, la mitad de nuestra población estaría sobrando”, expresó finalmente el actor.
Para agendar
Un judío común y corriente, de Charles Lewinsky, con dirección de Manuel González Gil y la actuación de Gerardo Romano, se presenta en el Teatro Municipal La Comedia, de Mitre y Ricardone, este sábado, a las 20. Las entradas se venden en la boletería de la sala en horarios habituales o a través del sistema http://www.1000tickets.com.ar