Sociedad

Leyenda sobre ruedas

Gino Bartali, un héroe de verdad

Referente de un ciclismo épico, en el que el esfuerzo físico no contaba con la ayuda tecnológica que tienen las bicicletas actuales ni con rutas asfaltadas como las de hoy, ganó tres veces el Giro de Italia (1936, 1937 y 1946) y dos el Tour de Francia (1938 y 1948)


Por Alejandro Duchini

@aleduchini

 

El ciclista italiano Gino Bartali (Ponte a Ema, Florencia, 18 de julio de 1914 – Ponte a Ema, Florencia, 5 de mayo de 2000) es uno de los deportistas de mayor reconocimiento de la historia moderna. Referente de un ciclismo épico, en el que el esfuerzo físico no contaba con la ayuda tecnológica que tienen las bicicletas actuales ni con rutas asfaltadas como las de hoy, ganó tres veces el Giro de Italia (1936, 1937 y 1946) y dos el Tour de Francia (1938 y 1948).

 

Claro que aquellas décadas no eran, justamente, para carmelitas descalzas. “Anfetaminas y otras sustancias que buscaban aumentar el rendimiento del deportista se utilizaban en aquellos tiempos de forma casi libre y pública, con un desenfado que hoy en día nos llamaría la atención, y Bartali no fue ajeno en modo alguno a esta práctica generalizada. Pero la verdadera época dorada de las anfetaminas en el deporte profesional fue la posguerra, debido al enorme remanente de producción de estas pastillas generadas durante el conflicto, cuando se usaron para ayudar a pilotos y centinelas a mantenerse despiertos y a pleno rendimiento durante muchas horas. Es casi seguro que Gino corriera esa etapa cargado”, cuenta el periodista italiano Marcos Pereda en su genial libro Arriva Italia, donde describe una época de oro para el ciclismo italiano.

 

Pero acá viene lo más importante. Tres años después de su muerte se supo que Bartali formaba parte de la Delegación para la Asistencia de Emigrantes Judíos, organización de resistencia que, entre 1939 y 1947, ayudó y rescató a cerca de 800 judíos en territorio italiano. Bartali se lo contó a muy pocos; entre otros, a su esposa, Adriana, y eso fue mucho tiempo más tarde.

 

Bartali recorrió entre 1943 y 1944 cerca de 300 kilómetros diarios yendo y volviendo con documentación escondida en su bicicleta. Pasaportes falsos, fotos, información. La excusa era entrenar cuando las competencias estaban suspendidas por la guerra. Si en el camino lo detenía la policía, pedía que no le toquen la bicicleta porque estaba calibrada. Como era ídolo, firmaba autógrafos y lo dejaban ir.

 

Fue su amigo el cardenal Elia Dalla Costa, hombre fuerte de la Iglesia Católica italiana (se lo mencionó como sucesor de Pío XI), quien le sugirió que ayude a los judíos. Sospechado por el régimen, Bartali fue a parar a prisión. Lo metieron en un sótano donde, durante tres días y tres noches, pasó hambre y sufrió amenazas. En ‘La casa de los gritos’, como se le conocía a uno de los centros de detención, vio de todo, pero sus contactos lo salvaron.

 

El heroísmo de Bartoli tomó trascendencia cuando el músico italiano Piero Nissim leyó en 2003 un diario íntimo de su padre, Giorgio, opositor al fascismo nazi, en el que contaba el papel del ciclista en el rescate de judíos. “Descubrir que en medio del Holocausto salvaba vidas lo volvió un héroe silencioso. Además, nunca hizo alarde: la historia se conoció años más tarde, a través de un sobreviviente. No conozco otro caso así en el deporte. Bartoli se arriesgó a todo o nada, aprovechando su prestigio para hacer lo que hacía”, me dijo hace unos años Jonathan Karszenbaum, director ejecutivo del Museo del Holocausto, donde incluso se expuso una muestra sobre Bartali.

 

Pero a Bartali se lo consideraba el ciclista del fascismo porque Benito Mussolini le pedía que gane carreras para que Italia esté a la altura de Alemania, representada por el pedalista Erich Bautz. Y Bartali las ganaba. Pero no por fascista sino porque era el mejor.

 

Cuando el 14 de julio de 1948, el líder comunista italiano Palmiro Togliatti sufrió un atentado fascista, Italia quedó al borde de una guerra civil. Las autoridades pidieron a Bartali que gane el Tour para calmar los ánimos. “No prometo la carrera, pero la etapa de mañana la gano”, dijo el ciclista, que estaba a 21 inalcanzables minutos del líder en la general, el francés Louison Bobet. Tras diez horas de carrera, Bartali ganó y descontó casi 20 minutos a Bobet. Togliatti se recuperó y los ánimos se calmaron. Apenas 44 de los 120 ciclistas de la largada llegaron a la meta parisina tras los 4.922 kilómetros divididos en 21 etapas. Bartali ganó esa edición del Tour.

 

No era la primera vez que Mussolini exigía victorias como gesto patriótico. Otra vez, obligó a Bartali a abandonar el Giro para dedicarse por completo al Tour. De esos pequeños actos le quedó aquello de “el ciclista del régimen”. Sin embargo, en el recomendable programa español Informe Robinson, el secreto de Gino Bartali, aclaran que “no existe foto alguna de él haciendo el saludo fascista”.

 

“Bartali es Gino el Piadoso, es el amigo del Papa, es el hombre de Acción Católica, el que va a misa todos los domingos”, lo refiere Pereda. “Hubo un tiempo en que una nación, una nación de la Vieja Europa, encontró su identidad en el ciclismo”, explica sobre la pre y post guerra. Bartali, Coppi y -tercero en discordia- Fiorenzo Magni. “Es la historia de Gino Bartali, el Vecchio Gino, Gino el Piadoso, el hombre católico, ferviente, el que pedaleaba heroísmo, el que exudaba tenacidad. Es la historia de Fausto Coppi, la clase, la elegancia, la entrega absoluta del aficionado, el mito, la leyenda, el mártir. Es la historia de Fiorenzo Magni, el del pasado oscuro, el de los secretos a medio decir, el de las victorias tristes, el de las derrotas gozosas”, agrega.

 

De físico privilegiado, a Bartali lo apodaban también “el hombre de fierro”. Fumaba y no se privaba del vino. En su mejor momento no pudo correr por la Segunda Guerra Mundial. Estaba en el servicio militar cuando fue convocado al frente de batalla. Pero su condición de referente deportivo lo salvó. Entonces le encargaron la mensajería, que por tratarse de él podía hacer en bicicleta y así mantenerse activo. Ahí aparece otro ídolo del ciclismo, Fausto Coppi. El agua y el aceite; la rivalidad que siempre se necesita y que el deporte suele entregar con creces. Se inventó que se odiaban. Bartalinistas y Coppianos. La Italia trabajadora, campesina y creyente por el lado de Bartali. La del futuro y agnóstica por el de Coppi. Pero ellos fueron amigos. Incluso coincidieron en el dolor de la muerte de sus hermanos. Bartali casi abandona el ciclismo cuando murió el suyo, Giulio, en 1936; tanto fue el dolor que sintió. Serse, el hermano de Coppi, falleció en 1951, horas después de golpear su cabeza en el pavimento, en competencia.

 

Hay un fotografía emblemática en la que se pasan una caramañola durante el Tour de 1952. Todavía se duda de quién se la entrega a quién, pero la imagen es un símbolo de amistad. Después siguieron juntos. Tanto en el ciclismo como en presentaciones de televisión, donde hasta se los ve cantando. Coppi tenía 40 años cuando murió el 2 de enero de 1960, por malaria. Bartali murió a sus 86, cuarenta años después de Coppi, de un ataque al corazón. Y a los tres años de su muerte se supo que era, literalmente, un héroe.

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