Un día como hoy, pero de 1882, murió Giuseppe Garibaldi, el legendario revolucionario y líder de la lucha por la unificación e independencia de Italia.
Admirado por unos y odiado por otros, Garibaldi fue la figura italiana más popular del siglo XIX y uno de los personajes históricos más fascinantes de todos los tiempos. Por sus luchas en Italia y Sudamérica se lo llama “el héroe de dos mundos” y a menudo se lo compara con otro guerrillero que como él combatió por sus ideas en pro de la independencia de los pueblos: el argentino Ernesto “Che” Guevara, quien lo admiraba.
Víctor Hugo escribió de él: “Garibaldi, ¿quién es Garibaldi? Es un hombre, y nada más. Pero es un hombre en la acepción más sublime de la palabra. Un hombre de libertad, un hombre de humanidad”.
Muchas veces designado como un “verdadero ciudadano del mundo” y también como “caballero de la humanidad”, fue ante todo un “unificador de tendencias” estimado por su sincera abnegación, su integridad y su coraje. Predicaba la unidad entre los hombres, y era un convencido de la necesidad de luchar “por la humanidad y la libertad en general”.
Librepensador, reclamaba la separación de la Iglesia y el Estado e impulsó la educación obligatoria, gratuita y laica. Rechazaba el ateísmo, la indiferencia y el “miserable materialismo”, pero fue denostado por los católicos al enfrentarse al papa Pío IX, quien durante su pontificado –de 1846 a 1878, fue el más largo de la historia– proclamó el control de la Iglesia sobre la ciencia, la educación y la cultura en los Estados Pontificios y se opuso tanto a las demandas de un gobierno constitucional como a la unificación de Italia para defender su condición de Papa-rey, con poder terrenal en el centro de la península.
El marinero autodidacta
Giuseppe Garibaldi nació el 4 de julio de 1807 en la ciudad de Niza, actualmente situada en la costa francesa del Mediterráneo, cerca de la frontera italiana, pero que entonces formaba parte del reino piamontés.
Segundo hijo de un pobre pescador oriundo de Liguria, en su juventud trabajó como marinero enrolado en diversas tripulaciones y su educación tuvo carácter autodidacta.
Garibaldi era un niño cuando, en el Congreso de Viena de 1815, posterior a las Guerras Napoleónicas, Italia quedó totalmente dividida, sin ningún tipo de institución unificadora.
En 1832 consiguió el título de capitán de buques mercantes y al año siguiente entró en contacto con la obra del genovés Giuseppe Mazzini, el gran promotor de la unidad italiana, y la del socialista francés Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon.
En 1834 se unió a la Joven Italia, la sociedad secreta revolucionaria organizada por Manzini, cuyo objetivo era alcanzar la libertad y unificación del pueblo italiano dentro de una república autónoma. Ese mismo año Garibaldi participó –con el sobrenombre de Cleombroto, un héroe espartano– en un motín republicano en el Piamonte, pero al ser este intento derrotado fue condenado a muerte por el rey de Saboya. No obstante consiguió escapar y se refugió en Sudamérica, donde participó en varias acciones bélicas, luchando junto a aquellos que combatían por la libertad o la independencia, con tanto ardor como si se tratara de su querida Italia.
En 1836 participó como capitán de barco en la malograda insurrección del Estado de Río Grande del Sur que quería separarse del Brasil gobernado por el emperador Pedro I. Malherido por un proyectil portugués, fue recogido por argentinos en un lanchón a la deriva en el río Uruguay mientras agonizaba. Fue un cirujano entrerriano de Gualeguay quien le extrajo la bala y le salvó la vida.
En 1837 viajó a Montevideo, que estaba inmerso en la guerra del presidente uruguayo depuesto Manuel Oribe, apoyado por el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, contra el gobierno de facto presidido por el general Fructuoso Rivera instalado en Montevideo y asistido por Brasil y las flotas francesas e inglesas.
Garibaldi participó del lado de Rivera en apoyo de lo que se conoció como el Gobierno de la Defensa, y durante el sitio de Montevideo –por fuerzas rosistas apoyadas por las fuerzas leales a Oribe– fue el almirante a bordo de lanchones y el general que comandó a la legión italiana, cuyos miembros fueron los primeros “camisas rojas”, el atuendo garibaldino que caracterizó después a todos los que lucharon por la liberación de su pueblo en distintos puntos de Europa.
Un pirata generoso
En ese contexto, Garibaldi protagonizó batallas navales épicas contra la flota rosista al mando del almirante Guillermo Brown, quien definió a su adversario como “el más generoso de los piratas que haya nunca encontrado”.
En medio de sus aventuras guerrilleras, Garibaldi se casó en 1842 en Montevideo con Ana Maria de Jesus Ribeiro, llamada después Anita Garibaldi, una brasileña a quien había conocido en Laguna, Santa Catarina, en lo que fue un auténtico amor a primera vista. Con ella tuvo cuatro hijos: Menotti, Rosita, Teresita y Ricciotti.
Instalado en Montevideo, además de su importante actividad revolucionaria, Garibaldi dio clases de matemáticas e ingresó en 1844 a la logia masónica “Les Amies de la Patrie”. Mientras tanto, fue trazando un plan de trabajo que tenía como punto básico la continuación de la lucha por la liberación de Italia.
Su fama como militar y estratega llegó hasta Europa, continente al que regresó en 1848 para unirse al Risorgimento, el movimiento en favor de la liberación y la unificación de Italia, que en ese tiempo estaba dividida en varios Estados.
Organizó entonces a 3.000 voluntarios, que lucharon al servicio del rey Carlos Alberto de Cerdeña. Sin embargo fueron derrotados por las fuerzas austriacas en Lombardía. Se refugió entonces en Suiza, y más adelante en Niza.
El héroe del pueblo
Tras volver a Italia en 1848 emprendió numerosas batallas a favor de la independencia de los reinos y territorios italianos, ocupados por Austria y Francia, a las órdenes del ejército del reino de Saboya. Se convirtió en un auténtico héroe para el pueblo italiano ávido de libertad.
A finales de 1848 el papa Pío IX abandonó Roma, temeroso de las fuerzas liberales dirigida por Mazzini y otros revolucionarios, quienes proclamaron la República. Garibaldi reunió a sus voluntarios y se dirigió a Roma, y en febrero de 1849 fue elegido diputado republicano. Durante la asamblea constituyente insistió en que Italia debía convertirse en una república unida e independiente.
Dos meses después los franceses atacaron Roma con el objetivo de restablecer la autoridad papal. A ellos se unió en abril un ejército napolitano. Garibaldi dirigió la defensa de Roma, pero tras el asalto de Roma el 1º de julio de 1849 se vio obligado a negociar un acuerdo con sus adversarios. Se le permitió abandonar Roma y refugiarse con 5.000 seguidores en el estado neutral de San Marino. Sin embargo esta ruta de retirada estaba dominada por los austriacos, y la mayor parte de los soldados republicanos fueron asesinados o capturados.
Garibaldi se trasladó luego a Tánger y después a Staten Island (Nueva York, Estados Unidos) y más tarde a Perú. En esta época rompió relaciones con Mazzini por la rígida postura política del republicano, pues Garibaldi consideraba que era necesaria una alianza con el rey de Cerdeña, Víctor Manuel II. En 1854 regresó a Italia y se instaló en la isla de Caprera. El primer ministro del rey, el conde Camillo Benso di Cavour, le concedió el mando de las fuerzas piamontesas que intentaban rechazar a los austríacos. Garibaldi consiguió la victoria en Varese y en Como en mayo de 1859. Entró en Brescia al mes siguiente, con lo que el reino de Cerdeña se apropió del Piamonte. Para estas acciones militares el conde di Cavour había obtenido el apoyo de los franceses, negociando un tratado secreto con Napoleón III.
Al asegurarse la paz en el norte de la península, Garibaldi se dirigió a Italia central, dominada por los estados pontificios, pero el rey Víctor Manuel II, quien al principio dio su apoyo a un ataque contra los territorios papales, cambió de idea en el último momento y obligó a Garibaldi a abandonar el proyecto. Garibaldi obedeció, pero la cesión de Niza y Saboya a Francia por parte de Cavour y Víctor Manuel como recompensa por la ayuda contra Austria le pareció un acto contra la deseada unidad italiana, por lo que tomó acciones por su cuenta.
Aprovechando el descontento de Sicilia contra la dinastía de los Borbones de las Dos Sicilias, dirigió desde Génova la “expedición de los mil” o de los “Camisas Rojas”, nombre por el que se conocía a sus hombres. Conquistó la isla de Sicilia entre mayo y agosto de 1860 y estableció un gobierno provisional insular. A continuación tomó Nápoles tras vencer en una batalla decisiva en la ribera del río Volturno el 26 de octubre de 1860. Con la captura de la fortaleza de Gaeta en febrero de 1861 terminó la conquista del sur italiano, que cedió al gobierno de Víctor Manuel II.
De esta manera se proclamó el nuevo Reino de Italia, convirtiéndose Víctor Manuel II en su rey, y desapareciendo el Reino de Cerdeña. No obstante, ni Roma, gobernada por el Papa y protegida por tropas francesas, ni los territorios del norte del mar Adriático, como Venecia, que estaban bajo el control austriaco, formaron parte del nuevo reino. Garibaldi rechazó por ende los cargos y los honores que le fueron ofrecidos por el nuevo reino, y se retiró a su casa en Caprera.
Un luchador incansable
En los años siguientes organizó la Sociedad para la Emancipación de Italia. En Sicilia reclutó un pequeño ejército de voluntarios con el fin de conquistar Roma e incorporarla al estado unificado de Italia. Sin embargo se encontró con la oposición de Víctor Manuel, contra quien luchó en la batalla de Aspromonte el 29 de agosto de 1862. Garibaldi fue herido y capturado en esta lucha, pero no tardó en recibir el perdón y ser puesto en libertad por sus actos anteriores a favor del rey.
Sin renunciar a su sueño de una Italia unida, Garibaldi volvió a formar un regimiento de voluntarios en 1866 para anexionar los Estados Pontificios, a pesar de la oposición de Víctor Manuel II. Después de las primeras victorias iniciales, fue derrotado por las fuerzas conjuntas del Papa y los franceses en la batalla de Mentana el 3 de noviembre de 1867 y estuvo prisionero durante un tiempo.
Retirándose nuevamente a Caprera, presidió el Comité Central Unitario italiano, ofreció sus servicios al gobierno francés en 1870 y luchó en la Guerra Franco-prusiana. Roma y los Estados Pontificios fueron anexionados por Víctor Manuel II a Italia en octubre de 1870, y el papa se retiró a la ciudadela del Vaticano, en donde se declaró prisionero voluntario como protesta contra la ocupación italiana de Roma.
Garibaldi fue elegido miembro del parlamento italiano en 1874, el cual le asignó una pensión vitalicia por los servicios prestados a la unificación de la península. Giuseppe Garibaldi falleció en Caprera el viernes 2 de junio de 1882. Cuatro años después, tras la guerra austro-prusiana, Venecia y los territorios italianos controlados por Austria fueron unidos a Italia.
En el prefacio a sus Memorias, Garibaldi trazó un resumen de su azarosa existencia al señalar: “Mi vida ha sido impetuosa: compuesta del bien y el mal, como creo está la mayor parte de la gente. Tengo la conciencia de haber buscado siempre el bien para mí y para mis semejantes. Si alguna vez hice el mal, fue sin quererlo. Odio la tiranía y la mentira con el profundo convencimiento de que ellas son el origen principal de los males y de la corrupción del género humano. Soy republicano, porque este es el sistema de gobierno de la gente justa, sistema modelo cuando se adquiere y, por consecuencia, no se impone con la violencia y la impostura. Tolerante y no exclusivista, soy incapaz de imponer a alguien por la fuerza mi republicanismo”.