Escritora, influencer, bloggera, activista de causas benéficas, miembro activo de la campaña del presidente Joe Biden y con una tropa de seguidores fieles que incluye a Adele, Oprah Winfrey y Reese Witherspoon, la norteamericana Glennon Doyle reconstruye en su libro Indomable la aventura que implicó volver a escuchar su propia voz, en un recorrido en el que pareciera haber hecho carne aquellos versos de Mary Oliver: “No tienes que ser buena. No tienes que atravesar el desierto de rodillas, arrepintiéndote. Solo tienes que dejar que ese delicado animal que es tu cuerpo ame lo que ama”.
Podría ser una más de esas historias de crisis y reinvención personal, pero no. Glennon, como la conocen sus millones de seguidores en redes sociales, pactó consigo misma no volver a caer en los límites del encasillamiento y, entonces, tampoco quiere ponerse el traje de la reconversión.
A los 39 años, casada con el padre de sus tres hijos y autora de libros que llegaban a la lista de los más vendidos, se enamoró de una mujer, la campeona de la Copa Mundial Femenina de la FIFA Abby Wambach.
Aquel flechazo se convirtió en una nueva forma de afrontar el mundo. Cambió imperativos sociales y un historial de adicciones por la voluntad de seguir un camino signado por el deseo. “Nacemos más libres y menos estructurados, pero terminamos adoctrinados y perdemos la esencia. Hice un largo proceso para volverme más salvaje”, confesó Doyle.
Sin embargo, ese “volverse más salvaje” pareció no alcanzar y decidió dar testimonio. Indomable, que lleva vendidos dos millones de ejemplares, es entonces un anecdotario de cómo se dio aquel cambio, pero también un llamado a la acción, un compromiso social con el que interpela a sus seguidores.
Es, además, una representante de un fenómeno cultural, emancipador, masivo y plural, que da cuenta de los días post Trump en Estados Unidos.
En la “indefinición” está la clave
“Soy una escritora, una conferencista y una activista. A ninguno de mis colegas hombres se les pregunta cómo se definen. ¿Qué soy? No lo sé, solo sé que seguiré escribiendo libros, dando charlas y haciendo mis cosas”, responde Doyle, algo molesta, cuando se le pregunta cómo se autodefine porque entiende que en la “indefinición” está la clave.
Acerca de por qué eligió la palabra “Indomable” (“Untamed” en inglés) para el título del libro, la escritora señala: “El concepto me vino a la mente durante una visita al zoológico. En el libro revivo la impresión que me dio observar de cerca a una chita, me sentí identificada con la forma en la que la habían amaestrado. Esa simple escena me sirvió para representar la sensación que tenía de estar atrapada en mi profesión, en mi matrimonio y en mi fe. Cuando vi a esa chita, entrenada para vivir en cautiverio, me di cuenta de que mi poder estaba tan encerrado como el del animal. Todos nacemos más libres, más salvajes y menos estructurados.
Después, las ideas de género, sexualidad, nacionalidad y religión hacen que terminemos condicionándonos y perdiendo esa esencia. Ese día entendí que tenía que hacer el camino inverso, un proceso para volver un a ser un poco salvaje. Pero la palabra “salvaje” no se ajustaba para el libro: en “in-domable” queda la marca que sugiere algo de aquel camino inverso”.
Indomable tiene un formato de capítulos cortos, escenas disruptivas y una ruptura con el orden cronológico. ¿Por qué Doyle trabajó de esta manera?
“En realidad, el libro sí tenía un orden, pero lo tuve que reescribir todo. Y menos mal que lo hice. La escritora y periodista Liz Gilbert es una de mis mejores amigas. Un fin de semana, se quedó en casa y le di para que leyera mi original. Quería saber su opinión honesta. Ella respiraba en el sofá y yo sentía que me moría. «¡Esto es horrible. Escribís un libro sobre cómo liberarte de estructuras sociales y lo hacés con una estructura. Escribís sobre tomar riesgos, y lo hacés sin tomar riesgos!», me dijo. Ahí entendí que el medio tenía que ser el mensaje. Y bueno, sí, fue el peor día de mi vida porque yo sabía que Liz tenía razón.
Así que empecé de nuevo. Quería sentir, al escribir, como corría la chita. Quería que reflejara desde la estructura literaria que no hay límites. Sé desde hace muchos años que soy un ser humano muy sensible, pero pensar que había algo mal en eso o que tenía que solucionarlo o taparlo, me hacía pensar que me iba a morir, una suerte de debilidad. Esa idea de cómo funcionaba me hizo abusar de las drogas, el alcohol o la comida. Ahora, entiendo que los sentimientos están, que vienen como olas y que pasan. Sé que suena como muy simple, casi ridículo, pero cambió mi vida por completo. Me entrego todos los días a eso que siento y sí, me hizo menos eficiente, menos productiva, pero me volvió más saludable”, dijo la también activista.
“Podemos hacer cosas difíciles” es la frase con la que Glennon explica el vuelco que tomó su vida, pero también la que apuntaló los cuarenta días maratónicos en los que se puso la camiseta de Joe Biden o la que usó para bautizar el podcast en el que envalentona a sus oyentes.
Hacer realidad las cosas difíciles
Sobre Together Rising, la fundación que preside y que lleva recaudados 28 millones de dólares para ayuda social, apuntó: “Ayer estuvimos discutiendo un tema que nos preocupa: el aumento de la población LGBT+ en la calle. Y eso me toca de cerca porque soy gay, mi mujer es gay y mi hijo es gay. Me rompe el corazón la idea de que estos chicos terminen en la calle porque sus iglesias y sus hogares sienten miedo o vergüenza y entonces terminan expulsándolos. Ahora nos estamos focalizando en eso, quisiera que accedan a tener una vida razonable”.
De por qué se involucró tan activamente en la campaña de Joe Biden a la presidencia, explicó: “Ellos me lo pidieron después de haber hecho una encuesta en la que indagaron sobre cuáles eran las mujeres en las que más creían o inspiraban. Y me contactaron. Durante esos cuarenta días, desde que me despertaba hasta que me iba a dormir, trabajé solo para sacar a Trump del poder, focalizada en la campaña de Biden. Y no porque crea que Biden es la salvación para todos nuestros problemas, sino porque lo viví como un servicio a la sociedad. Me probó que, también, que podemos de verdad hacer realidad las cosas difíciles. Cualquier persona que tenga cierta sensibilidad tiene que entrar en la acción social. Si lo horrible de este mundo no te moviliza a cambiarlo, te pudre por dentro. Sí, hay cosas que son horribles, pero también sé que puedo hacer cosas para cambiarlas”.