Gustavo Grazioli / Especial para El Ciudadano
Hace más de 50 años en Rosario se vivió un hecho que quedó en la historia del fútbol. Fue en abril de 1974 y todavía se sigue recordando, incluso, con algunos agregados a los que no se les puede otorgar condición de verdad, pero sí sumarlos a la cantera de anécdotas que siguen alimentando el mito. El acto en cuestión fue un partido de fútbol que se jugó en la cancha de Newell´s, actualmente conocido como Estadio Marcelo Bielsa, ante unas 30 mil personas, según las crónicas de la época.
De un lado, la Selección Argentina a cargo de Vladislao Cap – tras la sorpresiva salida de Enrique Omar Sivori –, la cual se preparaba para el Mundial que se iba a disputar ese año en Alemania, y del otro, un equipo con todos jugadores de la Lepra y Rosario Central, menos uno, Tomás “Trinche” Carlovich, quien venía de las entrañas de Central Córdoba, el equipo del barrio Tablada en el que brilló y construyó la narrativa de una historia, la suya, que aún no parece tener fin y siempre tiene algo para agregar.
En ese partido, el Trinche, hasta ese momento ignorado por las páginas deportivas, sacó sus credenciales de mediocampista, demostró el valor de su zurda y obnubiló a los espectadores con algunos gestos técnicos que traía incorporado del potrero de su Rosario natal. Con su andar cansino, estatura de más de un metro ochenta, pelo largo y un rostro sin demasiada gesticulación, al que a veces se le agregaba un tupido bigote, dio una demostración de fútbol que generó revuelo en el cuerpo técnico de la Albiceleste, tanto que, según los testimonios, pidieron que “saquen al 5”.
“Recuerdo que jugaba como si estuviera en el patio de su casa. Sin ninguna presión. Hacía lo que se le venía a la cabeza y esa noche jugó un partido increíble A su manera se hacía dueño de la mitad de cancha. Era chueco, desgarbado y un poco lento, pero tenía un gran dominio de la pelota y una pegada fantástica…Fue la primera y única vez, no solo que lo tuve de compañero, sino que lo vi jugar. Me pareció un crack”, dijo Mario Zanabria – otro jugador destacado, de fina zurda, compañero de Carlovich en ese mediocampo que también tenía a Carlos Aimar por el lado derecho – en la genial biografía coral de Trinche que escribió Alejandro Caravario.
El Trinche no necesitaba correr, tampoco entrenar – de hecho, los comentarios coinciden en que no estaba en el bando del sacrificio -, la diferencia estaba en su cabeza, en la manera de pensar con la pelota en el pie, algo que sin dudas lo coloca en el panteón de los eternos, cerca de Maradona, Riquelme, Houseman, Bochini, Alonso, Kempes, entre otros.
Además de contar con una exquisita pegada con la que supo hacer varios goles, su mayor atributo estaba en los pases con que habilitaba a los delanteros. “Creo que mi mayor mérito era pensar un segundo antes de la jugada. Más que la técnica. Solo se trata de ser inteligente, de saber cuándo es el momento de dar un pase y soltar la pelota”, aportó el mismo Carlovich en el libro de Caravario.
No tuvo grandes logros deportivos – visto con la lupa actual, no sería un caso de éxito – ni tampoco transitó por equipos de Primera. Debutó en Central, pero solo jugó dos partidos oficiales. Su mayor estadía la tuvo en el ascenso, principalmente en Los Charrúas rosarinos, y llegó a la estatura de O´Rei en Independiente Rivadavia de Mendoza, equipo en el que cosechó una buena cantidad de fanáticos que siguieron su travesía por el fútbol.
Mito indescifrable, leyenda con dimensiones literarias al borde de la exageración. Se dice que Bielsa iba todos los sábados a verlo a las gradas del estadio Gabino Sosa, que Menotti lo buscó para llevarlo a la Selección y que Maradona lo puso por encima de él, algo que se puede comprobar cuando el Diez, técnico de Gimnasia de La Plata, le firmó una camiseta con dedicatoria: “Al Trinche que es mejor que yo”. El cúmulo de historias orales es inmenso, incluso las que revelan sus cualidades técnicas para describir el doble caño a un mismo jugador, los fulminantes remates sin necesidad de tomar carrera o que su sola presencia en un partido era garantía para que vayan hinchas variopintos, con la ilusión de ver en vivo las jugadas mágicas de las que tanto se hablaba.
Pero, así como se destacaban de sus hazañas dentro del campo de juego, también estaban las que convivían en paralelo con el fútbol. Se decía que se iba de los entrenamientos para ir a pescar, que tenía preferencia por el alcohol o que cuando se instaló en la Lepra mendocina le iban a dar un yate para que pudiera pescar y no se volviera corriendo a Rosario, después de cada partido. «Nunca fui a pescar, no me gusta. Y mirá que me invitan…”, aclaró el Trinche a Caravario para desarticular los dichos.
A Carlovich le gustaba jugar al fútbol, mantenerse cerca de los amigos, de su familia y transitar las calles de Rosario en bicicleta. Se alejó de la espectacularidad y lo único que lo amargó fue el paso del tiempo, inclemente y sinsentido, pero lineal y sin sentimientos. Ese fue su peor rival. Que su calendario se quede sin hojas y la imposibilidad del cuerpo se vaya apagando, lesión tras lesión, para definitivamente tener que retirarse totalmente del fútbol, ese territorio de la diversión que habitó hasta después de sus 40 años en ligas regionales.
El Trinche murió en 2020. Lo mataron de un palazo para robarle la bicicleta. La muerte le llegó de la peor manera y apagó una vida colmada de notas al pie, que, aún continúan en desarrollo. Su mayor deseo, como le dijo a Julián Bricco en el programa Historias por dentro, era volver a jugar un partido, 45 minutos completos. Una última vez. No pudo, pero marcó sus convicciones para siempre dentro y fuera de la cancha.
“A la pelota hay que acariciarla, hay que tratarla bien. Quererla mucho, respetarla”.