Entre mis tantas fantasías gordofóbicas, hay una que se instaló fuertemente hace un tiempo. Quizás por la edad, quizás por haber engordado tanto en los últimos años, lo cierto es que, cada tanto (cada tanto más seguido), aparece una pregunta con poco prolegómeno: ¿entraré en un ataúd? Como fantasía (y miedo recurrente) trato de no darle tanta entidad para no angustiarme también por eso, los contextos son bastante amargos como para sumarle un tópico que tiene que ver con otros mambos inconscientes y demás, ¿o no?
Entonces agarro el teléfono y veo una publicación de Caro, @latrabajadorasocialgorda . En un posteo cuenta que falleció su padre y, en el encuentro con la gente de la casa mortuoria, le empezaron a hablar de precios por tema cuerpo y cajones. Ella cuenta: “me tocó esta semana vivirlo en carne propia. Mi papá era una persona muy delgada, por su problema de salud la que fue a hacer el trámite a la cochería fui yo con mi vieja, que no es gorda. Lo primero que nos preguntaron fue cuánto pesa el muerto. Así, lo primero, les juro. Y con la respuesta, sacó de un cajón del escritorio un tarifario. Más peso, más plata”.
La fantasía es real.
Cuestión de Peso
A partir de la información que recabamos, con alguna diferencia de kilos según la funeraria, encontramos diferentes tamaños de ataúdes con sus respectivas nomenclaturas:
- Ataud tamaño adulto, hasta 85 kgs.
- Ataud tamaño adulto, hasta 100 kgs.
- Ataud tamaño adulto semiextraordinario, hasta 120 Kgs.
- Ataud tamaño adulto extraordinario, hasta 160 Kgs.
- Ataud tamaño adulto vaca hasta 180 Kgs. en adelante que se mandan a hacer (se han encontrado algunas referencias que asocian el nombre “ataúd vaca” con el apellido Vaccarezza, pero estas afirmaciones no han sido corroboradas).
Solicitamos presupuestos para un cuerpo imaginario de 157 kilos. El costo con servicio completo, que incluye retiro del sanatorio u hospital, 12 horas en cochería, crematorio o parcela, con traslados y sin velorio, va de $1.500.000 a $2.500.000 en las casas fúnebres que nos contestaron. Dato de color: nos sugirieron que si podíamos hacer entrar el cuerpo en un ataúd más chico (¿cómo se podría hacer eso?), el costo bajaría a $900.000.
La situación no se limita a encontrar un ataúd (y poder pagarlo). Una vez superada la primera instancia se abren nuevas problemáticas: ¿en qué coche trasladar el cajón?, muchas veces por las dimensiones del mismo no se puede realizar en los clásicos coches fúnebres (se deben utilizar camionetas u otros vehículos). ¿Inhumar o cremar? En las conversaciones que tuvimos con las casas velatorias, nos mencionaron que en los nichos sólo entran cajones convencionales, por lo que las opciones se reducen a tierra o cremación (siendo ésta más costosa en el caso de las corporalidades gordas).
Sepultar la gordofobia
Morir con un cuerpo gordo abre un abanico de dolor silenciado o desconocido. Al desconsuelo de la pérdida hay que enfrentarse a situaciones gordofóbicas bastante silenciadas. Ya no es sólo lidiar con la muerte. Hay que lidiar con la frialdad de los presupuestos, discutir con lo que cubre o no la obra social o prepaga (si tenemos el privilegio de tener cobertura). Definir qué cajón. Pensar si alcanza para hacer un velorio frente a los precios de los cajones. Elegir entre tierra y cremación. Todo esto para quienes tienen los medios económicos de poder elegir “en libertad” que oficio realizar.
El derecho a un sepelio digno se desvanece frente a la falta de información sobre la diversidad corporal y la gordofobia enquistada. Como luchamos para poder conseguir un jean talle 56 en la mayoría de los negocios de ropa ¿tendremos que luchar por velorios que no sean expulsivos para los cuerpos gordos? La muerte no discrimina, la gordofobia sí.
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*Licenciada en Ciencia Política (UNR), militante por la diversidad corporal, anticapacitista, docente universitaria en UGR, trabajadora en la Secretaría de DDHH de la UNR. IG: romina.sarti