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Gracias Tata, gracias Newell’s: una mirada al actual proceso

La opinión del lector. El desembarco de Gerardo Martino en el equipo que lo vio brillar como jugador se dio en contexto desventajoso, destacan.


Por Ezequiel Martínez (*)

12 de diciembre de 2011. Newell’s empataba 2 a 2 con Lanús de visitante y llegaba a los 16 puntos en el Torneo Apertura, finalizando antepenúltimo en la tabla. El equipo se encontraba inmerso en un mar repleto de dudas, sin un rumbo claro que nunca estuvieron cerca de encontrar ni Javier Torrente ni Diego Cagna. El promedio empezaba a acechar, a 9 puntos de posiciones de promoción se preveía un futuro muy incierto, temiendo lo peor y con un técnico despedido dejando acéfalo de conducción a un equipo que había logrado tan sólo 5 triunfos en todo el año.

El panorama era a cada minuto más negro. Se necesitaba una revolución, no sólo un conductor sino también un líder, de un prócer. Se necesitaba un hombre de la casa.

Gerardo Daniel Martino es el hombre que vistió más veces como jugador la camiseta rojinegra; es uno de los más ganadores de la historia leprosa dentro de la cancha. Acababa de llevar a Paraguay al subcampeonato de América y había logrado un histórico Cuartos de Final en la Copa del Mundo. Pero todo eso no le importó; él sólo necesitó ver que esa, su casa, lo imploraba. Escuchó a su corazón y respondió al llamado. No le interesó venir a un fútbol que no lo merecía, a un fútbol argentino que tan bien supo definir como “histérico, tramposo y ventajero”, en el cual no importan las formas, no importa el cómo, no se analiza más allá de un resultado. Sólo importaba su casa, sus colores, su amor.

El 27 de diciembre de 2011 quedará grabado a fuego en el corazón de todos los leprosos como el día en que el hijo prodigio volvió a su hogar. Y volvió para ayudar.

Ante las incesantes preguntas sobre quién debía incorporar Newell’s a su equipo para salir del mal momento, el Tata sólo necesitó responder: “La solución está en casa”. Casa, esa palabra clave en esta gloriosa etapa.

Comenzaba el torneo y había que viajar a La Plata en un partido más que complicado. Fuimos de punto y empatamos con Estudiantes. El gol lo hizo Urruti, un pibe de inferiores, ahí donde estaba la solución. De a poco se empezó a ver el trabajo del Director Técnico. Un trabajo arduo, serio, con dedicación y compromiso, desde la autocrítica y con honestidad: “Nada nos pasa por casualidad. Si nos pasa, es porque lo buscamos”. El equipo no sólo empezó a cosechar puntos y alejarse de a poco de lo más temido, sino que lo hizo con la mejor arma: el fútbol. Peleó el campeonato hasta el final y dio que hablar; hacía tiempo que no se veía a un equipo tan siquiera intentar jugar cómo lo hacía Newell’s.  El hincha se animaba a soñar.

Se alcanzaba el objetivo, el de sumar, pero se sabía que con este proyecto, con este líder, se podía más. El promedio acechaba nuevamente, y esta vez de la peor manera, encontrando al conjunto del Parque Independencia en la última posición con tan sólo 90 puntos, al igual que Independiente. Y vaya si este dato no será menor.

La pretemporada permitía armarse, reunir soldados. Se necesitaban hombres, se necesitaba sentido de pertenencia. Y ahí el corazón de gladiadores como la Fiera, como el Gringo, como Nacho, se vio tocado por sus colores, por el sangre y luto. Y por la presencia del líder, claro. El Tata sumó a su tropa, además, a Casco, Cáceres y Orzán, impensados seguramente, pero él bien sabía qué hacía. Y fuimos por más.

Comenzaba lo que se avizoraba como una de las temporadas más importantes de la historia leprosa. El equipo siguió demostrando, siguió creciendo, apoyado en un ejército que sentía y que dejaba la vida por la causa por la que empezó su lucha. Jugaba igual y salía a ganar en cualquier cancha… o país. Ya no iba más de punto; ahora era respetado y señalado como uno de los mejores de Argentina. “Newell’s es el Barça argentino”, decían en Buenos Aires. El reconocimiento por el nivel futbolístico desplegado llegaba de parte de propios y extraños… se iba a pelear hasta el final.

Por poco no alcanzó, se logró el subcampeonato. Pero el Tata quería quedarse seis meses más, quería terminar el proyecto, quería terminar de salvar a su Newell’s. Esta vez, yendo por la gloria. Esos viejos muchachos, empujados por un sentido de pertenencia envidiado en todo el mundo, querían quedar en la historia, querían esa gloria.

La aventura presentaba un 2013 con una triple competencia por delante: el Torneo Final, la Copa Libertadores de América, y la Copa Argentina. La gloria es eso, ir por todo. Y Newell’s fue por todo.

“Disfruto de dirigir a este equipo”; el trabajo del Tata ya era un hecho. De la mano de sus muchachos, su Newell’s era reconocido hasta por su más acérrimo rival, y toda la gente del fútbol lo disfrutaba. ¿Qué decir de estos jugadores? Identificados por una idea, por el club, desplegaban actuaciones brillantes. Todo comenzaba con el 1, con el Patón. A su seguridad en el arco le agregaba juego, y el fútbol leproso nacía en sus pies. Pasaba por gladiadores como Heinze y Vergini, hasta que llegaba a los estrategas, a los pies de Lucas (el gran capitán, el primero en volver), el Mudo, PP8, Rinaldo, Figueroa, Tonso, Maxi… hasta Pomelo y Orzán. Cáceres y Casco, esos “impensados” (únicamente por nosotros, los terrenales), pasaban por los costados como laterales brasileros, irremplazables. Y seguía, toque y toque, hasta que aparecía el 32, Nacho, y clavaba un verdadero golazo. “Valoro la valentía de los muchachos, que nunca renuncian a las formas, a pesar del resultado”. Aquel 4 a 3 con Racing será inolvidable.

La obsesión, el sueño por la Copa Libertadores, la hacía irresistible. El Torneo Final estaba al alcance de las manos, pero el equipo estaba comprometido y no iba a renunciar a nada. Luchó en todos los frentes, demostró que se puede, y llegó a la semifinal, instancia que no se alcanzaba hacía 21 años, con Marcelo Bielsa sentado en el banco y con él, con el Tata, en cancha. Esa noche en el Coloso, esos 26 penales pateados contra Boca, quedarán impresos en la memoria de todo el mundo rojinegro.

Quedaba un mes para mantener la punta del torneo y coronarse en Argentina, para después pensar en Atlético Mineiro. El primer paso hacia la gloria estaba más cerca que nunca. Newell’s tenía con qué, y lo demostraba. Goleadas a Boca y a Unión en el Parque, y un 3 a 0 en Rafaela que provocó la despedida del equipo con aplausos del público rival, lo dejaban al borde de la tan ansiada coronación.

“Yo ya me siento campeón”, dijo el Gringo. Y no por lo matemático, sino por el resto, por lo que el equipo logró, por el nivel alcanzado, por el “esfuerzo de todos los chicos”, por el reconocimiento unánime, por la identificación de su gente, que se rompía las manos aplaudiendo en el medio de un partido, cuando no pasaba nada, de manera genuina y espontánea por el solo hecho de agradecer, de expresar su satisfacción. Porque todo esto se dio en un contexto desventajoso, en un fútbol argentino donde todo se hace diez veces más difícil. Y Newell’s lo hizo. Newell’s hizo escuela.

Fue un año y medio, días más, días menos, a pura emoción, alegría, tristeza, llanto. Pero por sobre todo… de orgullo, de amor por nuestro querido Newell’s Old Boys. Por aquello que tanto luchamos y logramos aquel 14 de diciembre de 2008.

La historia sigue, se vienen enfrentamientos que pueden seguir agigantando aún más esta hermosa, gloriosa etapa… pero creo que hablo por todo el pueblo “ñulista” cuando digo: Gracias Tata, gracias Newell’s.

(*) Socio Nº 243434-2

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