Con el tiempo, Eduardo Di Fini entendió que el progreso tecnológico tiene dos caras: te da y te quita. A él, la invención de los hermanos Lumiére le dio décadas de trabajo en más de 20 cines de Rosario, donde proyectaba y disfrutaba de las películas. Hoy, con 87 años, el jubilado vive la otra cara del progreso. Su profesión casi no existe y solo le quedan las máquinas que ponía en marcha en los cines Brístol, Apolo, Belgrano, Opera, Astral y Monumental, cuando Rosario era la segunda ciudad con más salas de Argentina. Los aparatos están en su taller, pegado a su casa en el límite de Rosario, a la espera de darle vida a un sueño personal. “Me gustaría que haya un museo de la cinematografía local y que sea público”, cuenta a El Ciudadano.
Cines de Rosario en la historia
Antes de ser proyectista, Di Fini trabajó haciendo “canje”. Entre 1950 y 1970 las productoras de películas mandaban pocas copias que manejaba la Sociedad Exhibidora de Rosario (SER). Quienes trabajaban en “canje” debían llevarlas de un cine a otro para las funciones. Di Fini hacía los viajes en bicicleta cargando las latas porque le garantizaba entrar a las cabinas de proyección, un sueño que tenía de chico.
“Te viniste muy pituco. Te vas a manchar todo”, le dijo el dueño del Cine Brístol (en Maipú y Mendoza). Di Fini estaba de traje y corbata para enfrentar su primera práctica como proyectista. Era 1951 y el chico no sabía que iba a manipular los carreteles de proyectores de 35 milímetros cuya clave estaba en los electrodos de carbón.
Para sacar el carné de proyectista Di Fini estudió física y practicó, ya sin traje y corbata, hasta que rindió. Su examen fue proyectar «La culpa la tuvo el otro» con Luis Sandrini en el Cine Astral (Rioja y San Martín). Ya lejos de la bicicleta del “canje”, trabajó en cines pequeños como el Roma o Tiro Suizo, y también en el Radar y el Gran Rex. Hoy la mayoría son cocheras o templos evangélicos.
Di Fini había elegido un trabajo de película, pero también uno insalubre. Por legislación solo podía hacerlo 4 horas al día por el encierro y el ruido de las máquinas. También era peligroso. El celuloide, como bien pudo verse en «Bastardos sin gloria» de Quentin Taratino, es inflamable. Pero su amor por las películas lo mantuvo adentro de las salas de los cines La Comedia, Broadway y El Cairo, hasta las últimas funciones antes que este cierre en 2007.
“En el pasado el cine estaba a la vuelta de tu casa y era una atracción”, contó Di Fini a El Ciudadano. Hoy la huella de las 48 salas de cine que funcionaron a mitad del siglo XX se puede ver al entrar a un estacionamiento, a un templo evangelista o un banco.
Carteles y molderías delatan que Rosario era la segunda ciudad con más salas de Argentina, vendiendo 8 millones de entradas por año entre 1940 y 1960. “Era una cifra verdaderamente significativa para una población de 500 mil habitantes”, recuerda el escritor Sydney Paralieu en el libro Los cines de Rosario. Ayer y hoy. Ahí el autor detalla en orden cronológico cada uno de los cines –y teatros que realizaban funciones de proyección como La Comedia o La Ópera– de la ciudad que funcionaron hasta 2000. Rosario era la única con salas barriales de relevancia, como la del cine Real, el Opera y el América.
Proyectista en Rosario con idea
Di Fini, el proyectista jubilado que trabajó en el esplendor de los cines rosarinos, se jubiló en 2007. Desde entonces invirtió tiempo y dinero en construir un carro que reemplace a los caballos de quienes carrean. A nadie en la Municipalidad o el Concejo le interesó su invento. En paralelo, mantuvo en condiciones los proyectores de distintos cines en los que trabajó.
En una carta escrita en 2019, el proyectista contó: “En todos los rubros hay coleccionistas. Tal vez por haber compartido tantos años en la cabina de proyección, siento afecto por estas máquinas caducas, aun cuando funcionan correctamente. Les he dado un lugar en mi taller para que no pierdan parte del esplendor. La más antigua es del cine de Granadero Baigorria, cedida gentilmente por los hijos de un antiguo cinematografista, César Panero”.
Según Di Fini, las máquinas están en funcionamiento, pero hay otras tantas desarmadas en depósitos de lo que fue el cine Radar o el Gran Rex. “Aguardan ser parte de un espacio público como un Museo de la Cinematografía de nuestra ciudad”, cerró en su carta Di Fini. Y quizás, como alguna vez el municipio reflotó la idea nostálgica de un autocine un fin de semana en el parque Scalabrini Ortiz, las máquinas puedan volver a iluminar Rosario.
Fantasmas de lo nuevo
Rosario supo tener casi 50 salas de cine sin contar los parroquiales o al aire libre. Era la única ciudad con salas barriales de relevancia, como la del cine Real, el Opera y el América. Pero eso terminó al empezar la década de 1970 con la entrada de la televisión en las casas. Canales de aire, VHS, cable, DVD, BluRay y streaming dejaron sin audiencia a los cines. El remate parece ser los costos de las entradas hoy en día (la última actualización de un importante complejo dice que cuesta por persona casi 500 pesos).
En más de tres décadas, los espacios de exhibición –que ya venían desapareciendo en los barrios– se redujeron a la mitad y se concentraron en su mayoría en los grandes centros comerciales cerrados. Entre 1980 y 2000, más de 10 cines de la ciudad cerraron sus puertas para ceder paso a estacionamientos, templos evangélicos, supermercados o los incipientes desarrollos inmobiliarios.
Uno de los ejemplos más claros fue el del Cine América (San Martín 3227). Inaugurado en la década de 1920, tenía casi 1.400 localidades. Era uno de los de mayor capacidad en Rosario. En 1982 quedó vacío. Luego el edificio fue usado por un supermercado y después por la Iglesia Ridel de Cristo, que conserva la fachada y la mayor parte de su estructura.
Otro de los destinos para esos espacios fue el abandono. Aún hoy, si levantan la cabeza al caminar por Corrientes al 400 (y Tucumán), pueden ver el cartel del Cine Imperial. El espacio, que desde principio de siglo XX funcionó como café cinematográfico y fue el primer cine rosarino con refrigeración a mediados de 1947, sigue tapialado entre una estación de servicios y otro inmueble abandonado.
Pocas salas sobrevivieron: el Cine Arteón, el Cine El Cairo –cambió de nombre a Cine Público El Cairo después de ser comprado por la provincia– y el Cine Lumière desde 1993 recuperado por la Municipalidad de Rosario para montar un centro cultural con proyecciones semanales, talleres y actividades para vecinos y vecinas.