SILVINA TAMOUS
Periodista de El Ciudadano
Fuimos muchos estos 19 años. Quizás 300. Guerreros sostenidos por el amor a la palabra, por esa porfía de no saber rendirse nunca. Por desafiar una y mil veces esa sentencia de muerte que alguien parece habernos declarado el primer día y que revertimos a fuerza de pelea. Cada uno de los periodistas que pasaron por este diario jamás se fue del todo. Ese sentido de pertenencia no lo borró, al menos para la mayoría, ni los años, ni un trabajo nuevo, ni la distancia.
Sobre las mesas armadas y desarmadas tantas veces para cada mudanza pasó la vida de la mayoría de nosotros. En este diario estallaron las torres, mataron al Pocho, vinieron los saqueos. En este diario gritamos los goles, nos peleamos, nos cansamos, pero nunca nos resignamos.
Aprendimos que casi nunca se gana: se pierde menos. No era fácil pensar un disfraz para manifestarnos. Ni tocar el redoblante hasta que sangraran los dedos. Que los hijos que nacieron se criaran entre gritos, bombas de estruendo y gomas quemadas. Y que el Cuco más grande con el que se asustaran fuera el desempleo. Conocimos el rostro de todos los presidentes, gobernadores, intendentes reclamando por nuestro trabajo. De los músicos extranjeros que llegaban a Rosario y se solidarizaban. Y de los jugadores de fútbol que ingresaban a la cancha con nuestra bandera.
Hoy tampoco es fácil. Nos hicimos digitales y seguimos siendo papel. El periodismo cambió y nosotros también. Y peleamos distinto. No es fácil ser lo que algunos llaman dueño y compartir con otros 60 esa misma categoría. No es fácil limpiar el baño, sacar la basura, colgar las cortinas, pensar la nota, administrar el dinero y disputar el futuro.
Vivimos 19 años de asamblea, con el temor de sacar hasta una bombacha en cuotas. Pero no nos rendimos. Cada vez que salíamos a la calle, todos aquellos que se fueron volvían, y todo se rearmaba para la pelea. Pero no fue sólo eso. Fue la escuelita de donde salieron grandes periodistas, donde hicieron los primeros palotes como un recuerdo entrañable. Hay maestros que ya no están en ningún lado, como Jorge Balbo, cuyo nombre lleva esta redacción, la nuestra, quizás porque está en todas partes y porque a gente como a mí me habla cuando creo que no puedo más: se me ríe y me pide que siga, que todo va a estar bien. Hubo otros que están, como Claudio Demarchi, el primero que soñó este diario, el que nos eligió a muchos de nosotros, el que nos empuja para que sigamos. Y tantos otros que disfrutan cada logro y que quizás algún día se retiren acá, como Messi en Newell’s, o Di María en Central.
Tal vez alguna vez volvamos a estar todos juntos. Como ese 7 de octubre de 1998. Estábamos nerviosos. Y expectantes. Fuimos todos –éramos muchos– a esperar la salida del diario a la planta donde se imprimía. Estaban nuestras notas y todos nuestros sueños apretados en letras de molde, en fotos, en diseño. Fuimos felices esa y muchas otras veces. Inclusos cuando revertirmos cierres empresariales y cambiamos de patrón. Porque durante 19 años el periodismo se alternó con la obstinada y caprichosa pelea de mantener abierto un diario, un lugar donde contar la ciudad desde un lugar distinto y mostrar que otro medio era posible. Ese diario hoy es nuestro. Ganamos. Al menos, un poco.