Invasión de langostas hubo muchas y Rosario también las sufrió. En 2020, en pandemia, aparecieron las conocidas “tucuras quebracheras” y crearon incertidumbre y curiosidad en los rosarinos. Pero cuando la ciudad estaba en pleno crecimiento, así como la red ferroviaria, allá por 1891, la plaga estremeció: se llenó el cielo de la ciudad con un color ocre, y sólo se escuchaba el ruido de masticación de algo que devoraba todo lo que tenía a su paso: árboles, arbustos, plantas, flores, huertos y cultivos.
El historiador y docente Eduardo Guida Bria relató a El Ciudadano que “el 7 de febrero de 1891 hubo una invasión de langostas tan grande que el mismo presidente de la Nación, en ese entonces Carlos Pellegrini, viajó a Rosario unos meses después para comprobar los daños y tratar de implementar alguna solución”. Lo recibieron en la estación Sunchales (hoy Rosario Norte) el gobernador de la provincia, el abogado Juan Manuel Cafferata, y el intendente de la ciudad, Gabriel Carrasco.
La plaga arrasó con todo. Pastos y cultivos desaparecieron en cuestión de horas y los trenes tenían que detener su marcha porque las masas de insectos tapaban las vías. El gobernador Cafferata creó la Comisión Central de Lucha, que fue presidida por el coronel Florentino Loza. Se formaron 400 comisiones locales para instruir a la población rural, pero la iniciativa fracasó y los insectos terminaron cubriendo más terrenos a los que dejaban arrasados. Faltaban fondos para combatir a las langostas.
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“Eran decenas de miles de insectos que al posarse lo tapizaban todo de un color ocre. Una vez aterrizadas sólo se oía el sordo ruido de las mandíbulas. Obstaculizaban, incluso, el normal funcionamiento del ferrocarril. Las locomotoras no podían avanzar, ya que las vías estaban cubiertas por los insectos, que al ser aplastados hacían resbalar las ruedas del tren, entonces los conductores y hasta a veces algunos pasajeros debían bajar de los vagones para retirar las gruesas capas de langostas que se asentaban y tapaban por completo las vías”, relató Guida Bria.
Finalmente la manga fue dominada, pero en los años siguientes las langostas siguieron apareciendo de improviso, aunque sin ese fervor apocalíptico que sólo la palabra plaga genera. “La gente trataba de deshacerse de ellas a pisotones limpios o haciendo toda clase de ruidos para ahuyentarlas, pero todo era inútil. Sólo se iban cuando se acababa la comida”, describe el historiador.
Aparición de langostas gigantes en 2018
“Emergieron algunas en la ciudad, pero no se puede decir que es una invasión porque en esos casos se habla de miles de langostas y no está pasando eso”, aclaró hace unos tres años Guillermo Palombo, de Control de Vectores de la Municipalidad, además de explicar que el insecto que no representaba ningún peligro para los seres humanos por lo que simplemente había que dejar que se fueran por sus propios medios.
“Es un tipo de langosta de gran tamaño, de unos 10 centímetros aproximadamente, que no tiene ningún riesgo sanitario para las personas, así que su aparición no conlleva ningún peligro para nadie”, resaltó en su momento el funcionario a los medios locales.
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Mangas de langostas migratorias en 2020
Dos años después sí habría temor: una manga de langosta de grandes proporciones ingresó en junio de 2020 a la provincia de Santa Fe desde el norte, tras pasar por Paraguay, Formosa y Chaco. En este caso fueron los insectos de la especie “langostas del desierto”, que pueden desplazarse hasta a 150 kilómetros en un día y que, si bien es una plaga rural, se convierte en urbana llegando a pueblos y ciudades.
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Una nube de «Langostas del desierto» se instaló en fronteras de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe
Berni y las langostas
El historiador Eduardo Guida Bria contó que el artista plástico Antonio Berni, en “Escritos y Papeles Privados”, escribió: “Una tarde de verano, vi los rasgos de mi abuelo, repentinamente marcados por una dramática desesperación. Con sus ojos desorbitados miraba en el horizonte norte, una nube oscura que se extendía como humo de quemazón sobre un cielo celeste puro. Media hora después, una crepitante masa de langostas comenzó a precipitarse, a lo largo y ancho del campo, sobre cuanta vegetación había en los alrededores. Sacamos latas, cacerolas, sartenes, hierros y campanas, a la manera de tambores y baterías, haciendo una bulla infernal, con la esperanza de asustarlas, de echarlas del lugar; el esfuerzo fue inútil, en un santiamén se comieron cuanto verde encontraron al paso. El paisaje tomó el tono ocre oscuro de los insectos. A mediodía, quizá obedeciendo a una orden misteriosa, comenzaron a remontar altura formando en el cielo una imagen semejante a un gran dragón oscuro. Vigilé la huerta: las legumbres habían desaparecido y los frutales, pelados de hojas, sólo mostraban de los frutos, sus carozos totalmente descarnados”.