Hernani Natale – Télam
El 15 de junio de 1996 se apagaba a los 79 años en Beverly Hills, California, la voz de Ella Fitzgerald, la más grande cantante de jazz que a partir de una técnica inigualable; un estilo que transmitía dramatismo, ternura y humor y el abordaje de un amplio repertorio, revolucionó el papel de las vocalistas en el género.
«Nunca pensé que mis canciones eran tan buenas hasta que las escuché cantadas por Ella», dijo en una oportunidad nada menos que George Gershwin, en la que podría ser la más precisa y contundente definición de esta artista, que heredó la cultura musical propia de la raza negra e incursionó en diversos géneros, entre los que aparecen el swing, el blues, la bossa nova, el samba y la balada.
En todos ellos, la «primera dama del jazz», entre otras maneras en que se la llamaba, descolló y sentó las bases para futuros artistas, en muchos casos asociada a otras notables figuras como Duke Ellington, Louis Armstrong, Count Basie, Jim Hall y Joe Pass, entre tantos.
Pero la notoriedad alcanzada por esta artista y un repaso por su historia personal permite entrever un camino de auto superación frente a las dificultades de ser mujer, pobre y negra en una sociedad en la que los prejuicios y la discriminación hacían estragos, e incluso se cargaba vidas.
Nacida en el estado de Virginia, en 1917, Ella Fitzgerald creció en la pobreza entre el abandono de su padre, la prematura muerte de su madre, el paso por un internado de menores y algunos roces con la ley por su afición a juntarse con varones a jugar y a cometer pequeñas tropelías juveniles.
Instalada desde muy joven en Harlem, Nueva York, su carrera tuvo un punto de partida casi fortuito cuando se presentó, prácticamente como un desafío de sus amigos, a un concurso de talentos en el célebre teatro Apollo de esa ciudad, para mostrar una coreografía, pero el maltrato del público a una bailarina más preparada que ella que actuó antes la hizo cambiar de planes e improvisó una canción.
Cuenta la leyenda que el díscolo auditorio se fue calmando a medida que avanzaba su interpretación para finalmente estallar en una ovación ante esta adolescente con un admirable rango vocal y notable facilidad para la afinación perfecta.
Desde entonces, con un repertorio que no dejó afuera nada del llamado «cancionero americano», su figura comenzó a crecer a la par de sus colegas Sara Vaughan y Billie Holliday, para reconfigurar la escena del jazz.
«Ella es la perfección en todo sentido, su afinación es perfecta», resumió a pedido de Télam el pianista Jorge Navarro, quien tuvo el breve pero inolvidable privilegio de compartir un momento musical con la cantante cuando visitó el país en 1960, un concepto compartido por las cantantes argentinas Julia Moscardini, Flopa Suksdorf y Luciana de Rissio, quienes también ofrecieron su testimonio a la citada agencia.
En tal sentido, las tres vocalistas no dudaron en señalar a Ella como una gran influencia y en destacar tanto sus virtudes vocales y su redefinición del rol de las voces en el jazz, como su libertad a la hora de elegir repertorio.
«Ella tiene un balance único entre despliegue técnico -vocal y rítmico-, mucha ternura y picardía al mismo tiempo, y una identidad inconfundible», puntualizó Moscardini, quien remarcó que su estilo siempre transmitió «inocencia y humildad, y un modo de expresarse genuino, donde siempre estuvo la música por encima de todo».
Por su parte, De Rissio destacó «el oído infernal» que tenía esta artista, como así también «su increíble dominio de las armonías y su tremenda agilidad vocal».
«Ella canta con la oreja. Pero también tiene una voz juguetona, que saca una sonrisa cuando la escuchás en ciertas canciones», explicó.
En tanto, Suksdorf hizo hincapié en la influencia que tuvo en la música popular en general a partir de una incursión en ritmos ligados pero no estrictamente pertenecientes al jazz.
«Citando una frase de moda, Ella es todo lo que está bien», apuntó la vocalista entrerriana, quien celebró «su apertura a otros repertorios posibles, de Sinatra, Jobim o hacia otros géneros vinculados con el jazz» lo que la convierte en «una escuela directa para estudiar esa transición que la bossa nova tuvo en Estados Unidos, cantada en inglés y con swing».
Pero sin dudas, el legado más fuerte de esta artista aparece con su desarrollo del scat, esa manera de improvisar vocalmente, con sonidos onomatopéyicos, tarareos o palabras inventadas, como si se tratara de un solo de cualquier otro instrumento.
«Ella fue el punto más fuerte en la improvisación vocal. Su dominio del ritmo y de las melodías, combinando diversión, placer, adrenalina y, a la vez, simpleza, es sublime y único», dijo Moscardini.
En este punto, tanto De Rissio como Suksdorf coincidieron en encontrar ahí señales de empoderamiento, no sólo femenino, sino también en relación al resto de los instrumentos de las bandas.
«Se incluyó como un instrumento más dentro de las ejecuciones de las obras y eso es sumamente importante. Estar en una big band tocando una obra de Ellington y que ella tenga una presentación improvisando como el resto de los instrumentos es muy importante. Allí pone su voz en un rol equitativo y en la historia de los vocalistas fue sumamente preponderante», subrayó Suksdorf.
En esa amalgama con los instrumentos y de repertorios, De Rissio destacó como esa voz «limpia, prolija y sincera, con los años fue cambiando» hasta la aparición de «una voz más sucia, con un poco más de rock, le mete algo de mugre que me encanta».
«Para mí, conocer a Ella hizo que empiece a escuchar muchísimo jazz, a cantar arriba de los discos. Aunque hoy en día tengo como referentes a muchos otros músicos con estilos muy distintos y mi búsqueda está lejos de querer imitarla, Ella sigue siendo a quien vuelvo siempre que me encuentro un poco perdida o quiero conectar con lo más placentero y auténtico del jazz», concluyó Moscardini.
«Es una voz como para poder abrirse a otras voces. Es una de las primeras voces que hay que escuchar para acercarse al jazz», reflexionó De Rissio.
«Es una vocalista que a mí me acompaña prácticamente a diario y me enseñará por siempre», completó Suksdorf.
Jorge Navarro: «Nuestro contacto fue breve pero muy emotivo»
A pedido de Télam, el músico argentino rememoró aquella noche en la que en el escenario del pequeño reducto ubicado en la calle Reconquista coincidieron el contrabajista Jorge López Ruiz, el baterista Osvaldo «Pichi» Mazzei y él, con la fenomenal artista y el excelso guitarrista Jim Hall.
«Casi todos los músicos nos juntábamos ahí a tocar, como también lo hacían los músicos norteamericanos que venían al país. No sé por qué se daba eso porque no era un boliche de jazz. Era uno de esos lugares de «ocho caras bonitas, ocho», pero había un piano y al dueño le gustaba que tocáramos, entonces se armaban unas terribles jazz sessions cuando todos terminábamos de trabajar con nuestros grupos», contextualizó Navarro.
«Una noche fui hasta ahí y al llegar me llamó la atención la gran cantidad de gente que había, todos abarrotados porque era un lugar chiquito. Cuando entro me toman del brazo y me dicen que me una a los que estaban tocando en el escenario porque no había nadie que tocara el piano», continuó.
Y remató: «Yo adoraba a Jim Hall. Me senté al piano y me acoplé a lo que estaban tocando. Cuando llegó mi solo, yo suelo tocar con los ojos cerrados, y en un momento escucho un scat maravilloso. Levanto los ojos y estaba Ella Fitzgerald, apoyada en la tapa del piano, con una copa de champán, cantando lo que yo tocaba. ¡Imaginate que se me pusieron los dedos de trapo!».
El encuentro se prolongó a tres piezas (««Topsy», un blues y alguna más que no recuerdo», apuntó Navarro), una posterior cálida charla en su mesa, de la que también participó Norman Ganz, famoso productor, mánager y dueño del sello Verve; y una invitación a probar suerte en Estados Unidos, que el pianista no aprovechó.
«Me invitó a su mesa y me dijo que le gustaba como tocaba, que se había divertido mucho, que había sido un momento muy grato. Estaba con la secretaria de la Embajada de Estados Unidos, que la acompañaba a todos lados, y le dijo que tomara mis datos para ayudarme cuando vaya a su país. Yo estaba en la edad del bobo, le di mis datos pero nunca intenté nada. La verdad que me asusté», reconoció. Y agregó: «Ella quería llevarnos a Sergio Mihanovich y a mí, porque también lo había escuchado a él y le gustaron sus canciones. Durante la semana volvimos a vernos porque Sergio tenía una casa muy grande e hizo una reunión a la que fuimos todos. Yo toqué y Ella cantó. Sergio bailó con ella y era muy gracioso porque era una mujer muy grandota, muy robusta, y él le llegaba al pecho. Era muy cómico verlos, yo me mataba de risa. Ella era muy cariñosa, muy afectuosa. Una mujer muy sencilla. Parecía una tía».
Consultado sobre cómo fue tocar con ella, el músico analizó: «Todo era fácil, sencillo, muy cómodo. Todo se desarrolló con una armonía que parecía que habíamos ensayado. La gente bramaba. Fue una noche inolvidable. Pero yo la admiraba de antes y no cambió para nada mi forma de verla. Ella era grande en cualquier lugar, era un fenómeno».