En la novelesca biografía de Diego Maradona pulsan episodios relevantes como para la escritura de dos tomos y entre ellos hay uno no siempre honrado en su justa dimensión: un lunes de hace 27 años congregó más de 30 mil personas en el entrenamiento de bautismo con la camiseta de Newell’s.
El del 13 de septiembre de 1993, Diego reunió a esa multitud sólo para ver sus primeros movimientos vestido de «rojinegro», en tiempos ajenos a la babel virtual, a la multiplicadora caja de resonancia sin la cual en estos días asoma complejo hasta la organización de lo más sencillo.
En realidad, desde el punto de vista estrictamente futbolístico el paso de Maradona por Newell’s transitó ajeno a vigores, luces y arrebatos de suprema inspiración.
Un Maradona de lo más terrenal, con la excepción de algunos toques de su sello y el maravilloso gol que no fue: el que intentó de rabona mano a mano con Luis Islas en el estadio de Independiente y evitó el gran arquero que sería uno de sus compañeros en el desdichado Mundial de Estados Unidos 94.
El vínculo de Maradona y Newell’s resultó insospechado, vertiginoso y fugaz.
A finales de agosto se habla de su regreso a la Argentina, al parecer para jugar en San Lorenzo o Argentinos Juniors y de inmediato se suma un nuevo candidato, Newell’s, con su presidente Walther Cattáneo a la cabeza y febriles negociaciones con Ricardo Giusti y Marcos Franchi y, éste en condición de representante del crack y aquél, uno de los guerreros de la gesta de México 86, en el rol de flamante intermediario.
El 5 de septiembre la Selección recibe cinco goles con Colombia en el Monumental, el clamor popular prácticamente exige que Maradona vista la camiseta albiceleste en el repechaje con Australia y los hechos se precipitan.
Cuatro días después lo impensado se hace realidad: se anuncia la llegada de Maradona a Newell’s y de ahí la hilarante anécdota del hincha de Rosario Central más célebre, Roberto Fontanarrosa: “Sólo dos veces mi esposa osó interrumpir mi descanso y despertarme, una cuando se desató la Guerra de Malvinas y la otra cuando Diego arregló con los vecinos”.
Un lunes del que se cumplen este año 27 años, Maradona se entrenó por la mañana en los bosques de Palermo, pasó por “Hola Susana”, se subió a un avión privado, saludó a las 600 personas que lo recibieron en el aeropuerto de Rosario, a las 17 llegó al estadio (Hoy llamado “Marcelo Bielsa”) y tres cuartos de hora después entró a la cancha y recibió la consabida ovación que los “Leprosos” presentes consideran un momento culminante y único en la historia de Newell’s.
Desde luego que fue anecdótico el rodar de la pelota número 5, aunque la entidad del protagonista a todos impregnó de una aureola sublime: desde los jugadores (Norberto Scoponi, Alfredo Berti, Juan Manuel Llop, Gerardo “Tata” Martino, entre otros) hasta al entrenador Jorge Solari, un viejo zorro del fútbol profesional que en sus horas de jugador había llegado incluso a ser titular con la Selección Nacional en el Mundial de Inglaterra.
El 7 de octubre Newell’s jugó un amistoso con Emelec de Ecuador, tres días después Maradona debutó de forma oficial (el referido cotejo con Independiente en Avellaneda), también se alistó con Belgrano, Gimnasia, Boca, y el 2 de diciembre, con Huracán, sufrió un desgarro muscular que lo dejó fuera de la cancha por varias semanas.
El 26 de enero de 1994 formó parte de un amistoso con Vasco da Gama de Brasil en la despedida de un ciclo de cinco partidos oficiales y dos amistosos, sin haber convertido ni un gol ni haber gestado acciones que se correspondieran con su arte, pero en la familia de Newell’s poco o nada influyeron los números escuálidos: Maradona ya los había hecho felices con el sólo hecho de calzarse la camiseta rojinegra.