A las 23.45 del 31 de mayo de 1962, hace 60 años, el criminal de guerra Adolf Eichmann fue ahorcado en la prisión de Ramla, en las afueras de Jerusalén.
Cinco meses antes, un tribunal lo había encontrado culpable de crímenes contra la humanidad en un proceso que se extendió durante 8 meses. A lo largo de 114 audiencias, los testimonios de sobrevivientes del Holocausto dejaron expuesto el papel que había desempeñado el reo en la maquinaria de exterminio alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
«Adolf Eichmann fue culpable de crímenes aterradores, diferentes de todos los crímenes contra individuos, y que en realidad fue el exterminio de todo un pueblo», había subrayado el juez Moshe Landau al anunciar el veredicto.
Se referían a la responsabilidad del oficial de la Gestapo, primero en la logística de las deportaciones a los campos de exterminio y más tarde en la implementación de las ejecuciones en masa.
“No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el Gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia”, dijo en una de las audiencias.
El 31 de mayo a las 23.45, después de rechazar la lectura de la Biblia y de pedir una botella de vino como última voluntad, caminó hacia la horca y pidió que no le pusieran una capucha. “¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! ¡Nunca las olvidaré!”, fue lo último que se le escuchó decir.
Igual que los condenados de Núremberg, su cuerpo fue cremado y las cenizas lanzadas fuera de las aguas territoriales de Israel.
Su rol en el Holocausto
El 1 de abril de 1932 Eichmann se había afiliado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y de la mano del dirigente nazi austríaco Ernst Kaltenbrunner, ingresó a las SS.
Recibió su adiestramiento en el campo de cadetes de Lechfeld, en la Legión Austríaca, y en 1935 fue trasladado al Servicio de Policía Interior de las SS donde generó una gran amistad con Reinhard Heydrich, «el carnicero de Praga».
Elegido “responsable de la cuestión judía”, se convirtió en un experto, aprendió a hablar yiddish y en 1938, tras la anexión de Austria, fue responsable de expropiar los bienes de 150 mil judíos, una acción que le valió el ascenso al grado de teniente coronel.
Durante el Holocausto, Adolf Eichmann coordinó las deportaciones por tren de judíos europeos hacia los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka, Sobibor, Chelmno, Belzec y Madjanek, donde en un año fueron asesinadas casi dos millones y medio de personas.
La fuga
Cuando se iniciaron los procesos de Núremberg logró escapar junto a otros nazis del campo de prisioneros y permaneció trabajando como leñador durante cuatro años en un bosque, al sur de Hamburgo.
Eichmann había tomado todos los recaudos necesarios para borrar su rastro. El plan era que lo creyeran muerto y para ello dejó de escribirle a su esposa y otros familiares que se ocuparon de mantener a la mujer y a los hijos del jerarca.
Tras cinco años de clandestinidad europea, en 1950 ingresó a la Argentina con la ayuda de la Cruz Roja y de miembros de la iglesia católica que le dieron pasaporte y cobertura. Había pasado por Austria y por Italia, “donde un franciscano, plenamente conocedor de su identidad, le dio pasaporte de refugiado, en el que constaba el nombre de Richard Klement, y lo embarcó con rumbo a Buenos Aires”, escribió Arendt.
Según aquella nueva documentación, tenía 36 años de edad, y no sus 43 años reales. Vivió en Tucumán, en La Plata y en San Isidro, antes de radicarse en San Fernando. Para entonces ya se había reencontrado con su esposa y sus hijos.
La captura
“Un momentito, señor”, le dijo en un español forzado uno de los agentes antes de lanzarse sobre el falso Ricado Klement, poniendo fin a esa vida rutinaria que se repetía cada día, tanto en la casa que compartía con su esposa y sus hijos, como en la planta de Mercedes Benz, en González Catán, partido de La Matanza, donde ocupó un puesto gerencial.
Poco más de un año antes, cuando los responsables del Mossad recibieron el dato certero de la presencia de Eichmann en Argentina, evaluaron los varios intentos fallidos de extraditar a prófugos de la maquinaria criminal nazi, y con el aval del gobierno de David Ben Gurión decidieron evitar la vía legal y planificaron una operación que debía ejecutarse en las sombras para para mostrar la voluntad de Israel de juzgar dentro de sus fronteras los crímenes del Holocausto.
El antecedente más directo de procesos contra los nazis eran los juicios que entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946 se desarrollaron en Núremberg, donde un Tribunal Militar Internacional procesó a 22 integrantes de los altos mandos nazis, condenando a 12 de ellos a morir a morir en la horca.
En el libro «La casa de la Calle Garibaldi», el entonces jefe del servicio secreto israelí, Isser Harel relató la versión oficial del operativo que comenzó con la llegada de una delegación oficial que vino a la Argentina para celebrar el 150 aniversario de la Revolución de Mayo. A bordo de la nave viajaron los agentes, dirigidos por Rafael Eitan, bajo la coordinación de Peter Malkin, todo bajo la atenta mirada del propio Harel.
Después de realizar tareas de inteligencia y atraparlo a metros de su casa, Eichmann fue mantenido prisionero durante diez días en una casa de seguridad y llevado en un avión comercial de la línea El Al, vestido como piloto y convenientemente dopado para que pareciera un tripulante que no lograba superar la resaca de una borrachera.
Ese día, Ben Gurión omitió decir en qué país había sido capturado el nazi. Fue una revista estadounidense la que indagó en los detalles de la cacería, expuso el nombre de Argentina y dejó al descubierto que la operación de un grupo comando de otro país dentro del territorio nacional había constituido una violación flagrante de la soberanía, lo que generó un incidente diplomático que finalmente no pasó a mayores.