Nuestra querida Argentina sufre una tremenda enfermedad política: la carencia total de previsibilidad. El cuerpo social que conforma nuestra república recibe y produce movimientos espasmódicos. Estos son múltiples problemas que aparecen y desaparecen y ninguno concluye en solución. El caleidoscopio que conforman nos muestra por igual la confesión de Rial sobre su infidelidad y la penetración narco en nuestro territorio. Nazarena y su tragedia se diluyen ante el protagonismo de los linchamientos. Y así desfilan y se entrelazan Fariña, el papa Francisco, el paro de Moyano y Barrionuevo, la quita de subsidios, el 2015. Y en nuestra adecuación moderna de la Biblia y el calefón seguimos sumando incoherencias. Ni siquiera el 2 de abril escapa a tanto desatino. La política cree que su responsabilidad ante este hecho empieza y termina en una recordación, en un acto, para diluirlo con el fútbol, con cara de feriado festivo. La reflexión y el dolor quedan para unos pocos. Ante tantas faltas, el gobierno nacional no reacciona o lo hace a su estilo. Y las oposiciones políticas viven a la “caza” de una frase salvadora para pasar al estrellato de la anuencia pública que dura 24 horas. Sus convicciones volátiles circulan con un traje a medida de especulaciones marquetineras. La república está herida y la política no está a la altura de las necesidades de un país herido. Los hechos acontecidos en las últimas horas en nuestro país son el correlato de una cultura de violencia que fue apareciendo en distintos estamentos incluso propiciada irresponsablemente desde la política.
Ante la barbarie cotidiana de muertes que comenzaron con el mote de ajustes de cuenta para derivar en linchamientos, debo decir que el Estado no está ausente, está mal presente. Y cuando la política se equivoca el costo lo pagan especialmente los pibes. Rubén Rada, con su espíritu malvinero, reflexionaba diciendo: “Hace años que nos están comiendo a los pibes, también nosotros éramos pibes cuando fuimos a Malvinas. Pero el que cruza la raya está en contra de la ley, para eso hay un Estado, para eso hay instituciones, para eso está la Policía, para eso está la Justicia… es cierto que hay muchas falencias, pero para eso está el voto”.
Como complemento a los dichos de Rada, el pastor Eduardo Trasante, padre de dos hijos asesinados, no claudica en su mensaje de paz convocando a poner en el corazón de la gente amor en lugar de odio. Me dejó pensando sobre la necesidad de tener una justa Justicia.
Sigo creyendo que la Justicia es la columna vertebral de una república. Es la que mantiene erguida a sus instituciones. Sin ella todo es posible. La justa Justicia reclamada por el pastor Trasante tiene que ver con la que no hace distingos entre los ilícitos de los pobres y los de los poderosos. Estoy absolutamente convencida de que la corrupción de la Justicia devasta a la sociedad y produce en un tiempo determinado la anomia, la cual posibilita el salvajismo tan en evidencia por estos días.
Repiquetea en mi interior la frase de Rada: nos están comiendo a los pibes… La corrupción aparece con fuerza si y sólo si la política lo permite y la Justicia lo apaña. Sin corrupción los pibes no estarían huérfanos de familia, de educación, de salud, de expectativas, de futuro… en definitiva de juventud.
Nos vamos acostumbrando a todo lo que no debemos acostumbrarnos. Hace tiempo atrás en esta Argentina productora de alimentos ver a alguien comiendo de un tacho de basura producía impacto. Hoy no.
Hoy no nos impacta tributar elevadísimos impuestos y a su vez destinar igual o mayor cantidad de dinero para prodigarnos a nosotros mismos seguridad privada, salud privada, educación privada. Y el peor de todos los acostumbramientos, no es mi caso, es el de prodigarse justicia, en realidad venganza, por mano propia.
También merece una reflexión profunda el rol de educadores e intelectuales. ¿Por qué la sociedad “patea” como si fuera una cosa hasta terminar con su vida a un pibe de 18 años que roba una cartera y permite que corruptos de envergadura conduzcan instituciones y/o sigan representando a nuestro país?
Es hora, como dijo días atrás Jorge Asís, de comenzar a hablar seriamente de los serios problemas de nuestro país, y ¡hacer!