En la planta de Allocco, la empresa nacional productora de maquinaria para la industria aceitera de Villa Gobernador Gálvez, se respira un clima de esperanza. El juez en lo Civil y Comercial Marcelo Bergia accedió a un plan de reapertura tras dictar, en febrero pasado, la quiebra con continuidad de la empresa. Ahora tienen un plazo de dos años para buscar un inversor pero con las puertas abiertas: hace un mes reabrieron la fábrica, pusieron a punto las máquinas y, poco a poco, están recuperando clientes. Los trabajadores marcaron El Ciudadano que van por más, ya su meta es volver a los días de gloria, cuando la metalúrgica era la tercera en importancia mundial en provisión de insumos, máquinas y hasta plantas llave en mano para la industria aceitera.
—¿Cómo está hoy la empresa?
—Las primeras semanas fueron para acomodarnos. Allocco está intervenida, el juez dictaminó “quiebra con continuidad”. Si vamos generando una suma de ganancia establecida, empezaríamos a recuperarnos. Nos darían el 70 por ciento de las ganancias del mes anterior, en el caso de que haya. Si no la hay, no se reparte el dinero. Antes trabajábamos 9 horas por día, ahora se redujeron a seis.
—¿Cómo comenzaron a organizarse?
—Había 54 personas trabajando y hoy quedaron 11 administrativos que tienen que hacer la tarea de todos. Un grupo de compañeros comenzó a contactarse con las aceiteras e informarles que volvimos a trabajar. Hicimos una circular, se la enviamos por mail a más de 100 clientes y le adjuntamos la orden judicial que reabrió la fábrica. Nos están llamando para pedirnos cotizaciones. Es un proceso lento, tenemos que evaluar los costos de cada pieza, las horas que tenemos que dedicarle, el material… Después armamos un presupuesto y se lo enviamos. Todo esto lleva alrededor de un mes para que se pueda concretar. Antes le compraban a un empresario, hoy a un trabajador de Allocco. La empresa la tenemos nosotros al hombro.
—¿Hubo un antes y un después de que tomaran el Ministerio de Trabajo?
—Después de que nos encadenamos en el Ministerio, fue un giro rotundo. Desde allí mucha gente nos empezó a ayudar. Con Empleados de Comercio nos tenemos que sacar el sombrero: nos ayudaron en muchos aspectos, hasta nos dieron útiles para nuestros hijos. Estamos muy agradecidos con ellos.
—¿Qué necesidades tienen?
— Hoy en día tenemos los sueldos reducidos que oscilan entre los 1.800 pesos hasta los 3.000. Sería de gran ayuda que la provincia pueda seguir con el aporte de la caja de alimentos. Nosotros ofrecimos reducirla a la mitad, ya que volvimos a trabajar. Necesitamos que nos sigan apoyando. Y con la Nación sería muy importante tener una reunión con el ministro de Trabajo. No queremos salir a reclamar públicamente ni cortar una calle, queremos sentarnos en una mesa para hablar de trabajador a trabajador.
—¿Cuáles son sus expectativas de ahora en más?
—Que las aceiteras confíen nuevamente en nosotros. Desde 2010 no estábamos cumpliendo con los pedidos, pero la patronal nos exigía eso. Queremos hacer un cambio. Las cotizaciones las demoramos un poco más, pero sacamos las horas que utilizamos por pieza para abaratar costos y competir en el mercado. Estamos rebajando los precios hasta un 20 por ciento. El objetivo es cumplir con todos y no poner fechas que no podamos cumplir, como hacíamos antes.
—¿Cuántos empleados quedaron?
—Al comienzo éramos 205. Antes de decretar la quiebra de la empresa, 140; y los trabajadores que aceptamos esta nueva modalidad, 78.
—¿Están esperanzados con la venta de la fábrica?
—El juez dio un plazo de prueba de dos años. Si la empresa funciona, va a aparecer un comprador. No significa que no se venda antes de ese tiempo. Nosotros somos muy positivos y sabemos que si esto marcha como debe ser, y el mercado de la aceitera se mueve, a fin de año la estaríamos vendiendo. Cualquier empresario va a poner los ojos en Alloco. Pero el futuro comprador, además de hablar con el juez, va a tener que hacerlo con nosotros.
—¿Cuán difícil es mantener la unión para llevar adelante el proyecto?
—Estamos tratando de hacer la empresa que siempre quisimos. Queremos que funcione, que sea productivo y efectivo. Nos costó mucho recuperar Alloco y no lo queremos perder. Si nos sueltan la mano ahora, el compañero que no pueda soportarlo, lamentablemente, se va a tener que ir de la empresa. Y si nos empezamos a ir de a uno, se pierde. No tenemos miedo a hacernos cargo; estamos orgullosos de haber salvado la empresa. Hay que aguantar. El mientras tanto es lo que duele. Está en nuestras manos lograrlo.