El director de cine y teatro Diego Lerman mixtura en su producción artística una serie de poéticas que, desde esa misma diversidad, buscan encontrar un eco en el público. Tras la notable Tan de repente (2002), a la que le siguieron Mientras tanto (2006), La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014), Lerman estrenó el jueves último en los cines de todo el país Una especie de familia su quinta película que, como su antecesora, indaga en un conflicto intrafamiliar al tiempo que atraviesa una compleja problemática social como es la adopción.
En el film, una médica porteña (Bárbara Lennie) junto a su marido (Claudio Tolcachir), decide adoptar un bebé en Misiones. Para eso se conecta con un médico de un hospital misionero (Daniel Aráoz) que la ayuda y al mismo tiempo la traiciona, una vez que le entrega al recién nacido.
Definida por el director como una especie de “thriller moral”, por una serie de contradicciones que se tejen al calor del relato, Lerman pasó el miércoles por la ciudad para presentar su película junto al actor Daniel Aráoz. Se trata de un film que se conoce comercialmente en la ciudad tras su reciente premiere mundial en el Festival Internacional de Toronto, mientras se prepara para competir en la inminente 65ª edición del Festival de San Sebastián, que comienza esta semana.
“Es una película contada en tono de thriller, una especie de «thriller moral», y es la historia de Malena, una médica de clase media que vive en Buenos Aires, que viaja a Misiones con la intención de adoptar un bebé; es la narración de ese viaje concreto, de ese viaje físico y real, pero también hay un relato que tiene que ver con un viaje introspectivo y emocional que lleva a esta mujer a enfrentarse a una serie de dilemas morales sobre los límites que está dispuesta a traspasar para poder adoptar; también, las barreras con las que se va encontrando la enfrentan a tener que tomar decisiones que tienen una serie de consecuencias y están vinculadas con el ámbito de lo moral”, se explayó el director.
Las particularidades de las relaciones interpersonales, sobre todo de aquellas que suelen quedar en un segundo plano (Tan de repente, La mirada invisible), son de un claro interés para este director de cine que en los últimos años también se supo ganar un lugar de importancia en el campo teatral (ver aparte). Pero desde Refugiado, donde una madre escapa con su hijo de un hombre violento “para hablar de la idea de descomposición de una familia por esa violencia doméstica y de género”, según el propio Lerman, ese interés se trasladó, en parte, a los vínculos familiares con sus consabidas disfuncionalidades. “Hay algo en la idea de conformación de una familia, porque esta adopción es como el nacimiento de la idea de familia para estos personajes, que me genera mucho interés, porque la familia sigue siendo algo fundante; siempre que se habla de familia, se habla de la sociedad, de las relaciones interpersonales que reflejan una época determinada, la definen”, analizó el director.
Enfrentar nuevos desafíos
“Hacer cine es llevar a cabo una búsqueda; esa búsqueda suele comenzar con una idea, quizás con una referencia argumental. Y en este caso en particular, aunque también me pasó con otros, llevé adelante una investigación; a partir de ahí fui tomando decisiones argumentales, dado que yo también escribo los guiones, partiendo de una mezcla entre testimonios e historias, hasta cosas inventadas. Con el guión terminado y con un montón de decisiones tomadas, incluso con los actores ya definidos, siempre me permito dejar un espacio para ir modificando cosas como pasó acá. El set suele ser un lugar donde, incluso, modifico, agrego o quito escenas; me interesa la idea de una película viva, pongo atención en que lo que se cuente sea lo más cercano a lo humano con todas su contradicciones”, expresó Lerman, quien también habló del desafío de ese “rodaje vivo”, donde trabajó con no actores o bien actores sin experiencia cinematográfica.
“El elenco de esta película propone una mezcla extraña, porque por un lado está Bárbara Lennie, una actriz muy consagrada en España (es española de padres argentinos), que trabajó con Pedro Almódovar, entre otros, y que ahora rueda una película con Javier Bardem y Penélope Cruz. Ella la protagoniza, pero también está Yanina Ávila que nunca había actuado, ni se le había cruzado por la cabeza, y hay una escena en la que tienen un gran duelo actoral en el que están a la misma altura. Y pasa algo conmovedor que es fundamental para la película, y que seguramente tenga que ver con que Yanina, que es Marcela en la ficción, atravesó en su vida personal una situación cercana a la que vive su personaje. Con ese trabajo le da a toda la historia algo de mucha verdad, porque en cierto modo, lo que ella cuenta, lo cuenta en primera persona, modifica y afecta el trabajo de todos los actores”, dijo el director. Y agregó: “También está Daniel Aráoz, con un personaje muy ambiguo, un actor de una gran experiencia, y Claudio Tolcachir que es alguien que viene más del teatro. Por eso yo creo que el rol de un director está en pensar una estrategia y en correr riesgos; aquí esa mezcla funcionó, ese fue el riesgo, pero puede no pasar”.
La película, que además de los referidos festivales ya ha sido invitada a otros encuentros en destinos tan disímiles como la India, San Pablo, Chicago, Copenhague, “encuentra un eco en el público porque es una historia muy humana, algo que la vuelve universal; más allá de las coyunturas de cada país, lo que pasa en la película, es algo que se entiende, se comprende y se vive en todo el mundo”.
“Por ejemplo en Toronto, tras la proyección, se acercó gente para contarme que en Estados Unidos se viven situaciones semejantes a las del film en relación con las adopciones ilegales –relató–. Creo que un logro de la película está en poder narrar las aristas de la complejidad que encierra el tema de la adopción en un mundo donde hay miles de adopciones exitosas, igual o más cantidad de fracasos y miles de chicos en orfanatos que esperan ser adoptados”.
Un mundo de los actores
Diego Lerman, también dramaturgo y director teatral, tiene en su haber, sobre todo, algunos unipersonales reconocidos por el público y la crítica. Uno de ellos, Nada del amor me produce envidia, con texto de Santiago Loza, va camino a convertirse en clásico (está en cartel hace ocho años), donde dirige a su mujer, la talentosa María Merlino. También en ese haber aparecen Qué me has hecho, vida mía, sobre la vida de Fanny Navarro, o ¿Cómo vuelvo?, sobre textos de Hebe Uhart, entre otros. “Cine y teatro son para mí como mundos que van en paralelo –expresó–; en realidad, empecé a dirigir teatro más como un proyecto con María y así se fue dando, quizás también entre los espacios que el cine me fue dejando. En el cine preparás todo para que suceda algo y una vez rodada la escena, ya está. En el teatro todo comienza ahí. Como director de cine voy por la búsqueda de un resultado muy concreto y quizás en ese recorrido no hay una cronología. En cambio en el teatro se juega una especie de gimnasia o rutina viva, es algo que tiene que ver con el fenómeno de la repetición, donde el mundo pasa a ser de los actores una vez que el director hizo lo suyo”.