Todos los días, María Elena y Marcelo, padres de nueve hijos, se levantan a las cuatro de la mañana para amasar torta asada. A esa hora, y hasta las primeras luces del día, los vecinos de Tablada empiezan a salir a trabajar y muchos esperan el colectivo o pasan en bicicleta por la puerta de su casa, una esquina privilegiada para vender pan casero en zona sur, porque allí confluye bulevar Segui con calle Ayacucho y pasaje Villar. A esa rutina que repiten sin descanso hace años, se sumó otra, inexorable. Ir los domingos al cementerio para pasar un rato en familia junto a la tumba de Jonatan. Lo cuentan con el dolor que sólo un padre conoce al enterrar a un hijo. Y lo lloran con impotencia y bronca, porque a esa tumba la cavó la Policía.
Jonatan Ezequiel Herrera tenía 23 años y un bebé de meses. Fue asesinado bajo el sol radiante del primer domingo de enero en la puerta de su casa de barrio Tablada, cuando lavaba el auto en la vereda. No quedó en medio de un tiroteo entre bandas ni se enfrentó a balazos con la Policía. Su muerte fue el desenlace de una acalorada persecución policial. Corrían arma en mano a un pibe que había asaltado una juguetería de la zona minutos antes. Ese pibe, con un balazo en la pierna, quedó tendido en la puerta de la casa de Jonatan. A esa secuencia siguió la aparición de un flamante grupo de Policías de Acción Táctica (TAC) que bajó a los tiros de un colectivo. Uno de los blancos fue Jonatan, que se refugió en un árbol donde permaneció en cuclillas, indefenso. Sonaron cerca de 20 disparos. Tres impactaron en su cuerpo. Dos fueron letales, en la cabeza y la ingle. Todos de armas legales.
“Cuando el ladrón ya estaba caído, desarmado y todo, aparecen los de la PAT y empiezan a tirar tiros. Yo pienso que tienen que preguntar antes de tirarle 20 tiros a una persona totalmente desarmada. Jonatan se escondió detrás de un arbolito muy delgado. Había sol, se veía bien que estaba quieto, que no hacía nada, que no tenía nada en la mano. Así que no entiendo cómo pudieron ser tan excesivos. Dispararon a matar. Sin preguntar nada, sin dar la voz de alto. Y te digo más, cuando cayó lo agarraron a patadas en el suelo, pensando que era el ladrón, lo que tampoco se justifica. Y estuvo más de media hora tirado”. Con esas palabras y en la puerta de su casa María Elena relata el crimen de su hijo, que de no ser por los testimonios de tantos vecinos y de algunos registros fílmicos, podría haber quedado como el saldo negativo de un tiroteo entre una banda armada y policías, o como un ladrón que murió al resistirse a balazos.
Re contento
“Hace cinco años nos mudamos acá. Antes vivíamos en un departamento pero estábamos cansados del quinto piso. Los chicos no querían bajar a jugar. Acá está la plaza a dos cuadras y estábamos re contentos. Cuando nos quedamos los dos sin laburo empezamos a hacer tortas fritas. Se nos hace duro porque todos los chicos van a la escuela y no cobramos nada del gobierno. Pero con eso vivimos. Por esta esquina pasa mucha gente. Yo me levanto todos los días a las cuatro de la mañana, con calor, con lluvia, con frío, y empiezo a amasar, porque los vecinos salen muy temprano a trabajar. Y después Marcelo, mi marido, hace reparto en bicicleta. Terminamos a las once de la noche”, contó María Elena sentada al lado de su esposo que asentía con la cabeza mientras cebaba mates en Pasaje Villar 297: “Pero ahora nos queremos ir, porque acá es donde pasó todo”.
Jonatan también estaba re contento. “Cuando se le terminó el contrato en Briket repartió currículum por todos lados y entró a Falabella. Hacía 15 días que había empezado, estaba re entusiasmado con el trabajo, hacia horas extras y todo. Ni siquiera llegó a cobrar. Con esa plata pensaba pagar el viaje a Buenos Aires para rendir las dos últimas materias de un curso naval que había hecho para embarcarse y tener mejor vida”, contaron sus papás, para agregar que también tenía en vista ser radiólogo: “Él se quería meter en todo, quería estudiar todo, decía que era algo más para el currículum. Y no quería vernos más levantarnos a las cuatro de la mañana”.
Silencio
Jonatan tenía seis hermanos varones y dos mujeres. Todos se ven conmovidos por su muerte y agregan datos al relato de sus padres. Todos menos Nahuel, su mellizo, a quien parece faltarle más. Escucha en silencio, con la mirada triste y un nudo en la garganta. “Se pone mal”, explica su mamá que aclara en voz alta lo que él ya sabe: “El 19 de abril cumplen 24 años. Ahora va a tener que acostumbrarse a festejarlo solo”. Marcelo agrega: “Era imposible no quererlo. Era un chico muy respetuoso, compañero de su madre, dulce, cariñoso. Ayudaba siempre a sus hermanos y estaba enamorado de su bebé Ciro”.
Justicia
Por el crimen hay cuatro policías con prisión preventiva. Ramiro R., de 23 años, como autor material del asesinato y sus tres compañeros (Francisco R., de 19, Alejandro G., de 20, y Luis S., de 22) por homicidio en grado de tentativa. Antes de cada audiencia, amigos y familiares de Jonatan se movilizan frente a Tribunales para dejar claro su pedido: condenas.
“Yo les preguntaría si ellos tienen hijos, hermanos, padres. Porque en ese momento no les importó nada. Y ahora tiene que pagar lo que hicieron. Sabemos que deben estar sufriendo porque están encerrados y sus familiares también. Pero el sufrimiento a ellos se les va a pasar en algún momento. A nosotros nunca más. Nos va a quedar de por vida. Ellos, algún día van a salir. Mi hijo no sale nunca más de ahí adentro”, dijo Marcelo.
“Jonatan está en un cementerio privado de Villa Gobernador Gálvez. Hace más de 20 años que lo pagamos, siempre pensando que uno iba a morirse primero. Ahora no vemos la hora de que llegue el domingo para ir a llevarle flores. Vamos todos y pasamos unas horas sentados ahí, tomando mates. Pienso que Dios nos pone a prueba a todos. Ahora no podemos entenderlo. Por qué pasó todo lo que pasó. Estamos destrozados”, concluyó María Elena.