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Hacia la rehumanización del hombre

Por: Graciela Clément

“Lo que realmente le importa al hombre  es el cumplimiento de un sentido y la realización de valores”.

Hace más de cincuenta años, Viktor Frankl, analizando los rasgos psicológicos de algunos grupos humanos, identificó una patología paraclínica que llamó neurosis sociógena, colectiva o de masas, y demostró que no sólo hay personas enfermas sino también sociedades enfermas. Lo que subyace en estas neurosis es el vacío existencial o falta de sentido en la propia vida.

Frankl analizó lúcidamente sus síntomas en la obra Homo Patiens de 1949. Ellos son: actitud provisional ante la existencia, postura fatalista, pensar colectivista y fanatismo. Casi sesenta años después, los reconocemos con tristeza y preocupación en grupos sociales de la Argentina y también en otros países de América latina, según testimonios –en artículos y ponencias– de logoterapeutas hermanos. Desde el planteo de Frankl, analizaremos brevemente esos síntomas en nuestro país.

Actitud provisional ante la existencia. En la creciente inseguridad e indefensión en la que vivimos –social, laboral, política, económica–, la violencia indiscriminada e injustificada y la injusticia aplicada por una justicia que premia a los violentos, entre otras causas, favorecen este síntoma. Así, el miedo a un mañana sin salidas visibles lleva a vivir al día, concentrando el esfuerzo en sobrevivir hoy.

Postura fatalista. El hecho de vivir en un espacio donde casi no hay lugar para la esperanza y un tiempo de incertidumbre, cerrado, sin ventanas ni futuro, lleva a creer que es imposible planificar la propia vida. Las marchas y contramarchas en las que no participamos pero cuyas consecuencias sufrimos, muestran que las decisiones sobre nuestro futuro las toman grupos cerrados con el voto de nuestros representantes que, al no representarnos, convierten la democracia en una parodia. En este contexto, se afirma la certeza de que nada se puede hacer. Así, ante la imposibilidad de decidir, se cree que estamos también excluidos de la responsabilidad.

Pensar colectivista. Todo lo anterior debilita y quiebra la propia singularidad y lleva a diluirse en grupos masificados, donde se repiten acríticamente ideas y consignas. Tales grupos brindan una aparente seguridad; así, la persona se convierte en un hombre masa. Aquí también la responsabilidad se diluye en el “se” o el “uno” que es todos y es nadie y constituye la existencia inauténtica, analizada claramente por Martin Heidegger. No olvidemos que los diferentes totalitarismos favorecen el surgimiento de este tipo humano que anula su singularidad en la masa y que recorre no pocos caminos en América latina.

Fanatismo. Mientras el hombre-masa renuncia a su personalidad, el fanático niega a los otros hombres. El fanatismo conduce a no admitir otra forma de pensar y de actuar diferente a la propia, por eso niega toda posibilidad de entendimiento y diálogo. El fanatismo impulsa a los prejuicios, la exclusión, el autoritarismo y la violencia. Estos grupos cuyo accionar es visible en nuestras calles y plazas, abren abismos cada vez más profundos entre los argentinos.

La neurosis sociógena que hemos analizado se vuelve más peligrosa porque puede afianzarse instigando y fomentando sus síntomas desde los grupos de poder.

Pero están también aquí en la Argentina y Latinoamérica los que, manteniendo la salud, buscan y encuentran sentidos, trascienden hacia los otros, rescatan la esperanza y la dimensión de futuro. Estas personas forman parte de lo que Frankl llama “la minoría de los hombres decentes”, a la que nos invita a incorporarnos.

Decíamos que el fundamento de esta neurosis es el vacío existencial o falta de sentido en la propia vida. Sin embargo, desde la logoterapia no nos resignamos a este aparente destino irreversible porque renunciar a la esperanza es violentar nuestra naturaleza humana.

Frankl, acerca de este tema, dice: “¿Es posible una terapéutica del espíritu de nuestra época? Si no creyésemos en esta posibilidad, nosotros mismos seríamos fatalistas”.

Dicha posibilidad se conecta con el descubrimiento de sentidos. ¿Y cuál es el camino para lograrlo? Su afirmación no deja dudas. Leemos en La psicoterapia en la práctica médica: “No sólo los círculos médicos especializados, sino también los círculos político-culturales y religiosos, son concientes de su responsabilidad en este sentido; saben que lo que importa es impedir por medio de la educación y sobre todo por medio de ella, la caída definitiva de la humanidad en un abismo.”

Cuando  Frankl analiza la génesis del vacío existencial afirma que “a diferencia de los hombres del pasado, el hombre actual ya no tiene tradiciones que le digan lo que debe hacer”. 

Esta manifestación, que es propia de la posmodernidad, asume en Latinoamérica consecuencias más profundas porque nuestros pueblos no han consolidado aún su identidad. La misma necesita apoyarse en las raíces, los valores, el idioma compartido. La desvalorización de las tradiciones desdibuja la identidad; sin el arraigo se pierde el origen, el pasado, la historia y la posibilidad de dialogar con los demás “desde nosotros mismos”, sin mimetizarnos acriticamente.

Para superar este peligro, que se conecta con los síntomas de la neurosis sociógena, reiteramos que un camino ineludible es el de la educación. Un texto de Frankl nos dice: “Educación presupone siempre la libertad de cambiar y tomar nuestro destino en nuestras manos, aún el destino social e histórico.” Esta afirmación permite la superación de la postura fatalista de que hablábamos.

En la teoría frankleana, la educación se orienta a la prevención del vacío existencial, al desarrollo de una conciencia lúcida para elecciones con sentido, al rescate de las tradiciones y valores.

El hombre es por naturaleza un ser valorativo y en cada una de las múltiples opciones elegidas a diario estamos valorando.

¿Cómo se definen los valores desde la Logoterapia? Leemos : “Aunque el sentido está ligado a una situación única e irrepetible, hay además universales en el mundo del sentido y (…) es lo que llamamos valores”.  Éstos han cristalizado en el curso de la historia.

En nuestro tiempo, en el cual la des-esperanza nos cierra el camino del futuro y anula la capacidad de proyectar, la educación es clave para orientar en el descubrimiento, adhesión y encarnación de valores. Así como los sentidos están en el mundo y hay que aprender a des-cubrirlos, también la escala de valores es una tarea que se descubre y se aprende.

Se debe educar la capacidad de distinguir lo que es justo, bueno y con sentido, de lo que destruye la vida en el odio y la violencia, lo que humaniza y lo que des-humaniza. Porque no es lo mismo optar como modelo de vida por la autorreferencia de Narciso –desertor de los encuentros; incapaz de vivir con otro, porque el otro no existe–, el des-compromiso de Caín –desertor de la comunidad y la res pública; indiferente ante la injusticia sufrida por el otro sólo reacciona cuando ella golpea a su puerta– o la responsabilidad del samaritano –buscador de encuentros, que camina con los otros construyendo un mundo para todos–.

Es tarea del logo-educador orientar y cuidar para que se manifieste lo humano del hombre, es decir, lo que nos especifica y diferencia esencialmente.

La educación en valores, como los logros espirituales del proceso educativo, no podrán ser evaluados durante el proceso; se revelarán a largo plazo en las opciones de vida. Docente: eres sembrador, … y no siempre estarás en la cosecha.

Para Frankl la actividad educativa no debe limitarse a transmitir contenidos, sino también promocionar la capacidad de aprender a aprender y aprender a ser. Esto será posible si el docente es guía y precursor. Si aparece como modelo que encarna lo que dice.

Las palabras del creador de la logoterapia son claras y precisas: “Un médico no puede dar significado a sus pacientes. Tampoco un profesor puede dar significados a sus alumnos. Lo que sí puede dar, sin embargo, es ejemplo, el ejemplo existencial del compromiso personal con esta búsqueda de la verdad.”

A modo de síntesis se puede afirmar que quienes optamos por los fundamentos de la pedagogía frankleana encontramos en ella una serie de propuestas para nuestra tarea. Ella puede:

Ayudar a prevenir las consecuencias del vacío existencial, apelando a la voluntad de sentido.

Movilizarnos para apostar a la esperanza.

Clarificar la comprensión pre-reflexiva de los caminos para descubrir sentidos.

Educar para prevenir las consecuencias del síndrome neurótico de masas: violencia, depresión, suicidio, adicciones.

Acompañar en el descubrimiento de la vocación y el hacerse responsable de la propia vida.

Fortalecer la voluntad de sentido ante las adversidades, fracasos y ante el sufrimiento inevitable.

Educar para el descubrimiento de la vida como tarea.

Guiar para asumir la propia responsabilidad ante las generaciones futuras.

Preparar a los jóvenes para decir sí a la vida a pesar de todo.

Las posibilidades educativas desde la teoría de Viktor Frankl no están agotadas y son, para los logo-educadores, una tarea a realizar. En esta misión tengamos siempre presente lo que dice el texto del epígrafe: “Lo que realmente le importa al hombre es el cumplimiento de un sentido y la realización de valores”.

La autora –docente y psicóloga– es integrante de la Asociación Iberoamericana de Logopterapia, una corriente psicológica fundada por el psicólogo y psiquiatra austríaco Viktor Frankl. El trabajo aquí reproducido fue publicado por esta institución.

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