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Haciendo siempre lo mismo, no se pueden esperar resultados distintos.

"La Argentina tiene un problema de escasez de divisas", se repite hasta el cansancio. Pero esa premisa, ¿es del todo cierta? ¿O es absolutamente falsa? El economista Rodolfo Treber apela a los datos duros para deconstruir un paradigma que más que una verdad, representa una puja de intereses

Rodolfo Pablo Treber

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

El gobierno planea salir del desastre económico en el que se encuentra profundizando las mismas políticas que lo ocasionaron. Este accionar tiene como fundamento principal un análisis falso que plantea que en la Argentina hay un problema de escasez de divisas. No es así.

Con el objetivo de derribar esta teoría dañina para la economía nacional, compartida por ambos lados de la “grieta” política, haremos uso de datos duros del comercio exterior y empleo que no dejan mentir.

Allá por 1976, cuando el liberalismo económico llega a la política nacional a través de la dictadura más sangrienta de nuestra historia, el monto de exportaciones era inferior a 8.000 millones de dólares. Pasados más de 40 años de economía de mercado aumentó a 65.000 millones. Esto es, un aumento del 810% en el ingreso de dólares frente a una depreciación mundial de la moneda estadounidense del 260%. Sin embargo, lejos de tener un correlato en el desarrollo económico y social, en el mismo período la ocupación formal pasó de 77% a 40% de la población económicamente activa. Los resultados dejan a la vista que, en paralelo a un gran aumento del ingreso de divisas, hubo una drástica caída del trabajo, que trajo aparejada mayor pobreza y desigualdad.

Lo que casi nadie dice es que durante este rotundo éxito monetario del modelo exportador coexistió un aumento exponencial del nivel de importaciones, que generó un proceso acelerado de desindustrialización. Sólo así se explica el desempleo masivo. Para 1980, la Argentina compraba productos al extranjero por 10.000 millones y luego de 40 años llegamos a 65.000 millones de dólares de importaciones, equivalentes a aproximadamente 7 millones de puestos de trabajo.

Como podemos resolver, nuestro problema principal no es la falta de dólares sino el decrecimiento sostenido, y destrucción de la producción local.

Lejos de ser inocente, este falso diagnóstico funcionó como pilar de una política de Estado que, con breves interrupciones, lleva más de 40 años y tiene como única e inmediata respuesta alentar el crecimiento de las exportaciones y mantener calmo, deprimido, el consumo interno. Solución más que conveniente para los dueños de la producción y comercialización en la Argentina: las multinacionales del comercio exterior.

Como consecuencia de estas políticas económicas orientadas exclusivamente al sector exportador, hoy la Argentina es totalmente dependiente de la producción y moneda extranjera. Así, ingresamos en un círculo vicioso donde precisamos aumentar cada vez más nuestras exportaciones primarias, con bajo o nulo valor agregado, para poder abastecernos de la demanda creciente de bienes industrializados con gran cantidad de trabajo implícito.

En otras palabras, intercambiamos dólares por desocupación.

Es importante derribar este mito porque, de esta manera, la causa del problema está invertida: No es la falta de divisas, es la falta de industria. Entonces, la solución también está dada vuelta: no es el aumento de la exportación, es el crecimiento del trabajo local, es la sustitución de importaciones.

Más de lo mismo, inversión extranjera directa en agenda

En las últimas semanas, se divulgaron masivamente dos noticias que se presentan como logros de gestión, cuando en realidad son parte de la misma lógica que mencionamos anteriormente. Estas son las inversiones extranjeras directas (IED) para la producción de hidrógeno “verde” (utilizando energía eólica) y litio en las provincias de Rio Negro y Salta, respectivamente.

En una clara muestra de la desinformación permanente de los grandes medios de comunicación, se promociona como una buena noticia el ingreso de capitales foráneos luego de tres décadas. donde, sistemáticamente, terminaron en quebranto, fuga de capitales y endeudamiento.

El funcionamiento de las IED es fácil de entender y profundamente dañino para la economía nacional. Para poner en contexto, vale aclarar que la IED ingresa al país en un marco de desregulación financiera, vigente desde la nefasta década del 90, donde las empresas pueden girar utilidades (ganancias) y decidir libremente sobre su producción, aun cuando sean consecuencia de la explotación de nuestros recursos naturales y mano de obra. En principio, el efecto de la IED es un alivio económico de corto plazo, el ingreso de divisas; pero luego, el resultado se transforma en negativo dado que toda la ganancia de lo producido localmente se transfiere a las casas matrices de estas empresas multinacionales. Peor aún, en casi todos los casos, cuando el negocio deja de ser tal, se endeudan, quiebran y transfieren las obligaciones al Estado nacional para que las termine pagando su pueblo.

Si no les fuera redituable económicamente, no existieran desregulaciones que les permiten fugar capitales, si no fuera barata la mano de obra, ¿no lo harían en sus países? Si las IED siempre terminaron en fuga de capitales y endeudamiento, entonces, ¿por qué ahora deberíamos pensar bien de esta inversión?

Tanto la megaminería como la soja, el litio, la pesca, son los ejemplos más claros del extractivismo propio del modelo exportador en el cual se encuentra encerrada la política económica nacional. Por eso es tan necesario y urgente el cambio del modelo productivo.

Nuestra Patria es tan rica que sólo le bastaría con producir la mitad de lo que hoy importa para, aun explotando menos sus recursos naturales, no tener ninguna dificultad económica y darle trabajo a su pueblo. La salida a las crisis permanentes se encuentra en producir localmente lo que compramos afuera. Necesitamos implementar un proyecto de industrialización por sustitución de importaciones para independizarnos, acrecentar el mercado interno y elevar el nivel técnico y cultural a partir de la cultura del trabajo. Está claro que, para cumplir ese objetivo, no contaremos con inversiones extranjeras, por lo que resulta indispensable recuperar el rol histórico del Estado en la planificación e inversión de los sectores estratégicos de la economía.

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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