“Yo acostumbro hacer lo que hacían los profetas en el Antiguo Testamento: ellos señalaban a los malos reyes, a los malos jueces, señalaban a los ricos y poderosos que explotaban a los más pobres”, dice con su hablar pausado y firme el obispo emérito Federico Pagura, un verdadero profeta latinoamericano, quien hoy cumple 90 años y lo festeja en la iglesia La Resurrección, de Laprida 1483, desde las 20.
Pastor de la iglesia metodista, poeta y músico, Pagura recibió a El Ciudadano en su casa. La charla se interrumpe varias veces por el incesante sonar del teléfono. Son amigos que confirman la asistencia al cumpleaños, radios y diarios que quieren confirmar una entrevista. Se disculpa y sube el volumen de Mozart: “No puedo vivir sin escuchar música”, asegura sentado junto al piano que tocaba su compañera Rita y reflexiona sobre cómo lo toman sus 90 años: “Con mucho espíritu, mucho ánimo, con gratitud a Dios porque me ha permitido vivir tantos años. Sobre todo después de haber perdido a mi esposa hace siete, la vida se me hizo más difícil, pero una manera de homenajearla es seguir trabajando y haciendo las mismas cosas que hice con ella durante 60 años de matrimonio”.
La influencia del abuelo
Federico piensa cada respuesta y eleva su mirada por encima de sus lentes, mira a los ojos y repasa su niñez en su Arroyo Seco natal, la influencia de su abuelo paterno que leía la Biblia a su numerosa familia “y también a los vecinos”; las diferencias con el cura católico que le quemó aquella Biblia americana “con el Nuevo y Antiguo testamento”; su abuelo materno, adinerado, que le prometió pagar sus estudios si se convertía al catolicismo; la mudanza a un conventillo de Rosario y la beca para estudiar primero en el Colegio Americano y luego la secundaria en el Normal Nº 3, donde se recibió de maestro.
“Tenía las dos influencias: la Evangélica por un lado y la Católica por el otro. Eso me hizo muy ecuménico. Hoy día tengo relaciones con dirigentes católicos. La Iglesia Metodista nace en el siglo XVIII, en un intento de renovación y transformación dentro de la iglesia Anglicana; la misma coincide con el comienzo de la Revolución Industrial, por eso es una iglesia que tiene una profunda preocupación religiosa por la transformación del ser humano y una preocupación por la situación social, por la transformación que la sociedad tiene que vivir, conforme a las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento, como las de Jesús y sus discípulos en el Nuevo Testamento; eso ha caracterizado al movimiento ecuménico. Somos una iglesia pequeña pero es una iglesia que tiene ese compromiso, que es lo más característico que tenemos, compromiso con la transformación de la vida humana y la sociedad: trabajar por los más necesitados”, explica Pagura.
La Biblia junto al diario
Luego de recibirse como maestro en el Normal, Pagura siente vocación por el ministerio y es convocado por el rector de la facultad de Teología en Buenos Aires. Allí se recibe como licenciado en Teología y se ordena como pastor de la Iglesia Metodista. Conoció a Rita estudiando teología. “Fue un amor a primera vista”, dice antes de señalar que su primer destino fue la ciudad de Venado Tuerto. También obtuvo becas para estudiar en el mejor seminario de Nueva York, y recibió la influencia del teólogo Reinhold Niebuhr. “Estudiaba la Biblia con el diario en la mano; ningún teólogo puede entender el mundo de hoy sin las dos cosas, la Biblia y la realidad social y política”, afirma.
Pagura llegó a Mendoza en 1973 y se puso a disposición de los chilenos que escapaban de la dictadura comandada por Augusto Pinochet. “Trabajamos varias iglesias en conjunto para denunciar y asistir a quienes huían de Chile”, recuerda. Y hasta sufrió el estallido de una bomba en la casa donde vivía con Rita y su pequeña hija, Ana Rita, que “se salvaron de milagro”.
En 1977, en plena dictadura militar, es nombrado obispo de la Iglesia Metodista. “Así nació el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Trabajé 25 años junto al obispo de Quilmes Jorge Novak y también junto a Adolfo Pérez Esquivel, y junto a las Madres”, señala mientras recuerda cuando salía de su casa y Rita desde la ventana veía cómo lo seguían. “En mi oficina recibía las denuncias y también venían ‘servicios’. A cada uno que venía le decía cuál era nuestro trabajo y les daba una carpeta, no tenía nada que ocultar”, cuenta.
La paz en Latinoamérica
Federico Pagura también intervino en el trabajo de paz entre Guatemala y El Salvador, trabajó en Nicaragua y aún guarda una carta que le respondió monseñor Arnulfo Romero antes de su asesinato en plena misa en la capital salvadoreña. Su amistad con referentes del cristianismo como Helder Cámara o Ernesto Cardenal, con quien además de compartir poesías y música coincide: “El católico es conservador y el cristiano revolucionario”.
“Como ahora no estoy en actividad episcopal en la Argentina, sí continúo con el trabajo pastoral. Compromisos ecuménicos o como observador en conflictos que se sucedieron en Latinoamérica, siempre estuve como prenda de unidad”, apunta recién llegado de Puerto Rico y Uruguay, donde lo siguen invitando para escuchar su palabra.
Pagura muestra su preocupación por lo que sucede en el país y afirma que “hoy es tiempo de diálogo. Es lo que necesitamos en Santa Fe, en Rosario, sin importar el partido político. Aquí hay muchos problemas que enfrentar como la pelea contra la droga, donde envenenan a los chicos. Ese combate si no lo hacemos juntos no lo ganamos, lo ganan ellos porque no tienen valores morales que respetar, ellos quieren el dinero, dominar a la población con la drogas para impedir que nos unamos como pueblo. La droga nos divide, nos enfrenta, nos destruye; por ello hay que unirse y un sector solo no puede. No soy de ningún partido político, pero soy de todos, me interesan aquellos que estén dispuestos a servir al pueblo y no servirse del pueblo”, concluye el hombre que dedicó su vida a la lucha por la justicia y los derechos humanos.
La cruz de los Hugonotes con hueso de caracú
Del cuello de Federico Pagura cuelga una imagen: es la cruz de los Hugonotes. Parece de marfil, pero el obispo aclara y cuenta la historia de la figura que actualmente representa el emblema de la Iglesia Reformada de Francia. “Todos creen que es marfil y sin embargo es una cruz hecha con hueso de caracú, tallada por un preso uruguayo que estando en la cárcel Libertad se enteró de mi trabajo pastoral. De la comida que le daban allí, separaba los huesos y les daba vida. Un día lo visitó un pastor amigo y le pidió que me enviara la cruz; hizo dos, la otra para mi mujer Rita. Hace más de 25 años que la llevo conmigo. Nunca supe el nombre de ese hombre ni su destino”, relata.