Miguel Passarini
Entre el homenaje y una posible despedida de los escenarios, entre la nostalgia inevitable que implica el paso del tiempo y la fugacidad que supone un acontecimiento escénico, ese efímero rayo de luz que aparece y se esfuma pero que, al menos por un momento, abre el juego a otros mundos posibles, el legendario grupo Arteón, con el maestro Néstor Zapata a la cabeza, estrenó el viernes último a sala llena en el Teatro Municipal La Comedia su nuevo trabajo, Hamlet se va de gira, proyecto premiado por el Fondo Nacional de las Artes con en el que empieza a festejar sus 60 años de recorrido, y con el que en breve desembarcará en el teatro El Rayo con una primera temporada.
Un grupo de personajes dejados a su suerte, unos títeres con un pasado de gloria que habitan el olvido y el despojo de lo que fue quizás un teatrillo, cobran vida en una especie de ensoñación (¿acaso no es eso el teatro?) en reclamo a ese titiritero que parece estar decidido a abandonar los escenarios y las giras a raíz del dolor insoportable de una pérdida. Es así como esos títeres se “escapan” de sus perchas, que por momentos asemejan horcas, y en su afán de gloria, con ese último suspiro intentando volver al ruedo, le reclaman a Dante, el titiritero en cuestión, que les devuelva la vida, que los lleve de gira una vez más.
Hay en ese titiritero un alter ego del propio Zapata. Dante, al que el creador define como “un titiritero y actor del interior que dejó hace un tiempo de actuar”, perdió a su compañera de vida, Alma, actriz que por entonces interpretaba a Ofelia, usando grandes marionetas para la representación. Ese vacío deja al titiritero frente a la desazón de la pérdida irreparable pero quizás sea el teatro, las escenas que vuelven a latir, el espacio ideal para el reencuentro, aunque se trate del último suspiro y la tragedia ponga a funcionar su matriz indeclinable.
Nada es casual en esta nueva propuesta de Arteón, que cuenta con las actuaciones de Matías Tamburri (Dante), Santiago Pereiro (Hamlet), Bárbara Zapata (Alma, Ofelia), Liliana Gioia (La Reina Madre), Juan Biselli (El Tío Rey) y Fernando Galassi (El Bufón), donde conviven una serie de pequeños homenajes y donde cada detalle adquiere una resonancia simbólica y política de la mano de unos de los maestros del teatro rosarino, de proyección nacional e internacional, que a sus 84 años, siempre confiando en su inconfundible poética, vuelve a estrenar dejando un mensaje poderoso e imprescindible para los tiempos que corren, y a la espera, como dijo muy emocionado al final de la función de estreno, que le devuelvan su sala tal como lo prometieron porque increíblemente después de 60 años de trabajo Arteón sigue sin tener un lugar propio.
Néstor Zapata toma el clásico de Shakespeare como una excusa para hablar del teatro, del oficio del actor y de actuar como esa necesidad o ejercicio vital, incluso se anima a tocar lo supuestamente intocable de las mañas de ese texto sublime, apelando a un juego escénico donde el humor y la nostalgia son la esencia de un material que se aproxima, más allá de todas sus metáforas, a las lógicas de un teatro popular y cercano con algo de ese grotesco criollo donde, por lo mismo que se ríe, se llora.
Es en esas presencias ambiguas en las que las supuestas marionetas son, al mismo tiempo, actores y personajes, donde por intersticios se filtran algunos pasajes de la tragedia emulada entre la rebelión y la ironía, entre el goce y el padecimiento mientras, todos juntos, son testigos del ocaso de Dante, al que el Bufón llama irónicamente “partiquino”, un hombre roto, atormentado, un exiliado en tierras que le pertenecen, en un claro guiño al gran creador Dante Alighieri, autor de la La Divina Comedia y una singular y reconocida influencia en Shakespeare y las tortuosas y sombrías vicisitudes que atraviesa Hamlet, el desolado Príncipe de Dinamarca, que a todas luces son “dantescas” si se piensa, sobre todo, en ideas o temáticas como la muerte y el infierno que le tocan atravesar y que son basales en la puesta de Zapata.
Es en esos pasajes que si bien anidan en la nostalgia no le temen saludablemente a la parodia de ese mundo que conocen, donde el elenco variopinto, con actores de distintas generaciones, encuentra sus lugares de mayor lucimiento, cada uno a su tiempo y con la posibilidad de mostrar los dobleces de cada una de esas criaturas que son actores que juegan a ser actores que son, a sus vez, marionetas, donde Zapata dosifica las instancias trágicas con otras donde el humor se vuelve un respiro, dado que en todo momento, lejos de romantizar la tarea del actor, deja entrever sus sueños de marquesinas, aplausos y ovaciones independientemente de que las giras, muy lejos de París o Nueva York, recorran las rutas y caminos de la provincia, esos mismos por los que Arteón hizo escuela a lo largo de tantos años.
Respecto de la puesta en escena, Zapata toma partido por el despojo, con unos pocos elementos inteligente y sutilmente utilizados, a partir de la escenografía de Cristian Osés y la utilería de Griselda De Rosa, que encuentran sus grandes aliados en la conmovedora puesta de luces, uno de los puntos más altos de Arteón a lo largo de toda su historia, esta vez a cargo de Julián López (a partir de los equipos luminotécnicos de Sertec-Federico Zapata), que ofrece una especie de partitura dramática con peso específico.
Del mismo modo, se vuelve revelador en el territorio de la puesta en escena el impactante vestuario y las caracterizaciones, otra de las grandes creaciones del siempre notable Ramiro Sorrequieta, que aquí toma como elemento disparador el recurso del patchwork con personajes que parecen escapados de un mazo de cartas, y una paleta de colores cálidos, entre rojos, tierras, ocres y azules, que dialogan a la perfección con el sepia de esa vieja postal de otros tiempos que alienta todo el montaje, donde también aparece en primer plano la dirección musical de Jorge Cánepa, junto con los relatos en off del inconfundible Julio César Orselli, como partes de una ficha técnica que se completa con el sonido Andrés Martorell, diseño gráfico Fernando Galassi, prensa Mariel Cortez Piñero, con asistencia de dirección de Juan José Scaglia y Nelson Reche, producción general de Julián López y dramaturgia, dirección general y puesta en escena de Néstor Zapata.
Por lo demás, Hamlet se va de gira es, al mismo tiempo, un planteo ético respecto del arte, una defensa encendida de las ideas y del trabajo sostenido en el tiempo, pero sobre todo, una defensa del teatro como elección vital, porque eso es Arteón, a través de un montaje que en el final evoca el principio cuando al titiritero, tomando prestadas las palabras del poema “Retrato”, la gran defensa que Antonio Machado hace de la Cultura y se su verdadero valor, se lo escucha decir: “Mas cuando llegue el día de mi último viaje, y esté al partir la nave que no regresará, me encontraréis a bordo ligero de equipaje…”.
Para agendar
Hamlet se va de gira tuvo su preestreno nacional en el Teatro Municipal La Comedia el viernes 25 de abril, al tiempo que ofrecerá una temporada en la sala El Rayo (Salta 2991), todos los viernes de mayo a partir del 2, siempre desde las 21. Reserva de entradas al 341 584-2730.