Esteban Guida y Rodolfo Pablo Treber
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Cuando se habla del 24 de marzo de 1976 y los compañeros desaparecidos, casi siempre lo que trasciende o se publica es el anecdotario policial, el relato macabro de la persecución, captura, tortura y muerte, y casi nunca se hace alusión a las causas por las cuales el imperialismo secuestró, torturó y asesinó a 30.000 argentinos. Así, las acciones llevadas a cabo por memoria, verdad y justicia, son parciales, no llegan a ser completas, dado que la puesta en escena del proyecto político de liberación nacional al que pertenecían queda para un después que nunca llega; no se explican las razones profundas que el terrorismo vino a destruir.
El relato policial, las denuncias civiles y penales, no hacen justicia plena si no se incluye el proyecto político como factor determinante. De lo contrario, la crueldad del imperio parece gratuita, inexplicable, absurda y puede quedar como un “error” histórico o un acto de locura de algunos sujetos. Hace de las víctimas de una geopolítica imperial personas con una terrible mala suerte que estuvieron en el momento y lugar equivocado, cuando en realidad fueron estudiados, apuntados, perseguidos y asesinados con un propósito definido. De otra manera no se explica el terrible ensañamiento con la militancia de base, delegados de fábrica y estudiantes. En consecuencia, si no se abordan las verdaderas causas nunca estaremos cerca de restituir el terrible daño generado; porque, aunque el terrorismo fue brutal y perverso, no por eso dejó de ser planificado, inteligente y eficaz en el cumplimiento de sus objetivos.
La amenaza que representaban estos jóvenes para la voluntad de la geopolítica norteamericana era que habían transformado el proyecto político en su propia vida, estaba encarnado en su piel junto con una fuerte convicción e inquebrantable voluntad de llevarlo a cabo. Así, tanto en la fábrica como en la facultad o el barrio, su mayor elocuencia no era lo que decían sino lo que hacían; con sus actos, sus propias vidas, divulgaban, difundían, luchaban y daban testimonio de una Argentina industrial, pujante, con trabajo, y en pleno crecimiento económico, social y cultural. Eran testimonio vivo y real de una identidad cultural propia y única, algo que hoy parece imposible de repetir.
Entonces, sus propias vidas eran sus discursos más poderosos. Y cuando alguien hace de la propia vida su discurso, la única forma de silenciarlo es… matándolo.
Simple y brutal razonamiento de la embajada y los servicios de inteligencia, mortal pero eficaz freno a un debate político que subía desde el pie. Ya no era solo el objetivo del regreso de Juan Perón a su tierra; se trataba de la proyección al futuro de otros miles de protagonistas que estaban decididos a perpetuar y actualizar a los distintos contextos una doctrina propia, nacional, pero de carácter universal. Un pueblo trabajador que había luchado para traer de vuelta a su conductor con la mira puesta en un futuro de grandeza para la Patria. Una militancia, un sentimiento, una forma de actuar no sectaria, que unía a la Juventud Peronista con la izquierda nacional, el radicalismo por la liberación y el nacionalismo popular.
Era la Argentina con el pueblo mismo como actor principal defendiendo un modelo de desarrollo económico propio. Ni 100% capitalista privado, ni 100% comunista estatal. Un Estado Empresario en los sectores estratégicos de la economía, produciendo e impulsando, conduciendo y promoviendo, al desarrollo del capital privado en grandes, pequeñas y medianas empresas. Modelo de economía mixta que tuvo enorme éxito en el país y era tan criticado por unos y otros, en los polos del orden mundial, por no subordinarse ni someterse a ninguno de ellos. Un proyecto económico que puso a la persona humana como principal objetivo; pero cuando habla de persona humana se refiere al conjunto de los argentinos, más allá de cualquier ideología, que quisiera aportar a la grandeza de la Patria, en un marco de justicia social.
Y como si fuera poco, un modelo productivo que sembraba la, cada vez mayor, participación de los trabajadores. Ejemplo de esto fue la designación de directores obreros en todas las fábricas estatales de la época, tanto en las civiles como militares, dando luz a una militancia industrial que defendía lo propio mucho más allá de la mera reivindicación salarial. Organización colectiva de los trabajadores que empezaban a observar y comprender el mundo empresario, las estructuras de costos, los márgenes de ganancias; una verdadera participación que garantizaba una distribución más justa de las riquezas y un aumento de los beneficios empresarios de la mano con los derechos y el salario.
En otras palabras, una Nación políticamente soberana, económicamente libre y socialmente justa, con una comunidad que se organizaba a través de las relaciones políticas y humanas.
Toda eso es lo que vino a destruir el terrorismo de la dictadura cívico militar en 1976 y los resultados están a la vista: una Argentina con hambre a pesar de producir materias primas para abastecer a 10 veces su población, un pueblo desempleado aun cuando está todo por hacerse, un país sin industrias y lleno de productos importados, una Patria hermosa y rica naturalmente pero oprimida y empobrecida por la implementación de un proyecto político que atiende a intereses foráneos.
Pero eso, en vísperas del día en que se conmemora el inicio de esta nefasta etapa de la historia argentina, hay que pensar y reflexionar si los argentinos en verdad hemos podido superar las consecuencias más agudas de aquel golpe cívico-militar. Porque el modelo económico vigente en la actualidad, que sigue acumulando pobres y desocupados, al mismo tiempo que genera súper millonarios que fugan la riqueza, no deja de enseñar la victoria de un puñado de personas con intereses contrarios a los del pueblo argentino, que ha tenido el poder suficiente de hace prevalecer su deseo tanto sea con las armas como con una democracia trunca y falaz.
Si esto que decimos se acerca a la realidad, entonces no se pueden seguir dilatando las reformas profundas que nos lleven nuevamente a un modelo de justicia social. Hacerlo es ser cómplices con aquel interés que mató y destruyó el último proyecto serio y consistente de Nación.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org