La vorágine del día a día se convirtió en el peor enemigo del periodismo. Hay que parar la pelota más seguido y entender una verdad tan grande como un estadio de fútbol: no siempre tiene que haber algo interesante para contar. Esa necesidad desesperada de encontrar sí o sí una historia deformó los principios fundamentales de la profesión.
Final del partido. El equipo verde aplastó 5-0 al azul. ¿Realmente es necesario ir corriendo detrás de los protagonistas a preguntarle por lo que acaba de pasar, sobre lo que todos acabamos de ver con nuestros propios ojos hace instantes? ¿Cualquiera sea el análisis que hagan, no resultaría del todo redundante? La diferencia en el marcador no deja lugar a muchas interpretaciones. ¿Hace falta indagar más?
La misma pregunta una y otra vez
“Fue un partido difícil ante un rival muy duro, pero por suerte salió lo que practicamos en la semana y nos quedamos con tres puntos muy importantes”, dijeron tal cual o algo parecido casi todos los jugadores de fútbol alguna vez en su carrera. Tu equipo va puntero, le clavaste cinco al que venía último ¿y eso es lo único que se te ocurre decir? Pero para ser honestos la culpa la tiene el periodista: por hacer siempre las mismas preguntas y aceptar siempre las mismas respuestas. Una y otra, y otra vez.
Aquel que se anime a romper con ese ciclo enfermizo y repetitivo ya ganó. Y de paso le hizo un favor enorme a la profesión, tan confundida desde la llegada de las redes sociales, ese invento de los poderosos para una generación de personas desesperadas por llamar la atención.
Diferenciarse de los mercenarios de la palabra
“Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”, expresó hace mucho el genial Groucho Marx. Los periodistas de hoy en día deberíamos tener estas palabras muy en claro, ya que encontrar una buena historia, algo realmente interesante para contar, a veces puede llevar días, semanas, meses o hasta años. Y justo antes de empezar, hacerse la siguiente pregunta: ¿realmente vale la pena esto que estoy a punto de contar? Y lo más importante aún: ¿Tengo ganas de escribir o hablar sobre esto?
Quizá pueda parecer poco, pero al menos así uno ya se diferencia de gente como Lanata, Fantino o Majul, mercenarios de la palabra que tanto daño le hacen a la profesión y a la sociedad. Y eso, teniendo en cuenta como están las cosas hoy en día, ya es un montonazo.