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“Hay un cambio notable desde diciembre de 2015”

El militante Eduardo Jozami dijo que ya no hay compromiso del Ejecutivo con los juicios de lesa humanidad.

En el final de la novela gráfica Watchmen (1987) de Alan Moore, uno de los protagonistas deja un paquete con un diario personal en el buzón de correo de una redacción periodística. El cuaderno recopilaba detalles de una conspiración genocida acallada por los medios, los políticos y los militares. El paquete tenía dos destinos: ser descartado como correo no deseado o generar la inquietud de un periodista para investigar la denuncia. El autor de la denuncia muere por no querer ocultar la conspiración. Hasta ahí lo que puede leerse como una buena ficción, pero 10 años antes ya había sido superada por la realidad argentina, precisamente en 1977. En plena dictadura Rodolfo Walsh formó la Agencia de Noticias Clandestinas que bautizó Ancla, desde donde distribuyó la información policial y económica que el gobierno y la sociedad no quería compartir. El final de Ancla fue la carta que hizo pública y fue dirigida a la Junta Militar.

En 2017 se cumplieron 40 años de que esa carta salió a la calle y apuró la detención y asesinato de Walsh. Esta semana, el militante de Derechos Humanos, periodista, y exiliado político Eduardo Jozami visitó la ciudad como invitado en la charla sobre ética y política de la comunicación en torno de la figura de Walsh. La actividad fue organizada por el Sindicato de Prensa de Rosario (SPR) y se realizó en la sala del Sindicato Luz y Fuerza (Paraguay 1154). Jozami dialogó con El Ciudadano sobre la actualidad de las políticas de Derechos Humanos y el periodismo de investigación.

—¿Cuál es su mirada sobre las políticas de Memoria, Verdad y Justicia a dos años del gobierno de Cambiemos?

—Hay un cambio notable desde diciembre de 2015. Hay un gobierno que no se compromete con el avance de esas políticas. Ha habido organismos que se han suprimido en el área de gobierno y los espacios de memoria están desfinanciados. Es cierto que otros procesos siguen. Ha habido juicios y la Secretaría de Derechos Humanos se ha presentado como querellante en todos, pero se hace como cumpliendo una rutina que va haciéndose menos intensa. No se hace con convicción. Lo más preocupante es que el presidente (Mauricia Macri) cree que cumple con su obligación cuando dice que es un problema de la Justicia. Es un republicanismo mal entendido. Nadie le va a pedir que dicte sentencia, pero para que los juicios puedan continuar o que se hicieran fue necesario que el gobierno avanzara mucho con designaciones de jueces. A veces incluso con un compromiso político. Recuerdo cuando Cristina (Fernández) hizo un discurso público y señaló ante el mundo lo escandaloso que era la excarcelación del Tigre (Jorge) Acosta y (Alfredo) Astiz, principales acusados de la causa de la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada) que no salieron en libertad pero porque tenían otras causas. El gobierno actuó en representación de la mayoría, que se sintió agraviada por la excarcelación. Es preocupante lo que ocurre. Se asocian ciertas discusiones, como la del número de los desaparecidos y el de la “memoria completa” (donde se relativiza el accionar del Estado durante la dictadura por las muertes de los militares y civiles involucrados en ataques guerrilleros). El gobierno no la impulsa pero la da espacio.

—¿Cree que una vez más son las agrupaciones y organizaciones de memoria las que deben retomar protagonismo?

—En realidad lo que está pasando en el país pone a prueba el movimiento de los Derechos Humanos. El pueblo argentino tiene el desafío de dar una respuesta a lo que ocurre con el gobierno de Cambiemos. En particular, sobre Derechos Humanos, porque fue un movimiento que surgió de abajo, en condiciones de dictadura y represión. Fue el sacrificio y esfuerzo de las Madres y Abuelas. En la democracia contó algunas veces con aliento. Fue necesario movilizarse y tener mucha iniciativa para mantener en agenda política la impunidad. Ahora es una situación parecida. Tal vez nos acostumbramos en los últimos años a tener un gobierno comprometido con estas políticas. Ahora estamos en una situación bien distinta y va a exigir enfrentarlo con mucho compromiso, militancia y participación de los jóvenes. Lo más importante es pujar por la amplitud hacia el resto de la sociedad. No es una pelea entre Macri y nosotros. Es una política nociva para los argentinos y hay que hacerlo entender a la mayor cantidad de personas posible.

—¿Cómo se hace para las nuevas generaciones continúen con este camino?

—Es una tarea natural. He trabajado en un espacio de memoria (Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti) y el promedio de edad era de 30 años. Eso producía una satisfacción muy grande. No sólo por el trabajo y la compañía sino porque era una demostración de que los jóvenes se comprometen con esta tarea. Lo vemos cada año en las marchas del 24 de marzo. Es un proceso natural que incluso en los momentos más difíciles de la vida de Argentina, cuando los jóvenes no estaban en la política como en la década del 90, el único espacio donde seguíamos viendo jóvenes eran las movilizaciones de Derechos Humanos.

—¿Qué valor tiene la Carta a la Junta de Rodolfo Walsh?

—Walsh tiene una literatura más allá del periodismo y aun lo periodístico tiene una belleza y seducción, como la carta. Eso hace que sea un instrumento perfecto para los profesores que desean dar una aproximación al contexto de la dictadura sin aburrir a los chicos. Tiene una palabra cautivadora y es la síntesis de la dictadura que aún estaba en formación. Mucho de la política económica de Martínez de Hoz aún estaba sin develarse y Walsh la ponía en primer plano. Hoy tenemos un panorama económico afín que estamos conociendo y remite a ese pasado.

—Teniendo como reflejo la imagen y tarea de Walsh, ¿cómo valora el periodismo de investigación en la Argentina?

—Tuvo un desarrollo notable. Podemos asociarlo con Walsh porque fue un pionero, pero tenemos la obligación de ver las diferencias con lo que se hace hoy. Hay un programa de televisión que dirige (Alejandro) Fantino donde presentan a supuestos grandes periodistas de investigación. Me parece que Walsh se sentiría muy incómodo de compartir esa mesa. Para Walsh el periodismo de investigación era un proceso constante de búsqueda de la verdad. Era un trabajo contra los poderosos para esclarecer los crímenes. Llevaba a revelar la dependencia de un país, la negación de las libertades y los derechos. En la medida que el periodismo de investigación en el país se hace fundamentalmente para los grandes medios la ética del periodismo de Walsh no existe. Por suerte existe otro periodismo de investigación que hacen muchos trabajadores en forma independiente y desde órganos menos importante económicamente, como las organizaciones sociales. Hoy eso nos debe entusiasmar.

—¿Cree que Walsh sigue funcionando como inspiración para los periodistas?

—Es un error sacralizar a Walsh igual que a cualquier prócer. Es algo natural que hace el revisionismo: le quitamos las contradicciones de los protagonistas de la historia, lo que los hace interesantes. Ese lavado del personaje ocurre con la militancia política peronista de Walsh. Es un reduccionismo decir que era peronista porque no estamos contando la contradicción del peronismo como trabajador, como escritor, como periodista, como argentino.

Las redes y el periodismo

—La inmediatez que plantean las redes sociales, ¿compite con la tarea del periodismo de investigación?

—La inmediatez es un problema. Es muy bueno el alcance y la horizontalidad que se establece con las redes, pero a veces nos llevan a que el último tuit se enterró debajo de los nuevos y ya no se puede pensar en lo que estábamos pensando hace 30 segundos. Eso no es bueno, pero en el periodismo tradicional siempre existió la urgencia de tener la noticia antes que otro. No es casual que retomemos a Walsh, que muy pocas veces trabajó en redacciones y no tenía esa premura para hablar del periodismo de investigación. Walsh se parecía más al escritor que al periodista en un trabajo que se hace con tranquilidad.

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