Por: Gastón Marote/ NA
Herman Webster Mudgett, más conocidio como el doctor Henry Howard Holmes fue el primer asesino serial estadounidense que confesó haber matado a 27 personas, pero se calcula que fueron más de 300, por medio de un edificio que construyó y que era una trampa mortal para luego quedarse con el dinero de las víctimas.
Nacido el 16 de mayo de 1861 en Gilmanton, Nuevo Hampshire, fue hijo de un padre alcohólico y abusivo y de una madre puritana metodista y con el correr de los años manifestó mucho odio hacia las mujeres, sobre todo aquellas que eran dueñas de una gran fortuna.
En un principio, las usaba para quedarse con su dinero o por otras conveniencias, siempre económicas, y luego las abandonaba.
A los 18 años se casó con una joven muy rica llamada Clara Lovering, con el objetivo de poder pagarse sus estudios de medicina.
Con ella tuvo un hijo llamado Robert Lovering Mudgett, pero una vez que se recibió en la Universidad de Michigan se quedó con gran parte de su plata y sin divorciarse se fue a vivir con una joven viuda adinerada que vivía de las rentas de su casa de huéspedes.
Cuando ya era médico, abandonó a esta mujer, ejerció durante un año en el estado de Nueva York y luego se fue a Chicago.
El doctor Holmes tenía éxito con las mujeres por su seducción, elegancia, su manera elegante de vestir y su forma de hablar, todas eran herramientas de seducción que no fallaban.
Ya instalado en Chicago sedujo a una joven millonaria llamada Myrta Belknap y allí fue cuando adoptó el nombre de Henry Howard Holmes para poder casarse con ella, ya que no se había divorciado de su segunda esposa y eso le impedía poder avanzar con la boda.
Con Belknap tuvo una hija, Lucy Theodate Holmes, y lo que parecía ser una familia feliz, ocultaba lo peor de Holmes.
Este sujeto falsificó unas escrituras, estafó con 5.000 dólares a su familia política y con eso logró construir una casa suntuosa en Wilmette.
Posteriormente, en las afueras de Englewood obtuvo la herencia de una farmacia propiedad de Melisa Holden, una viuda de quien se hizo su amante y hombre de confianza.
A base de estafas con la contabilidad y de malversaciones de fondos, logró hacerse dueño de la totalidad de sus bienes y después la hizo desaparecer.
El castillo de Holmes, su arma homicida
El asesino serial llevó a cabo su idea de construir un castillo y para ello recurrió a varias empresas, a las cuales nunca les pagaba e interrumpía pronto sus obras.
De esa manera, él era el único en conocer en detalle un edificio cuyo extraño arreglo habría podido suscitar la curiosidad.
En 1893 preparaba la exposición del castillo que debía atraer a Chicago una cantidad considerable de gente, incluidas mujeres bellas, ricas y solas.
Holmes adquirió un terreno gracias a una serie de estafas y emprendió la construcción de un hotel con aspecto de fortaleza medieval y cuya disposición interior preparó él mismo.
Cada una de las habitaciones tenía trampas y puertas correderas que daban a un laberinto de pasillos secretos desde los cuales, por unas ventanillas disimuladas en las paredes, el doctor podía observar a escondidas a sus clientes.
Disimulada bajo la tarima, una instalación eléctrica le permitía seguir en un panel indicador instalado en su despacho el menor desplazamiento de sus futuras víctimas.
Allí, podía abrir unos grifos de gas que asfixiaban a los ocupantes de las habitaciones sin la necesidad de tener que moverse él mismo.
Luego, un montacargas y dos «toboganes» servían para bajar los cadáveres a una bodega donde según los casos, eran disueltos en una cubeta de ácido sulfúrico, reducidos a polvo por incineración, o hundidos vivos en un balde lleno de cal. Además, en una habitación llamada «el calabozo» instaló instrumentos de tortura.
En ese sentido, una de las máquinas instaladas llamó la atención porque permitía hacer cosquillas en la planta de los pies de las víctimas hasta matarlas -literalmente- de risa.
El «Holmes Castle» fue terminado en 1892 y la Exposición Mundial Colombina de Chicago se inauguró el 1 de mayo de 1893. Durante los seis meses que duró, el castillo mortal del doctor Holmes no se desocupó.
El asesino serial elegía a sus «clientas» con precaución: tenían que ser ricas, jóvenes, hermosas, estar solas.
Asimismo, para evitar las visitas inoportunas de amigos o familiares, el domicilio de sus «presas» tenía que estar situado en un estado lo más alejado posible de Chicago.
Cuando terminó la exposición, los ingresos del hotel cayeron de manera estrepitosa y Holmes se había quedado con muy poco dinero.
Por lo tanto, se le ocurrió incendiar el último piso de su inmueble y reclamó a la aseguradora una prima de 60 000 dólares, sin pensar que la compañía podría hacer una investigación antes de
pagarle.
Eso fue lo que hizo la firma y el estafador se vio descubierto, por lo que se refugió en Texas, donde realizó estafas que lo llevaron por primera vez a la cárcel. Luego fue liberado bajo fianza, pero volvió a cometer un crimen, con fines económicos.
Un cómplice, llamado Pitezel, debía adquirir un seguro de vida en una compañía de Filadelfia, luego entre ambos buscaban un cadáver anónimo desfigurado por un accidente y la prima que cobraría la viuda de Pitezel sería repartida y el «muerto» iría durante algún tiempo a hacerse olvidar a Sudamérica.
Sin embargo, Holmes cambió de planes y mató realmente a su cómplice, por lo que se quedó con todo el dinero de la prima, porque también asesinó a su viuda y sus hijos.
Un antiguo compañero de celda, Marion Hedgepeth, lo denunció y la Policía inició una investigación que estuvo a cargo del detective privado Frank Geyer.
Como resultado de ello, Holmes confesó la estafa a la aseguradora y los asesinatos de Pitezel y su familia.
Una vez detenido el múltiple asesino, la Policía registró el hotel y descubrió que lo había sido utilizado como lugar de tormento y sala de ejecuciones.
Los agentes encontraron cámaras herméticas desde las cuales se podía bombear gas, un horno lo bastante grande para contener un cuerpo humano, baldes de ácido y habitaciones equipadas con instrumental quirúrgico de disección.
En el juicio un testigo describió su trabajo como empleado de Holmes, quien lo había contratado para despellejar tres cadáveres, por los cuales cobró 36 dólares cada uno.
El acusado fue condenado a muerte por el Tribunal de Filadelfia y ahorcado el 7 de mayo de 1896, cuando tenía 34 años, pero antes de llevar a cabo la ejecución estuvo 3 años preso.
Si bien confesó que mató a 27 personas, las investigaciones y los hallazgos en el castillo permiten determinar a los investigadores que los homicidios pudieron ser más de 300.