Herminio Masantonio, gloria de Huracán y uno de los tres máximos goleadores del fútbol argentino, es una leyenda que sigue vigente a pesar del paso del tiempo. Este miércoles 5 de agosto se cumplirán 110 años de su nacimiento. Su legado se transmite por generaciones y sus increíbles marcas parecen inalcanzables para el fútbol actual.
Masantonio nació el 5 de agosto de 1910 en Ensenada, provincia de Buenos Aires, donde se instalaron sus padres, don Rafael y doña Sabina, después de haber llegado como inmigrantes desde Italia.
La distancia que separa a Ensenada de Parque de los Patricios, el barrio porteño al que pertenece Huracán desde 1908, se achicó por un expreso pedido de Tomás Adolfo Ducó, quien descubrió a Masantonio cuando jugaba en Villa Albino, un club de la liga de La Plata.
Néstor Vicente, expresidente de Huracán y autor del libro de Masantonio llamado «Amor por la camiseta», contó, en diálogo con la agencia de noticias Télam, que Ducó lo fue a buscar a su casa de Ensenada y lo «salvó» de la colimba para llevarlo al «globo».
El debut de Masantonio en la primera de Huracán fue en 1931 y coincidió con el inicio del profesionalismo en el fútbol argentino. Su carta de presentación fue un adelanto de lo que después fue habitual a lo largo de su carrera: convirtió dos goles en la victoria por 4-0 ante Quilmes.
«Masa» se identificó rápidamente con Huracán, donde tuvo la difícil misión de reemplazar al histórico Guillermo Stábile, quien había sido transferido al fútbol italiano.
En su primer año, Masantonio marcó 23 goles en 32 partidos y así empezó a construir su leyenda en el fútbol argentino donde todavía se mantiene como el tercer máximo goleador histórico con 256 gritos (254 en Huracán y dos en Banfield) por debajo del paraguayo Arsenio Erico (Independiente, 293 goles) y Ángel Labruna (River, 292).
El «Mortero» jugó ininterrumpidamente con la camiseta de Huracán, a la que todavía había que coserle el globo en el pecho y no tenía números en la espalda, hasta 1943 y en el medio rechazó ofertas de Juventus y de Racing Club.
Por ese «amor por la camiseta», como lo destaca Vicente, e identificación con Huracán, la idolatría de Masantonio traspasa generaciones enteras y su leyenda sigue intacta en el fútbol argentino. Hoy, su nombre tiene dos calles (una en Parque de los Patricios -la primera para un futbolista en la ciudad de Buenos Aires- y otra en Ensenada), un monumento, dos tangos, una peña y un sector del «Palacio» Ducó, en el que nunca pudo jugar.
A lo largo de los años se ganó su fama de guapo por su valentía y coraje adentro del campo de juego pero según Vicente, Masantonio no se sentía cómodo con esa etiqueta. «No era un brabucón ni fanfarrón. Era de buena madera. Alguien que se jugaba por los compañeros», remarca Vicente.
«Herminio nunca se sintió guapo, pero al lado de Masantonio uno se sentía guapo», dijo, alguna vez, Norberto «Tucho» Méndez, el pibe que le llevaba el bolso y después se convirtió en uno de sus mejores socios de ataque.
Sin embargo, Masantonio protagonizó una gran pelea adentro de la cancha que todavía es recordada en los libros de historia.
En 1935, en el año de su debut con el seleccionado argentino, le pegó una trompada al uruguayo Lorenzo Fernández en medio del partido definitorio del Sudamericano de Lima. Curiosamente, Masantonio y Fernández terminaron forjando una gran amistad a pesar de este episodio.
El paso de Masantonio por el seleccionado nacional fue corto pero intenso ya que en apenas 19 partidos convirtió 21 goles, una impactante marca de efectividad que nadie superó a lo largo de la historia y que lo mantiene como el décimo goleador de la «albiceleste» junto a José Sanfilippo, quien tiene los mismos tantos pero en más partidos, y por encima de los 20 de Mario Alberto Kempes y Ángel Di María, el único de la actualidad que podría desplazarlo.
A su vez, de esos 21 goles, seis fueron a Brasil, lo que lo convierte en el segundo argentino con más tantos en el clásico de Sudamérica por debajo de Emilio Baldonedo, que hizo siete; convirtió el gol más rápido de la historia de la Selección (a los veintitrés segundos contra Uruguay); fue dos veces goleador de la Copa América (1935 y 1942) y campeón de las ediciones 1937 y 1941.
Paradójicamente, fue en 1942 cuando Masantonio marcó el último gol en la vieja cancha de madera que antecedió al Palacio Ducó y también el año en el que conquistó su primer título con la camiseta de Huracán (fue subcampeón en 1939) con la obtención de la Copa Adrián C. Escobar, una de las trece estrellas que el «globo» luce actualmente en su camiseta.
Al año siguiente empezó a despedirse de Parque de los Patricios y a mitad de año cruzó el charco para jugar en Defensor Sporting. En Montevideo tuvo un paso fugaz pero fue clave para salvar al equipo del descenso con un gol que tuvo como testigo al poeta Horacio Ferrer.
Volvió al país en 1944 para sumarse a Banfield, donde jugó apenas nueve partidos y marcó dos goles. Como muestra de su amor por Huracán pidió no enfrentarlo.
Un domingo de agosto de 1945 y ya con 35 años, Masantonio concretó su regreso a Huracán en un partido jugado en la vieja cancha de San Lorenzo y luego de doce encuentros y cinco goles se despidió del fútbol el 11 de noviembre en el estadio de River.
«Lo trascendente de Masantonio es que sea ídolo para muchas generaciones que no lo vimos jugar», resalta Vicente, quien tampoco vivió la época del «Mortero» pero luego de una rigurosa investigación pudo plasmar en un libro la obra de un futbolista inigualable.
Masantonio falleció el 11 de septiembre, justo el Día del Maestro, de 1956.