Por Susana Pozzi
Casi mediodía en el 153 camino al norte de la ciudad. De los 20 pasajeros que somos cuento 16 conectados a su celular. Sólo dos de ellos leen sus pantallas. El resto está conectado con sus auriculares escuchando música, incluido un señor más que sesentón.
El treintañero delante de mi (voy sentada mirando hacia atrás) sigue el ritmo moviendo su cabeza casi frenéticamente. Sube un señor que intenta que alguien agarre una hoja con poemas impresos de su autoría. Nadie las toma. Nadie le advirtió que estamos inmersos en épocas donde la gente se mira, y se autodescubre, a través de una pantalla digital en la que deslizando un dedo nos escapamos de las emociones que otros pueden provocarnos, en mares de silencio infinito que aún no sé bien a dónde nos transportan.
El señor de los poemas impresos en A4 se paró y antes de bajar dijo: «Gracias por no leerme».