Por Mariano Hamilton / Noticias Argentinas
El 5 de agosto de 2010, 25 días después de que España levantara en Sudáfrica su primera Copa del Mundo, un hecho insólito paralizó al mundo. Un poco porque era imposible no conmoverse con la historia de 33 mineros sepultados en una mina y otro porque el morbo era capaz de movilizar montañas. Por estas razones la humanidad estuvo pendiente durante 69 días de lo que ocurría en la mina San José, una localidad ubicada a 30 kilómetros de la ciudad de Copiacó, en Chile.
Un derrumbe en una mina dejó a 720 metros de profundidad a 33 mineros, quienes lograron salvar su vida de milagro por encontrarse en una cámara de seguridad que resistió la caída de los escombros.
Durante días, el trabajo estuvo enfocado en sacar los cuerpos para que sus familiares pudieran despedirse de ellos como correspondía. Nadie imaginaba que los 33 mineros pudieran conservar la vida bajo toneladas y toneladas de piedra y mucho menos que ellos mismos estuvieran trabajando a ciegas para escapar de la trampa que les había tendido el destino y la inoperancia de la compañía que los había contratado.
Ocho horas después del derrumbe, la compañía San Esteban Primera S. A. disponía las tareas para extraer los cuerpos de los colonos. La primera idea fue ingresar al lugar por las chimeneas de ventilación. Lo que nadie sabía era que casi un kilómetro debajo de la faz de la tierra, los mineros atrapados estaban intentando el escape por el mismo lugar. Todavía, y durante los 17 días siguientes se dieron las discusiones dentro del gobierno chileno sobre si era lógico gastar un montón de dinero sólo para recuperar los cuerpos de los 33 mineros muertos. Incluso, dos días después del derrumbe, cuando se produjo una segunda caída de piedras que selló las ventilaciones, el Gobierno dio por cancelada las tareas de rescate, lo que generó la furia de los familiares y de la comunidad internacional, que no podía entender cómo era posible que se pusiera la rentabilidad por delante las cuestiones humanitarias.
Mientras el debate seguía en la superficie, los mineros atrapados –que todavía eran dados por muertos– encontraron una opción para escapar: descubrieron una escalera que había sido colocada en una de las ventilaciones. Lenta y dificultosamente, uno de ellos comenzó el ascenso hasta que a los 670 metros (a 50 metros de la superficie) se encontró con que la compañía no había puesto el tramo final de la escalera por lo que no se podía escapar por allí. Para colmo, luego de esa noticia, otro derrumbe selló esa salida y los dejó sin el ingreso de aire desde la superficie, por lo que el tiempo que tenían de supervivencia se limitaba a la administración de oxígeno que hicieran y al tiempo que tardarían en consumirlo.
La escena se vivía en dos planos entonces. Por un lado, la lucha de los mineros por no desfallecer. Y por el otro, la aceptación del gobierno chileno de continuar con las tareas de rescate de los cuerpos, bajo la supervisión del ingeniero André Sougarret y el Ministro de Minería, Laurence Golborne, quienes dispusieron de maquinaria pesada para perforar el suelo hasta en donde se suponía que podían encontrar los cadáveres de los mineros.
Pero si la tarea era una misión desapasionada, el domingo 22 de agosto todo cambió, ya que los chequeos de movimiento dieron cuenta de que había actividad debajo de la tierra, es decir que todavía había gente con vida. Una vez producida esta constatación, la actividad se cuadruplicó ante la certeza de que los sobrevivientes deberían estar sin oxígeno, agua y desnutridos, por lo que el tiempo se convirtió en una variable vital para obtener resultados positivos.
Para establecer el contacto con los que estaban con vida abajo, se perforó la piedra con una sonda. La zona entró al lugar en donde permanecían los 33 y al ser retirada tenía pintura roja, lo que confirmaba que abajo quedaba gente con vida. El segundo paso fue enviar una nota para que les dijeran cuántos eran y qué necesitaban. La respuesta fue inmediata y, en la tarde de ese mismo día, el presidente Sebastián Piñera, quien había sido el responsable de paralizar las tareas de rescate, mostró en la televisión nacional la nota que le habían enviado desde la mina: “Estamos bien en el refugio los 33”.
Ya con la información de los 33 mineros permanecían con vida, el 24 de agosto llegó a la mina el “Grupo de Tarea Naval 33” compuesto por especialistas en submarinos y un médico especialista en sumersión, quienes debían garantizar la salud física y psicológica de los hombres atrapados.
Después de evaluar las posibilidades, se decidió que la mejor alternativa para el rescate era abrir un pozo para enviar una cápsula de rescate.
Mientras el plan se llevaba a cabo, los sobrevivientes eran alimentados y mantenían contactos esporádicos con sus familiares para sostener el espíritu en alto y que no sintieran que su situación era desesperada.
Después de 69 días del derrumbe y 33 días después de que se comenzara a cavar el foso para ubicar esa cápsula/ascensor, se cumplió la primera etapa: la máquina Schramm T130 consiguió “romper fondo”.
El segundo paso era encamisar la excavación para que la subida y bajada de la cápsula no fuera desgastando los laterales y produjese otro derrumbe. Se tenía certeza de que no había plan B para sacarlos. Era un único tiro, una bala de plata.
Una vez que se reforzaron los costados del túnel vertical, comenzó la operación para extraer a los mineros y el 13 de octubre a las 01.0 de la madrugada, Florencio Ávalos, el primer sobreviviente, fue rescatado. De allí en más y durante casi dos días, los mineros fueron subiendo uno a uno, al ritmo de uno por hora. Cuando salió el último, Luis Urzúa, el mundo por fin pudo relajarse y respirar en paz.
La cobertura de ese hecho marcó récords de audiencia en la televisión mundial. Se calcula que mil 300 millones de espectadores, en directo, siguieron la subida de los mineros durante esas dos jornadas.
El 14 de octubre, el presidente Piñera visitó a los sobrevivientes en el hospital e hizo acusaciones muy serias sobre las condiciones de trabajo en las minas: “Aquí no va a haber impunidad y ya están trabajando la Justicia en un juicio y el Gobierno en procedimientos administrativos. Estamos usando los mecanismos para que los responsables asuman las consecuencias… Nunca más en nuestro país vamos a permitir que se trabaje en condiciones inseguras e inhumanas como se trabajaba en la mina San José, y en muchos otros lugares de nuestro país”.
Lindas palabras, pero en vista de lo sucedido después, eran una hermosa melodía de violín.
Como era de esperarse, a la alegría por el rescate de los mineros le siguió una larguísima disputa legal con el Gobierno y con la empresa por las deficientes medidas de seguridad. En diciembre de 2013 el Gobierno dio por cerrado el proceso administrativo sin encontrar responsables (recuerden los dichos de Piñera). La demanda llevada adelante por los mineros se enfocaba en que la mina no era segura ya que, en dos oportunidades, había sufrido de derrumbes que le habían costado lesiones graves a un trabajador y la muerte de otro. El primero fue el 3 de julio de 2010, en el que Gino Cortés perdió una de sus piernas; y el otro en 2006, en la mina San Antonio (propiedad de los mismos dueños de la mina San José), en donde otro minero murió por un desmoronamiento.
Como para dejar claro el contenido se la sinfonía de violines que tocaba el gobierno, en 2008 la mina fue reabierta sin que se constatara la construcción de una vía de escape alternativa a través de la chimenea de ventilación. O sea, sin los requerimientos mínimos de seguridad. Para la Justicia, la causa penal se cerró tres años después sin formular cargos contra ninguna persona.
En 2011, treinta y un mineros sobrevivientes del derrumbe, iniciaron un juicio civil contra el gobierno chileno, por negligencia en el cumplimiento de sus deberes de fiscalización. Cada uno reclamaba 535 mil dólares de indemnización.
El 11 de junio de 2021 se conoció la sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago: cada minero recibiría la suma de 55.000 dólares, es decir el 10 por ciento de lo reclamado y la mitad de lo que se les había otorgado en primera instancia. La Corte calificó como «negligente lo actuado por los órganos del Estado y la existencia del daño causado y la relación de causalidad entre ellos en el accidente ocurrido el 5 de agosto de 2010”. Pero la valoración que se le dio al hecho evidentemente no estuvo muy a tono con lo dicho en la sentencia. Es más, la decisión fue catalogada como uno de los papelones más grandes de la historia judicial chilena.
Ninguno de los mineros volvió a trabajar. El estado les reconoció una pensión vitalicia de unos 500 dólares mensuales. La pregunta que todos se hacen es si 12 años después de haber sufrido semejante trauma, cuán bien se encuentran esos 33 hombres que paralizaron a la humanidad y hoy viven sin haber recibido lo que les correspondía. La respuesta es que están mal. Tan mal como la pasan los mineros que hoy siguen trabajando en las minas chilenas. Con esto decimos que toda la emocionalidad que acompañó el salvamento de aquellos 33 hombres, no decantó en medidas virtuosas y todo sigue igual.
El Mundial de Sudáfrica, que ocurrió un mes y medio antes del episodio de los 33, dejó muchas situaciones extrañas. El primer hecho destacable fue que, después de 12 años, la Copa era levantada por un equipo que jamás había salido campeón: España. La segunda, es que en la final se enfrentaron dos equipos que nunca se habían consagrado: España y Países Bajos (ya le vamos a empezar a llamar de esta manera, más allá de que por aquellos años todavía era Holanda).
Otras curiosidades fueron los regresos a mundiales de equipos que desde hacía años no clasificaban: Corea del Norte llevaba 34 años de ausencia, Nueva Zelanda, 28; Argelia, 24; Grecia, 16 y Chile, 12 años. También fue el debut de Eslovaquia y Serbia, más allá de que alguna vez habían entrado al mundial por formar parte de Checoslovaquia y Yugoslavia primero y Serbia y Montenegro, después. Otra de las cuestiones raras fue que los equipos de la Conmebol dominaron la primera fase, con los cinco clasificados para los octavos de final y con apenas una derrota entre todos, en los 15 partidos que jugaron.
La racha de los sudamericanos siguió en octavos: cuatro pasaron a cuartos (salvo Chile, que perdió con Brasil). Pero hasta allí llegó su amor, ya que Uruguay fue el único que sobrevivió hasta las semifinales. Y para cerrar esta serie de hechos extraños, digamos que Francia e Italia, los dos finalistas del Mundial anterior, no pasaron a octavos, y que Sudáfrica fue el primer equipo anfitrión de la historia que quedó eliminado en la fase de grupos.
Este mundial también fue recordado por el de los errores arbitrales, ya que las falencias de los jueces, incluso en las semifinales y en la final, fueron muy evidentes y poco habituales para este tipo de competencias.
Como ya era norma, los 32 equipos se repartieron en ocho zonas y los dos primeros siguieron en carrera. Ellos fueron: Uruguay, México (grupo A), Argentina, Corea del Sur (B), Estados Unidos, Inglaterra (C), Alemania, Ghana (D), Países Bajos, Japón (E), Paraguay, Eslovaquia (F), Brasil, Portugal (G), España y Chile (H).
En octavos, Uruguay dejó en el camino a Corea del Sur (2-1), Ghana a Estados Unidos (2-1 en el alargue), Países Bajos a Eslovaquia (también 2-1), Brasil a Chile (3-0), Argentina a México (3-1), Alemania a Inglaterra (4-1), Paraguay a Japón (0-0 y 5-3 en la definición por penales) y España sacó del torneo a Portugal (1-0).
En cuartos de final pocos olvidarán el partido entre Uruguay y Ghana, con la mano de Suárez sobre la hora y el penal errado por Asamoah Gyan en el último minuto del suplementario. después de la mano de Luis Suárez dentro del área que evitó la derrota. La definición por penales, además, tuvo lo suyo: Uruguay ganaba 3-2 cuando el Loco Abreu fue a patear el último. Y el Loco no defraudó a nadie: picó ese penal para depositar a su equipo en las semifinales en un momento electrizante.
Países Bajos por su lado dio cuenta de Brasil 2-1 y España, sin sobrarle nada, dejó en el camino a Paraguay por 1-0. Para el final dejamos la derrota de Argentina 4-0 con Alemania, no porque deseáramos tomar algún aspecto del juego en particular. Lo dejamos para el final porque fue el último acercamiento de Diego a lo que más amaba: la Selección argentina. Está derrota y la posterior decisión de Grondona y Bilardo lo dejaron a Maradona afuera del equipo más allá de que, salvo en ese último partido, el equipo dio la talla durante el torneo. Fue un final triste para Diego en su vínculo con la Selección. ¡Qué decimos triste! ¡¡¡Tristísimo!!! Siempre los finales son horribles, pero ese de Maradona, tal vez, fue uno de los más desoladores que se recuerden por todo lo que ese señor le entregó a esa camiseta. No tenía sentido ese epílogo. Tal vez la vida de Diego hubiera ido hacia otros rumbos menos trágicos de no ser por esa salida traumática que nunca pudo digerir. Incomprobable. Tan doloroso como contrafáctico.
En semifinales Países Bajos le ganó a Uruguay 3-2 y España repitió el 1-0 sobre Alemania, es decir el mismo resultado que había obtenido en los encuentros de octavos y semifinales.
Y ya en la final, como para no romper la costumbre, los españoles se quedaron con la Copa al vencer, otra vez 1-0 aunque en esta ocasión en tiempo suplementario, a Países Bajos, que tampoco perdió la costumbre de perder finales (fue la tercera de su historia sumada a las de 1974 y 1978).
Al pasar dijimos que fue el torneo de los errores arbitrales y eso fue lo que le abrió el camino a la instauración del VAR.
Además de los fallos menores que beneficiaron a un equipo sobre otro, hubo acciones que ya dejaron de pertenecer a la lista de errores tolerables, como el offside de Carlos Tevez en el segundo gol de Argentina contra México en octavos de final o, lo que fue peor aún, el gol de Lampard que no fue sancionado por Jorge Larrionada después de que la pelota picara dentro del arco después de pegar en el travesaño. México quedó afuera del Mundial e Inglaterra también. Algunas cosas podrían haber cambiado si se anulaba el gol de Tevez o se cobraba el de Lampard. Pero no fue así.
Otras de las selecciones perjudicadas fueron Estados Unidos (le anularon goles ante Eslovenia y Argelia sin razón), Brasil (una injusta expulsión de Kaká ante Costa de Marfil) y Suiza (le echaron a Behrami por una teatralización de Vidal). Para colmo, la FIFA no reparó los errores ni en los escritorios, ya que ambos jugadores fueron suspendidos y no así los que fingieron las faltas. En ese partido entre Brasil y Costa de Marfil, además, el fancés Lannoy dio por válido un gol de Luis Fabiano después de dos manos consecutivas del brasileño durante la jugada. Pero los que más padecieron los errores de los jueces fueron los franceses, que recibieron dos goles de México que no deberían haber ocurrido. El primero fue uno de Chicharito Hernández (en posición adelantada) y el otro por un inexistente penal de Abidal a Barrera. Esa derrota dejó a Francia fuera del Mundial en la primera fase.
Luego del Mundial, el por entonces presidente de la FIFA, Joseph Blatter dijo: «Lamento los errores arbitrales. No ha sido un juego cinco estrellas para los árbitros. Ya he expresado mis disculpas a los perjudicados «. Y agregó: «Es obvio que después de las experiencias vividas en este Mundial sería una estupidez no reabrir la cuestión de la tecnología».
Dicho y hecho, ocho años después debutaba el VAR en Rusia 2018. Y el fútbol cambiaría para siempre.