Los tiempos de la escritura de ficción suelen ser variables para quien decide encarar la tarea; se puede empezar temprano y no parar sin que importen los resultados; se puede escribir un libro cada tanto y sentirse conforme o no y esperar el próximo para ver si sale mejor; o escribir cada vez que el deseo lo impone; en fin, hay muchas maneras de relacionarse con la escritura, pero si hay un aspecto determinante es el que tiene que ver con hacer público lo que se escribe.
Y hay gente a los que la escritura les sirve de otra manera, les entusiasma más el acto de hacerlo que el posible reconocimiento o festejo que surgiera de la publicación.
Tal vez haya una desmesurada autocrítica o una atención puesta en otra actividad paralela aunque difícilmente eso reemplace a la escritura porque allí se juega una íntima vibración ligada a la existencia de personajes, tramas, situaciones, a lo insoslayable de los acontecimientos que pueblan vida e imaginación.
Crónicas secundarias es el segundo libro de Luis Alfonso luego de Todo por cenizas, publicado…hace más de veinte años –lo que evidencia cómo se relaciona el autor con la literatura–, un curioso y sorprendente libro-objeto con relatos policiales.
Alfonso es gestor cultural y a eso dedica buena parte de su energía; es el hombre de largos cabellos y mucha barba que comanda la producción de innumerables shows o recitales de bandas en espacios municipales; quien asiste a esos espectáculos seguramente se lo ha cruzado y ahora, además, podrá leer los ocho relatos que componen su segundo libro, historias de una evidente solidez construidas con fragmentos –o rescates, sería mejor– de una etapa de su vida, de sus años “mozos” de estudiante secundario, donde la claridad y la verdad son relativas y la vacilación y las mezquindades humanas aplastan cualquier seguridad.
También son los años de la tenebrosa dictadura cívico-militar y por allí anda un joven lidiando con el violento mundo real; con las sensaciones que provocan la amistad, la política, el acto creativo, el amor, la represión, el devenir consolidados en matices del recuerdo. Crónicas secundarias es un libro de iniciaciones, donde el narrador pisa terreno adverso pero a la vez milagroso porque allí está surgiendo ese hombre que se volvió después.
Crónicas secundarias ofrece testimonio, conocimiento y compromiso en una especie de tránsito autobiográfico, sesgo que surge en las historias que se cuentan y en los jirones de iluminaciones y pesadillas envueltos en el suspenso y la intriga, en la pasión y el miedo, en la conciencia del peligro de ser fiel al pensamiento, todo, claro, rigurosamente inmerso en el magma de la ficción.
“No tengo especial preocupación de que lo que escribo sea fiel a la realidad. La ficción se nutre de la realidad pero también al revés. Crónicas… tiene que ver con mi historia y me atraviesa, pero más allá de los disparadores autorreferenciales, es una historia que valía la pena contar, como tantas otras, aunque ésta, en parte, fuera la mía”, apunta Alfonso en la conversación que sigue.
Cosas que fueron fundantes
–Decís que siempre escribiste pero casi no editaste si se descuenta el libro que publicaste 20 años atrás. ¿Por qué ahora surge “Crónicas secundarias” y cómo llevaste esa relación con la escritura inédita?
–Para mí la necesidad es escribir. Publicar tiene que ver con otras necesidades que en general no he sentido a lo largo de este tiempo. Creo que el hecho de publicar está relacionado con el deseo de expresarse públicamente y de obtener algún reconocimiento por eso, pero es justamente lo que a mi menos me entusiasma.
Por otro lado, si en alguna ocasión pensé en editar algo, me ocurre que me parece que todo lo que escribo no es publicable. Y más allá de eso tampoco he tenido una producción constante en este tiempo.
He tenido momentos improductivos y otros en los que me enfrasqué con textos que yo creía que eran otra cosa (una novela por ejemplo) y después terminé descartando. La posibilidad de editar Crónicas… surgió después de compartir los relatos con un amigo que creyó que estaban a la altura de una publicación y que a su vez los compartió con el responsable de la colección de la editorial que creyó lo mismo.
–Escritos en primera persona, los relatos hablan de tu periodo como estudiante secundario durante la dictadura cívico-militar ¿por qué elegiste ese tiempo?
–No había escrito nunca sobre esto. Me gusta escribir literatura de género y las cosas en las que venía trabajando iban por el lado del policial o fantástico.
Me gusta escribir sobre lo que perturba, me gusta escribir cosas fuertes, me gusta la emoción. Pero necesitaba saldar algunas deudas con ese periodo de mi vida. Me tocó ser adolescente en tiempos de dictadura militar y esa circunstancia me dejó marcas como supongo que habrá dejado en todos a los que les tocó vivir la adolescencia en tiempos de represión y muerte.
Pero también en esos tiempos me pasaron cosas que fueron fundantes. Adquirí principios y valores sobre los que construí el resto de mi vida hasta hoy. Crónicas… tiene que ver con mi historia y me atraviesa, pero más allá de los disparadores autorreferenciales, es una historia que valía la pena contar, como tantas otras, aunque ésta, en parte, fuera la mía.
Un adolescente en tiempos de dictadura militar
–¿Cómo pensaste este libro, tenías sólo los relatos que lo componen o elegiste esos entre otros y cuándo fueron escritos originalmente?
–Cuando escribí estos textos, entre 2017 y 2019, no pensaba que iban a ser un conjunto de relatos para ser leídos uno detrás del otro. Coincido con eso que dicen algunos, “nadie tiene menos claro un libro que el propio escritor”.
Yo tenía escritos unos cuentos que transcurren en los años 50 y 60, una historia de boxeadores, el crimen de un cantor de tangos con peluca, unos cuentos entre el terror y lo fantástico con técnicos sonidistas en el centro de la escena. Pero me di cuenta que en estos cuentos había una unidad, en la temática, en el protagonista, en el estilo.
Eran ocho relatos con un adolescente en tiempos de dictadura militar.
Dos pibes que remontan sus esperanzas en aviones de juguete; un chico rebelde que prueba los límites de su colegio y se encuentra con un celador sensible; tres pibes que se pierden en una ciudad extraña en medio de un carnaval siniestro; un grupo de jóvenes que festeja el fin de una etapa pero la fiesta se descontrola y se vuelve triste y melancólica; dos chicos escapando que se encuentran en el laboratorio de un médico macabro; un chico y su amigo, posteriormente afamado cantautor, sorprendidos en el vientre de un poder monstruoso; un chico y dos mujeres recorriendo el paisaje litoraleño para rendir tributo al amor filial y fraternal.
Ahí vi que había un libro. Eran ocho relatos pero una misma historia.
–¿La ficción permite una ampliación de la realidad cuando se trabaja con la memoria?
–No tengo especial preocupación de que lo que escribo sea fiel a la realidad. La ficción se nutre de la realidad pero también al revés. Me gusta la literatura que tiene que ver con la imaginación. La memoria no es más que una fuente de la que uno, a veces, se sirve para escribir.
–¿El motivo de cada uno de los relatos surgió primero o a medida que los construías? Con el libro terminado, ¿encontraste una forma de escribir?
–Tengo predilección por las historias de perdedores y sufrientes, por las historias de marginales. A lo mejor por una cuestión ideológica, de solidaridad. Y para mí los jóvenes en todas las épocas han sido marginales.
Así que no iba a perderme la oportunidad de escribir historias que, de alguna manera, retrataran que yo también fui un “joven marginal, perdedor y sufriente”.
Entonces cada vez que escribí algunos de estos ocho relatos tuve presente esa motivación, que en todo caso fue una de tantas. No creo haber encontrado una forma de escribir. No tengo expectativas cuando escribo. Lo hago para emocionarme.
Yo me formé como lector desde muy chico. Mi vieja siempre me incentivó el hábito de la lectura. Y a los 10, 11 años decía que quería ser escritor. Y a los 10, 11 años decía que quería ser escritor. A esa edad me acuerdo haber escrito un cuento con un pibe como protagonista sospechosamente parecido a Tom Sawyer. Por ahora la única forma que encontré es escribir siempre que puedo.
–¿Incluirías a “Crónicas…” en la “literatura del yo” o la “autoficción”?
–Cuando hablan de la “literatura del yo” o de la “autoficción” como género literario me parece excesivo. A lo mejor se trate de una cuestión de marketing. O a lo mejor realmente se trata de la literatura del yo como objeto, donde no se piensa en términos colectivos.
La subjetividad como una forma de enfrentarse a la masa consumidora que integramos. Es la “literatura del neoliberalismo” dijo Guillermo Saccomano. Para mí la autoficción fue apenas un recurso para escribir.
Como lo debe haber sido (salvando las distancias y sin ánimo de comparar) para Mario Levrero cuando escribió La novela luminosa.
La verdad es que si alguien, por una cuestión de marketing, quiere incluir a Crónicas secundarias en el escaparate de la autoficción a mí me excede.
Gestor cultural, escritor, ¿qué orden les darías según tu deseo?, ¿con cuáles de estas prácticas te vas a quedar si se termina la pandemia?
–Yo ejerzo esas dos profesiones. Me quedo con las dos. Soy las dos. Soy gestor cultural para el estado municipal y escritor independiente en soledad.
No es la pandemia lo que me determina. Como dijo algún filósofo, “es la existencia social la que determina la conciencia” y yo agregaría, mis deseos.
Desde la UNR al mundo
“Crónicas secundarias” se publicó en la colección Confingere, que dirige Nicolás Manzi para la UNR Editora, y a mediados de octubre participó de la Feria del Libro de Frankfurt, en donde fue parte de los 24 títulos seleccionados para representar al país y uno de los dos elegidos de editoriales públicas argentinas. En el encuentro alemán se ofrecen los derechos de títulos a editoriales de todo el mundo.