Especial para El Ciudadano
La cadena Apple TV+ viene apostando por proyectos algo riesgosos que, en general, no logran acertar en un tono adecuado a la singularidad de las propuestas o que se quedan a mitad de camino en el tratamiento de lo planteado.
Como ejemplos de esto cuentan See, que propuso un extraño mundo posapocalíptico pero que quedó rezagada al momento de seguir a la premisa en toda su dimensión, mostrándose incapaz de construir la peculiaridad de ese asombroso mundo imaginado para mantenerse al ras de la aventura más sosa y remanida.
Por otro lado está la excéntrica Servant, el inquietante proyecto de M. Night Shyamalan, que contó con una primera temporada destacable, con algunos grandes capítulos y con otros que funcionan como innecesario estiramiento de la intriga. Sin embargo con esta serie la gran apuesta vino en la segunda temporada, que acaba de finalizar en estos días.
El equipo parece haber intentado pegar un giro radical, casi tanto que por momentos parecen estar parodiando todo lo desarrollado en la etapa anterior. En cierto sentido parece tratarse de una gran broma. Lo siniestro ahora se vuelve declaradamente absurdo, al borde de lo cómico, en los límites de una comedia de enredos insostenible.
La apuesta es arriesgada, pero la verdad es que la serie en ningún momento logra acertar en el tono adecuado, y jamás se sabe lo que se está viendo. ¿Hay que tomar algo de todo eso en serio?
Pero finalmente para esta cadena llegó, en este 2021, el gran proyecto que la pone ahora en un lugar cercano a las cumbres de la serialidad televisiva. La serie se llama Calls, y está llevada adelante por el uruguayo Fede Álvarez, quien ya demostró su destacable manejo del género fantástico en la remake de Evil Dead, la película de culto de Sam Raimi, y que supo también tensar al máximo las cuerdas del suspenso en No respires.
Ahora, en Calls, retoma una ya peculiar serie francesa de Canal + y con una pericia deslumbrante convierte su premisa en un acontecimiento televisivo no sólo inusual, sino también asombrosamente eficaz, perfecto casi en las delicadas artesanías de su construcción.
El colapso de los universos
Calls cuenta una serie de historias independientes pero interconectadas por un mismo hecho, el inminente colapso del universo, o mejor sería decir, del multiverso. Lo que colapsa no es el mundo, sino todos los universos a la vez. La catástrofe es absoluta, inimaginable, al borde de lo sublime.
Las pequeñas y breves historias (cada capítulo dura, aproximadamente, entre 15 y 20 minutos) dan cuentas de vivencias entramadas en medio del devenir del apocalipsis. Todo es inexplicable. Hay cuerpos que se derriten. Gente que flota. Encuentros imposibles. Intrincadas paradojas temporales.
El universo, camino a su desaparición, se ha salido de quicio, y ahora las más ordinarias historias de desamor, desencuentros y violencia se convierten en sucesos extraordinarios, asombrosos, aterradores también. Sin embargo, hasta aquí, lo fundamental de la serie no ha sido dicho.
Febriles diálogos telefónicos
La serie está realizada, exclusivamente, a través de la escucha de los audios de llamadas telefónicas. La apuesta allí es radical. Jamás, en ningún momento, veremos a los personajes que hablan ni los lugares que habitan. Nada de sus acciones, nada de sus gestos. En cierto sentido, aquí no hay imagen.
No al menos en el sentido de la representación habitual. Mientras escuchamos los febriles y angustiantes diálogos telefónicos, Fede Álvarez frustra todas nuestras expectativas y sólo nos da a ver una constelación de líneas geométricas cambiantes, metamorfoseadas, como si fuesen el grafismo soñado de ondas de audio que vienen de otro tiempo y de otro espacio construyendo puentes imposibles.
La elección no es arbitraria, las historias transcurren en ese evocativo espectro sonoro de las voces telefónicas que conectan espacios y tiempos precipitando el desastre. Pero también esas formas abstractas y esos colores simples sirven de soporte a la inscripción tipográfica de los nombres de quienes hablan y a la transcripción literal de lo escuchado.
Sólo eso, y en el abigarrado espacio sonoro, las voces enardecidas que nos arrastran por lo siniestro hasta la alucinación. Allí Álvarez da en el punto crucial de lo horroroso.
El terror sucede en la sombra, afuera de la imagen. Lo aterrador tiene lugar en una exterioridad que no debe acceder a las minucias sobredeterminantes de la representación. Como apuesta televisiva, es radical, y como juego sobre los códigos representativos de género, un logro maravilloso. Calls exaspera, angustia, aterra. Cada episodio es una experiencia de extenuante intensidad.
La esperanza: un horizonte extraño
Cabe destacar que la intensidad dramática de los relatos no es sólo un mero producto del recurso extremo de la frustración de la mirada, sino que lo es, principalmente, por el enorme poder de síntesis y por el angustiante trasfondo vivencial de cada una de ellas.
El desastre del multiverso es un contexto, pero las historias no dejan de ser concisas y dolorosas crónicas del desamor, de la traición amorosa, de la violencia de género, del abandono y el individualismo; de la imposibilidad de amar, incluso.
Un pequeño mapa del desastre contemporáneo. El artilugio tecnológico que desata la catástrofe puede ser apenas una excusa. El desastre, en realidad, ya siempre sucedió. La catástrofe es otra cosa, más cercana, el colapso del multiverso es una figura metafórica para transportar a los códigos de la ciencia ficción una amarga mirada sobre la incapacidad de amar y sobre el desastre inevitable que esto conlleva.
Sin amor no hay mundo posible, parece decir. Y en el final, sin adelantar aquí nada crucial de la intriga, Calls nos regalará un breve bálsamo de profunda emotividad. La esperanza, sin embargo, parece ser un horizonte extraño, también feroz. Sólo mediante un reinicio radical, el amor será posible en este mundo.
Comentarios