El escultor, pintor y dibujante Francisco Pelló lucha por conseguir un lugar para los Artistas Plásticos de Rosario, entidad que preside. En su taller de la cortada Amazonas al 3200, rodeado de cinceles, martillos, pinceles, bustos de Evita, de Perón, de Cristo, y un San Martín que está finalizando, el escultor recuerda su derrotero. “Rosario me fundió tres veces”, confiesa, con espíritu y buen humor. Nacido hace 76 años en Valencia, España, Pelló llegó con su padre a los 14 años a Rosario, en 1949.
“Viví de chico la Guerra Civil, y tuve la suerte de estar dos veces con Picasso, que me dedicó dos dibujos que tiene su hijo Daniel en París”. Fanático del mármol de carrara y de la obra de Miguel Ángel, hace no tanto tiempo fue convocado por la Municipalidad para hacer un monumento a Alberto Olmedo y otro al Che Guevara. “Al Negro me decían que tenía que hacerlo sentado en un banco, y me negué a exponerlo como si fuera un bicho de feria. Me parece que se merecía otra cosa. Y cuando tenía el boceto del Che, apareció un tipo de Buenos Aires que hizo ese bodrio, y mi propuesta quedó trunca…”, recuerda y se queja. Y también resiente que desde la Municipalidad no les brindan un lugar para que las obras de los artistas plásticos de la ciudad tengan un ámbito propio: “Es parte de un patrimonio cultural de una importancia tal que es criminal que se pierda. He estado explicando esto, pero no he tenido respuesta”, lamenta.
Aunque pocos saben que fue él, Pelló realizó en 1953 el primer busto de Eva Perón en el país, cuando se cumplió un año de su muerte: se emplazó en Avenida del Rosario y Lituania y supo tener pétalos metálicos abiertos como una flor en cuyo centro estaba la fallecida primera dama. Por su forma, semejante a gajos y por el poder que ejerció la “Abanderada de los Humildes”, voces antiperonistas no tardaron en llamarlo “La Mandarina”. El mote quedó, aunque hoy sólo queda la estatua: hace una década se robaron los pétalos. Décadas más tarde, en 1988, a Pelló le pidieron una Eva de pie, en bronce: “Fue por encargo del entonces responsable del Sindicato de la Carne, Gerardo Cabrera, y nunca me pagaron. Parece que un cheque que había mandado Lorenzo Miguel para que yo cobrara quedó en el camino”, dice ahora, ácido, el escultor.
Pero no fue la única vez que perdió: en 1957, para la inauguración del Monumento a la Bandera, con solo 22 años, le encargaron dos gigantografías en óleo de Belgrano y San Martín, que al mes de estar exhibidas desaparecieron, como el cheque que le prometieron por ese trabajo.
—¿Los oficios vinculados al arte están en vía de extinción?
—Se van perdiendo, hoy los chicos que salen de las facultades, tanto de Arquitectura como de Arte, salen muy verdes. Todo lo que es técnico científico avanza a niveles impresionantes, lo humanístico y los oficios retroceden en la misma proporción. Soy uno de los pocos que quedan en el país que tiene el conocimiento de los oficios.
—¿Cómo ve el llamado arte moderno?
—El arte es fácil de apreciar y de entender, lo difícil es crearlo y realizarlo. Cuando una obra necesita ser explicada para entenderla, toda la literatura que se precise, es la exacta medida de las falencias del autor que no supo poner en su obra lo necesario para que ésta se exprese por sí misma, el arte no puede ser un insulto a la inteligencia.
—¿Qué opina de las instalaciones?
—En este momento, en el país hay una muestra, que es la más importante que se llama ArteBa, exponen todos y es el disparate más grande de la historia del arte nacional. Llevo 68 años consecutivos con el arte y creo que tengo algo para decir. El primer premio lo obtuvo un rosarino, que nos hizo quedar de bien… (se agarra la cabeza). Son un par de zapatos viejos con dos moluscos podridos adentro. Tienen que estar podridos porque si no, no es lo mismo… (ironiza). Eso fue el primer premio, que lo pagan empresas muy importantes que están muy conformes con que la gente sea cada día más imbécil, así nos cagan más fácil. El arte, que siempre fue un cronista de las épocas, refleja lo que pasa en la sociedad. Entonces, la sociedad ve dos zapatos viejos con dos moluscos podridos dentro y lo aplaude… ¡Ese es el nivel cultural que tenemos! Se pudrió, como los moluscos… (se ríe de la obra de Carlos Herrera, Autorretrato sobre mi muerte).
—Hay mucho esnobismo también…
—Esto comenzó hace muchos años. Enio Iommi, otro rosarino, juntó unos adoquines, los envolvió en alambre, los llamó «desgastes» y dijo que era una escultura. Te aseguro que yo le doy una piedra y mis cinceles y no sabe hacer nada. También un tal Pollok, americano, que ponía unas telas en el piso y corría en derredor tirando pinturas de distintos colores y luego las vendía. La revista Life le dedicó páginas y páginas a un tarado haciendo una taradez. Por eso yo no voy a ningún lado, hay un circuito donde se mueve mucho dinero, gente que paga por cualquier bodrio un disparate. ¡Como estará de enfermo el arte que inventaron los curadores! Y son los que matan al arte.
—Usted alguna vez planteó un Nuevo Renacimiento, ¿a qué se refería?
—Era una manifiesto a las nuevas generaciones, alertarlas que no caigan en la trampa de esos sectores nefastos que pretenden hacerles creer que éstas son la únicas propuestas estéticas válidas de nuestro tiempo, que el arte del pasado está perimido y que el hoy y el futuro son las instalaciones, los inodoros, tripas…
—¿Será que ya no hay maestros?
—Es probable, hay chicos que quieren saltear etapas, es un mal de nuestro tiempo, creen que ya saben todo. Tengo la suerte que a mi taller vienen a consultarme y les hablo.
—¿Cuál fue su formación?
—Mi abuelo Vicente llegó a Rosario en 1908, fue uno de los que hizo la Iglesia Santa Rosa, Mendoza entre Corrientes y Entre Ríos. Mi padre Francisco fue uno de los pintores más antiguos de la ciudad, contemporáneo de Alfredo Guido, hermano de Ángel, junto a Toledo, Salinas y mi viejo. De casualidad nací en Valencia y viví allí hasta los 14 años. Tuve la suerte de estar dos veces con Picasso, e incluso hay dos dibujos que me dedicó que los tiene su hijo Daniel en Paris. Viví la Guerra Civil, recolecté cuerpos destrozados, fue muy duro. Estudié en la Escuela Taller y Casas de Oficios de las Fallas. Volvimos a Rosario con mi familia el 20 de septiembre del 49. A los 19 años estuve a cargo del Departamento de Arte de la Municipalidad, bajo la intendencia de José Lo Valvo.
— ¿Con qué material se siente más a gusto para trabajar?
— Sin dudas el mármol de Carrara, la mejor piedra. Después de 60 años, logré hacer un “carrara” propio. Así corregí el busto de Bartolomé Vasallo que estaba en el Concejo. Me lo trajeron sin orejas, con la nariz rota, lleno de magullones. Cuando lo volvieron a colocar no notaban los arreglos. Ese busto fue una obra del escultor italiano Juan Mantovani. La escultura es luz, si está correctamente ubicada, es luz, porque no tiene color… Cuando estuve en Italia, en Carrara, en los mismos lugares donde extraía sus bloques Miguel Ángel, lloré de la emoción. Hay dos obras mías expuestas en el Vaticano. Aquí en Rosario, hay una, dura como el granito, que está en el Parque Independencia, que la han querido romper y no han podido. Es la única escultura móvil que tenemos en la Argentina, es un Monumento a la Cooperación, que es un globo terráqueo gigantesco, con muñequitos alrededor.
— ¿Usted hizo la estatua de Eva Perón en la Mandarina?
— El primer busto de Eva en el país lo hice en el 52, cuando se cumplía el primer aniversario de su muerte, por pedido de la Municipalidad. Luego se la robaron. En 1988, a pedido de Gerardo Cabrera, ex secretario de la carne y gente de la CGT local que ya no está como Rabanito Barrionuevo, hice una Eva en bronce. Nunca me pagaron. Me enteré que la plata la mandaba Lorenzo Miguel y nunca llegó, después me dijeron que la hija de Cabrera tenía una casa nueva muy linda en Villa Gobernador Gálvez (se ríe). Ya tenía otro antecedente. A los 22 años me encargan para la inauguración del Monumento a la Bandera dos gigantografías en óleo, de tres metros de alto por dos de ancho, de Belgrano y San Martín. Estuvieron expuestas y un buen día desaparecieron. Nunca se supo quién se las robó. Recuerdo a uno de la administración, me lo crucé en calle Córdoba y me dijo «te felicito por el cheque que cobraste», ¿qué cheque? le dije yo, «el de 73 mil pesos» que alguien se lo debe haber quedado.
— ¿Qué escultura le gustaría hacer para la ciudad?
— La de mi amigo Roberto Fontanarrosa. Ya tengo un boceto, el Negro de pie rodeado de sus personajes. En su momento me convocaron para hacer la de Olmedo, les mostré qué quería hacer y me vinieron con que haga a un Olmedo sentado en un banco de plaza, para que la gente se siente y se saque fotografías…Yo soy escenográfo y conozco lo que es una representación. El Negro era un embajador de nuestra ciudad, no había una vez que no nombrara a Rosario… y ahora es un bicho de feria, él no se merecía eso.