Hay momentos en los que Hollywood pareciera mirar atrás e intentar retomar el camino correcto, si es que alguna vez lo transitó, o al menos aquél que lo aleje un poco de los lugares comunes en los que suele caer, sobre todo en un tiempo que, con el regreso al gobierno de los demócratas, pareciera querer borrar la mirada socarrona de Donald Trump que, increíblemente o no, fue el penúltimo presidente electo en Estados Unidos más allá de que parezca un personaje de la saga Borat.
Algunos vislumbran esos cambios, esa especie de lavada de cara, desde que la recordada Moonlight (Luz de Luna), el dramón escrito y dirigido por Barry Jenkins basado en la obra teatral In Moonlight Black Boys Look Blue de Tarell Alvin McCraney, ganó el Oscar en 2017, porque en varios sentidos apuntaba a visibilizar a las minorías y se quedó con el premio mayor. Pero hay más: el año pasado, la película ganadora fue Parásitos, del surcoreano Bong Joon-ho, una feroz crítica a los males del capitalismo contemporáneo.
Y este año la cosa se radicalizó un poco más: la notable presencia de artistas negros en la ceremonia, algo que no debería llamar la atención, sumado a una serie de películas independientes en los rubros principales también es todo un dato. Y si se mira a los rubros principales, ganó Nomadland, una película indie de Chloé Zhao, una directora chino-estadounidense, paradójicamente la segunda mujer en ganar un Oscar en 93 años, sobre la crisis económica de 2008, protagonizada por una actriz que también se llevó el Oscar por tercera vez, la enorme Frances McDormand, alguien que siempre va muy por fuera de lo que supone el establishment hollywoodense y que incluso pone dinero para poder, como en este caso, contra las historias que le interesan que se cuenten.
Pero la cosa no termina ahí. Y por fuera de otros rubros, como los de actor y actriz secundario, para al talentoso actor negro Daniel Kaluuya por Judas y el mesías negro y la coreana Youn Yuh-Jung por Minari, respectivamente, hubo un rubro que pasó casi desapercibido pero que premió a uno de los hallazgos en materia de cortometrajes que además está disponible en Netflix, más allá de que no aparezca en las portadas.
Se trata de Two Distant Strangers (Dos completos desconocidos), inspirado en la muerte de George Floyd, que se quedó con un Oscar y no aparecía como favorito. Se trata de un cortometraje de Travon Free, que de manera muy conmovedora muestra la situación que atraviesan los negros en Estados Unidos en el presente, algo que no es de ahora pero que los años de Trump parecieran haber acrecentado.
Travon Free junto a Martin Desmond Roe, no exento de críticas desde algún sector por sostener que en el corto “explota el dolor negro”, triunfó el domingo con esta película breve de apenas media hora que evoca la muerte del afroamericano de 46 años, un paradigma de la brutalidad policial en general más allá de que aconteció en Minneapolis, Minnesota. Pero la clave está en que lo hace desde otro lugar. Acá se cuenta la historia con formato de pesadilla de Carter James (el rapero Joey Bada$$), un joven artista afroamericano que, al igual que Floyd, es confrontado en la calle y asesinado por la policía de Nueva York en una especie de loop o bucle temporal del que no se puede escapar. La metáfora sirve, sobre todo, para entender y repensar el modo contradictorio, inexplicable, abusivo y obviamente repetitivo y de corte trágico del accionar policial.
Travon Free, ya Oscar en mano, expresó: “Hoy, la policía mató a tres personas. Y mañana, la policía matará a otras tres personas. Y al día siguiente, la policía matará a otras tres personas más, porque, en promedio, la policía en Estados Unidos mata a tres personas cada día, lo que equivale a unas mil personas al año. Esa gente resulta ser, desproporcionadamente, gente negra”.
Y tras cartón, y en medio de la peor pandemia de la que se tenga memoria, donde la mayoría de los muertos en Estados Unidos son pobres y negros, evocó en el escenario del Oscar, el mayor premio de la industria del cine, al novelista y activista negro James Baldwin: “Él dijo una vez que lo más despreciable que puede ser una persona es indiferente al dolor de otras, así que sólo les pido que, por favor, no sean indiferentes. Por favor, no seas indiferente a nuestro dolor”.